“Cuando un amigo se va
Galopando su destino
Empieza el alma a vibrar
Porque se llena de frío”.

Comienzo hoy con una estrofa de las letras de la canción “Cuando un amigo se va” de Alberto Cortez y es que he sido tocada últimamente con la partida de dos grandes amigas, Maribel y Doña Yuni.

Esas dos amigas creo que no estaban hechas para la muerte. Creía que eran eternas. Maribel partió repentinamente, no nos esperábamos su muerte. Fuimos compañeras de trabajo por mucho tiempo, pero nuestra amistad perduró por más de cincuenta años.

Hoy quiero dedicar esta nota a Doña Yuni, quien partió hace justamente una semana.

Cuando Alfonsina, su hija, me llamó para decirme que su mamá estaba malita, enseguida fui a acompañarla. Ya no abría los ojos, pero sé que me escuchaba.

Fue mi amiga también al igual que Maribel por más de cincuenta años. Desde el día en que la conocí, siendo profesora  de su hija Yunita, tuvimos una conexión de cariño y amistad que mantuvimos por todos estos años.

Durante todo ese tiempo fue parte importante de mi vida. Me acompañó en mis momentos más difíciles y en su casa siempre viví los mejores momentos.

Doña Yuni  fue para mis hijos y para mí una persona especial. Fue parte esencial de nuestras vidas.

Acostumbraba a visitarla con mucha frecuencia, aunque no con la que hubiera querido, porque al mudarse lejos, me era más difícil, pero cuando vivía cerca de mi casa, nos pasábamos el santo día yendo cada una a casa de la otra. Siempre teníamos un motivo para conversar.

Sus hijas son mis sobrinas, aunque no me dicen “tía” sus nietos todos sí me llaman tía, son mis sobrinos nietos, también ya hay otra camada de sobrinos bisnietos. A todos los amo y se me llena el corazón cuando los veo.

Todas mis amigas me han llamado para darme el pésame ya que sabían lo importante que era Doña Yuni para mí y mis hijos.

Miles de anécdotas guardo en mi corazón.

Cada venticinco de diciembre y primero de enero iba tempranito a su casa y nos sentábamos en la mesa, ella, Castillo su esposo y yo a desayunarnos con la comida que había quedado de la noche anterior. También acostumbraba ir los sábados cerca de las siete de la mañana y, hasta antes, nos poníamos las dos a conversar en un comedor que había en un patio interior que estaba bordeado por las habitaciones de las hijas. De momento iban saliendo las voces de cada una, con mala palabra incluida, diciendo que me fuera para mi casa, que era el único día que tenían para dormir. Todas trabajaban. Ni caso le hacíamos y seguíamos conversando, como si nada. Pero así las quiero…

De los momentos vividos y de su presencia en nuesta vida, podría hoy llenar páginas, porque cuando se vive tan de cerca con alguien tan querida y por tantos años, es mucho lo que se puede contar.

Con su partida, parte de mi vida se ha detenido. Tengo un vacío muy grande en mi corazón y pido a Dios pueda superar tan duro momento.

Hoy solo quiero decir, gracias Oliva, Yunita, Luisa, Alfonsina y Marión por haberme permitido ser parte de su familia.