El 19 de noviembre de 1963, sesenta años atrás, ocurrió una muy grave tragedia en mi barrio de Villa Francisca, mientras aviones militares realizaban vuelos rasantes sobre la ciudad de Santo Domingo, se precipitó a tierra un Mustang P-51 en la calle Félix María Ruiz (avenida México) casi esquina Jacinto de la Concha, dejando una horrorosa secuela de muertos, heridos y viviendas destruidas.
En esa mañana aciaga, de repente se escucharon los ruidos de los motores de varios aviones de guerra que sobrevolaban a muy baja altura como parte de maniobras acrobáticas. Nuestro domicilio a la sazón en la Félix María Ruiz 103 exactamente al lado de una de las casas que resultaron incendiadas la 101, situada frente a la casa número 94 residencia de don Pedro Santiago, donde cayó el avión. Mi hermana Lina y el suscrito ambos adolescentes subimos a la azotea (tercer nivel de la casa) a presenciar las inusitadas maniobras. Estábamos muy entretenidos cuando de repente alcanzamos a ver uno de los aviones procedentes desde el Placer de los Estudios, frente al Malecón, que avanzaba hacia nosotros casi arropado por humo y a muy baja altura, de inmediato emprendimos una veloz carrera en búsqueda de las escaleras, comprendimos al unísono que podía caer sobre la casa.
Solo sentimos el estruendo del avión cuando se precipitó en la vivienda casi frente a la nuestra. Descendíamos por las escaleras, al salir a la calle observamos algo que nunca habíamos visto una lluvia de maderas, provenientes de la casa de don Pedro Santiago (el único millonario del barrio, era un ciudadano sencillo que compartía con todos sus vecinos), su hogar tenía dos viviendas, una de madera que no la había reemplazado porque le tenía mucho cariño, al lado había construido una casa de dos niveles. El avión cayó en la casa de madera. La esposa de don Pedro, con problemas de salud tenía poca movilidad, pero quedó indemne, porque su cuñada doña Mora la había sacado al patio en esos momentos.
Ante tan inesperado accidente, la mayor parte de los vecinos quedaron impresionados, muchos desconcertados que no sabían que hacer, que ocurrió? Mi hermana y yo, rápidamente cruzamos a la carnicería de Chicho y buscamos a nuestra madre que se encontraba en este lugar para que se nos uniera en la huida del área, ella al vernos desesperados entendió y nos siguió, 3 o 5 minutos después, cuando avanzábamos de modo raudo por la calle Jacinto de la Concha hasta llegar a la Ravelo, empezaron las explosiones. Casi de inmediato escuché el ulular de las bocinas de los carros de bomberos, que estaban relativamente cerca en la avenida Mella y se dirigían al lugar de la tragedia.
El avión se convirtió en una bomba infernal, explotó el tanque de la gasolina y los restos del fuselaje fueron a parar al medio de la calle y quemaron casi por completo la casa 101, dejando un saldo muy aflictivo, con las quemaduras de dos vecinas que les provocaron la muerte (doña Isabel Lozano y la joven Gloria Burgos) también falleció Rafael Peña un joven emprendedor propietario de un pequeño colmado, en la otra vivienda quedaron heridos varios miembros de la familia Requena que residía allí.
Tras la caída el avión, se produjo un espacio de varios minutos para que empezaran las explosiones y voluntarios del barrio penetraron al lugar del accidente para tratar de ayudar en la evacuación de la zona y los sorprendió las explosiones, que produjeron quemaduras graves a un buen grupo de estos ciudadanos, varios de ellos fallecieron. En total 16 heridos, resultando fallecidos 6.
Existía el antecedente que el 28 de octubre de 1947, otro avión P-51 había caído en la ciudad, entre las calles Tunti Cáceres y La Guardia.
En el barrio siempre pensamos que el piloto (también fenecido, no se abrió su paracaídas) en la desesperación por controlar el aparato, trató de llevarlo a la llamada esquina del pantalón, que es la confluencia desde la Félix María Ruiz (México) de las calles Jacinto de la Concha y José Reyes y es bastante ancha, pero cayó muchos metros antes, posiblemente en ese lugar los daños no hubiesen sido tan graves.
Los heridos fueron trasladados de inmediato a las clínicas más cercanas de los famosos médicos Zaiter y Cornelio, luego al Hospital Luis E. Aybar, al Ramón de Lara de la aviación, Robert Reid Cabral, Padre Billini y Darío Contreras entre otros centros. Ante la gravedad de las quemaduras un grupo fue trasladado a Puerto Rico y luego a Texas para ser asistidos en el hospital militar Joint Armed Forces Burn Center. Un equipo de médicos militares norteamericanos llegó al país para ayudar en la asistencia a los demás heridos.
El jefe de la aviación militar, general Miguel Atila Luna, al ser cuestionado por la prensa en torno a esas maniobras áreas inesperadas, manifestó, que: “Era una sorpresa al pueblo con motivo del segundo aniversario de la salida de los Trujillo del país, sin haber tiros, ni bombas”. (El Caribe. 20 de noviembre 1963).
Esa “sorpresa” todavía 60 años después resulta muy sospechosa, por cuanto en ese mismo día la Oficina de Prensa del Palacio Nacional denunciaba un supuesto “plan subversivo y terrorista de la extrema izquierda”. (El Caribe. 21 de noviembre 1963). No se trataba de ningún plan terrorista, los organismos represivos, habían infiltrado por lo menos a un espía en la directiva del Movimiento Revolucionario 14 de Junio y estaban enterados que en cualquier momento los miembros de esta agrupación política se irían a las escarpadas montañas de Quisqueya a luchar contra el triunvirato golpista y sus jefes militares, que habían derribado el Gobierno democrático de Juan Bosch.
La salida hacia las montañas estaba programada en principio para el 20 de noviembre, pero se realizaron registros militares en las principales carreteras y el alzamiento fue pospuesto para el día 29.
Hoy nos atrevemos a afirmar que esos “simulacros aéreos sorpresivos” en realidad perseguían promover amedrentar la población para que se abstuviera de respaldar el inminente foco guerrillero. Ya antes los sectores de la caverna política en 1961 representado por los remanentes de la familia Trujillo, habían utilizado vuelos rasantes con aviones militares para tratar de boicotear mítines de la oposición política. Al escoger el 19 de noviembre, que coincidía con el segundo año de la salida de la familia Trujillo, le sirvió de coartada, pero ya estaba redactada en algún despacho la comunicación en torno a los supuestos actos terroristas.
Si se trataba de una celebración porque no advertirlo antes, para que el pueblo recibiera la demostración con júbilo, no con aprensión.
A sesenta años de tan luctuoso acontecimiento, solo nos resta solidarizarnos con las familias de todas las víctimas de la lamentable tragedia, y dictaminar que en realidad no se trataba de maniobras para “sorprender al pueblo”, sino para atemorizarlo y evitar movilizaciones en apoyo a los diversos frentes guerrilleros.