Es costumbre escuchar en la cultura popular de nuestro pueblo, y refleja nuestras impresiones en relación con la conducta de un pariente, casi siempre, o de cualquier otro relacionado, decir "ese muchacho se está volviendo loco de tanto estudiar."

Eso ocurre en nuestros campos y barrios y los padres lo expresan con alta preocupación. ¿No serán estos los hijos geniales que en opinión de sus propios padres se están volviendo "locos" de tanto estudiar o descubrir cosas que resultan raras a los oídos ingenuos de sus propios progenitores?

¿Cuántos son los millones de genios que escucharon la expresión "ese muchacho se está volviendo loco de tanto estudiar" y se frustraron para siempre, sin la comprensión de sus propios padres?

¿Qué habría pasado con las teorías que desde su niñez planteó Julio Verne y millones de niños como él si no hubiesen tenido la comprensión y el acompañamiento necesario para volar junto a sus sueños? ¿No son esas mismas teorías ficcionales de ayer las que decenas de años después revolucionaron al mundo hoy?

La virtualidad es la realidad más tangible, pero ayer fue un sueño vislumbrado desde la genialidad de un joven desconocido; una fantasía; un elemento de la ciencia ficción o de literatura de anticipación de autores como julio Verne, autor de casi cien libros atiborrados de ideas clavadas en el horizonte de un futuro para concretar infinitas y sorprendentes realidades que hoy nos asombran.

La mayoría de los grandes inventos tecnológicos fueron ideas creativas de jóvenes desconocidos y sin linaje que no tenían para cubrir sus estudios universitarios. Hoy ninguna de las disciplinas científicas podría operar, de manera efectiva, sin basarse o auxiliarse de los elementos de alta tecnología.

Quién iba a imaginarse que las piezas mecánicas como los platinos, condensadores y carburadores hoy funcionarían con inyectores electrónicos; o la transmisión -por ejemplo- por cables selectores electrónicos por medio de una computadora.

Leí la primera edición de libro La Sociedad Interconectada, de la autoría de James Martin, hace cerca de cuarenta años, y cuando me tocó dictar una conferencia en Mao, invitado por José Eligio Bautista Ramos (Mameyón), tuve el atrevimiento de expresar allí, sin la experiencia que dan los años, que en el futuro se iba a poder realizar, desde cualquier finca de aquella laboriosa comunidad, una transferencia bancaria a un banco de Inglaterra desde abajo de un árbol cualquiera de una de nuestras fincas maeñas.

Parecería que quien escribe estas líneas estaba, sin advertirlo, bajo el influjo de la literatura de ficción. Y pensar que la mayoría de las grandes transferencias bancarias de estos tiempos las hacemos por vía electrónica.