Ya sabemos que tenemos otra República fuera de estos tres cuartos de isla que los azares de la historia y la naturaleza nos dieron. Somos un país de emigrantes. Gente dominicana que se va, echa raíces y regresa o se queda, o vive entre dos mundos. Dominicanos que nacen en tierra ajena y crecen entre dos culturas, o a quienes sus padres residentes en el extranjero envían al país para ser cuidados por sus abuelos durante un tiempo, y vienen y van con los acentos cruzados y la dominicanidad en constante mutación.
La migración ha tocado cada ciudad, cada pueblo, cada barrio y casi a cada familia dominicana: nos ha enriquecido y también nos ha roto. Niños y niñas que crecen sin sus padres, hermanos que se desconocen, la dureza del desarraigo y de ser marginados en tierra ajena: dejar la pobreza en República Dominicana para ser un trabajador no cualificado y excluido de la seguridad social en Estados Unidos, Europa o El Caribe. Abandonar los sueños de ejercer una profesión para empezar de cero en el extranjero.
Claro, hay otras historias, mucho más felices, de comerciantes, maestros, médicos o actrices que triunfan en el extranjero, pero ustedes saben que no son la mayoría. Con frecuencia nuestros familiares y amigos viven en los márgenes de sociedades algo más ricas o que al menos dan la ilusión de que se puede tener una mejor vida, con más oportunidades económicas o más seguridad. ¿A qué precio?
Hemos construido un relato, reforzado por la realidad en muchas ocasiones, todo hay que decirlo, de que el futuro está “afuera”. Y es peligroso, nos hace perder vidas en el mar. “Papi, yo aquí no le voy a dar a ustedes lo que yo quiero darles, aquí no hay oportunidades; yo me quiero ir”, le decía Jacqueline Hiciano a su padre Adrián Hiciano, según reporta el Listín Diario, antes de subirse a una yola y morir camino a Puerto Rico, que para muchos todavía es una tierra prometida, a pesar de la gran crisis que enfrenta desde hace varios años.
¿Cómo no podemos soñar con hacer el futuro aquí y luego, o entre tanto, a pasear por todo el mundo, en vez de tirarnos al mar para “buscar el futuro” y después volver a construirle la “casita a mamá”?
Somos un país de gente desesperada por salir a buscar dinero para “construir el futuro” en su propia tierra. Hace una semana un taxista me comentaba que quería irse del país para hacerle una casa a su mamá. Un hombre joven, con estudios universitarios y carro propio no cree que con trabajo duro y honrado en su país pueda hacerle una casa decente a su mamá.
Y no necesito hablar con taxistas o leer la prensa para ver esta desesperación, esta angustia por no quedarse atrapado en la isla mientras el futuro pasa en el extranjero. En mi familia extendida y en familias amigas muchos jóvenes se han ido y otros hacen gestiones para “buscar un futuro” fuera del país.
¿A dónde van? ¿A dónde quieren ir? A casi cualquier lugar: Estados Unidos, Europa, otras islas del Caribe. Entre los emigrantes y potenciales emigrantes hay técnicos, profesionales, chicos sin formación cualificada; de familias muy pobres y de hogares con ingresos que permiten la subsistencia, cierta comodidad y un helado el fin de semana. Algunos renunciaron a trabajos estables para “buscar un futuro”. Me sorprendió que partiera a Estados Unidos una joven y cualificada enfermera en ejercicio, con buen nivel del inglés.
Otros dejan la universidad para “buscar el futuro” como trabajadores no cualificados en el extranjero. A veces siguen rutas peligrosas e inusuales para nosotros, gente de isla: atraviesan selvas donde viven animales que solo hemos visto en libros, o caminan por grandes desiertos.
¿Cómo este país, cuya economía tanto crece, no puede ilusionar a una veinteañera? ¿Cómo no podemos soñar con hacer el futuro aquí y luego, o entre tanto, a pasear por todo el mundo, en vez de tirarnos al mar para “buscar el futuro” y después volver a construirle la “casita a mamá”?
Sé algunas respuestas y ustedes también. Somos hermanos, sobrinos, hijos, nietos y ya hasta bisnietos de estos migrantes que completan la economía familiar y que en su gran mayoría no se fueron en busca de placer o aventuras, sino para “construir un futuro” y hacerle “una casita a mamá”. ¿Cuántos puntos más tiene la economía que crecer para que crezca una esperanza que, al menos, contenga los deseos de lanzarse al mar a “buscar el futuro”?