Hace ya más de dos décadas (si mal no recuerdo desde el inicio del gobierno de Hipólito Mejía) que el gobierno dominicano viene reclamando a la comunidad internacional, o más bien a los Estados Unidos, Francia y Canadá, que hagan algo en favor de Haití, porque la República Dominicana ya ha hecho demasiado y no puede hacer más. Esto es discutible, pero ese no es el objeto de este artículo.
Me resulta ilógico que después de tantos reclamos a estos países para que acudan en auxilio de Haití, el gobierno dominicano, haciéndole el coro a los nacionalistas, anuncie que rechaza los planes del gobierno canadiense de coordinar desde su territorio el reforzamiento de las capacidades de la policía haitiana, para hacer frente al grave problema de seguridad que tiene ese país.
Concretamente, el gobierno canadiense ha anunciado que se pondrá a la cabeza de las operaciones de coordinación de la ayuda internacional en favor de Haití, pero que (por razones obvias, inseguridad, justificado rechazo de la población a las misiones internacionales) lo hará a distancia, desde una oficina que instalará en Santo Domingo, que tendrá por misión servir de interlocutor entre la comunidad Internacional y las autoridades haitianas, y ofrecer equipos y entrenamiento a la policía haitiana. Esta ayuda se mantendrá por el tiempo que sea necesario, es decir, hasta que la policía haitiana esté en capacidad de ofrecer un mínimo de seguridad a los ciudadanos de ese país (periódico La Presse, de Montreal, 15-06-23).
La vocinglería ultranacionalista (Instituto Duartiano, Abel Martínez, Rogelio Genao, los Vincho, comentaristas de televisión, redes sociales), no se hizo esperar, y el gobierno de Abinader, siempre a sus pies, anunció de inmediato a través del vocero de la presidencia y el canciller que el país no ha aceptado ni aceptará esa iniciativa del gobierno canadiense.
Me resulta muy extraño que Mélanie Joly, la ministra de Relaciones Exteriores de Canadá, que no es cualquier país (es un miembro del G7, que tiene un servicio exterior sumamente profesionalizado y una activa política internacional) se haya aventurado a anunciar la instalación de esa oficina en Santo Domingo sin haber realizado previamente importantes gestiones frente al gobierno dominicano en ese sentido y, todavía más, sin tener la más mínima garantía de su aceptación.
Pero voy a admitir que así ocurrió, que el gobierno dominicano en ningún momento se ha comprometido a aceptar la instalación de tal oficina, y que Canadá obró con la prepotencia que acostumbran los países grandes frente a los chiquitos.
Pero si tal fue el caso, falta ahora que el gobierno dominicano sea coherente con su disposición a ponerse siempre a tono con la vocinglería ultranacionalista y, también, en aras de la “defensa de la soberanía nacional”, proceda a la nacionalización de las inversiones canadienses en el país (4,346.4 millones de dólares, la más importante después de los Estados Unidos, que ascienden a unos 4,700 millones de dólares).
Y, también, siempre en “defensa de la soberanía nacional” y como réplica a semejante atrevimiento de Canadá, declare no gratos a los turistas procedentes de ese país (alrededor de un millón en 2022). La Cuba que hace 63 años nacionalizó los bienes norteamericanos en su territorio hoy los recibirá con mucho gusto, incluso, ya se muestra abierta a recibir la inversión extranjera que expropió en el pasado. Allá también hay oro y níquel, la Barrick Gold y la Falconbrige (ambas empresas canadienses) podrían perfectamente mudarse para allá.
Pero aun llevando el nacionalismo a esos extremos, a lo que nunca podrá escapar el gobierno dominicano y sus socios ultranacionalistas es a que hay y habrá siempre dos países en la isla de Santo Domingo (así lo decidieron en el pasado las potencias y así lo quieren hoy los nacionales de ambos países).
Quiérase o no, todo lo que afecta a la parte oeste afecta también al este. Comencemos por deforestación del oeste, afecta a las personas y a la vida silvestre de toda la isla, empeora el clima, las fuentes de agua dulce…; sus crisis sanitarias también pasan para el otro lado, los virus y las bacterias no respetan fronteras; su creciente pobreza e inestabilidad política refuerza la presión migratoria hacia el otro lado; sus problemas de seguridad plantean desafíos a su propia seguridad. En fin, para desdicha de los nacionalistas, Dios puso a la República Dominicana lejos de él y al lado de Haití, y nada indica que esté interesado en cambiar esa decisión.
¿Por qué no dejar de lado esos resabios ultranacionalistas y permitir que se coordine desde el territorio nacional esta ayuda en favor de Haití? En 2010 se hizo un bello gesto solidario permitiendo que una buena parte de la ayuda humanitaria que allí llegó se hiciera utilizando el territorio nacional. Solo han pasado 13 años ¿Cómo es posible tanta deshumanización en tan poco tiempo?
La situación que vive hoy Haití es igual o más catastrófica que la que vivió durante el terremoto del 2010. Justamente ayer (16-06-23) la ONU solicitó a los donantes internacionales que aporten dinero para poder atajar la crisis alimentaria que está viviendo el país, cinco millones de personas están pasando hambre y 1.8 millones corren riesgo de morir por falta de comida.
La inseguridad creciente empeora la crisis. Poner obstáculo a una acción dirigida a mejorar la seguridad para normalizar un poco más la vida de la gente en ese país, es un acto inhumano, que se revertirá contra la República Dominicana.