La escuela que aún permanece entre nosotros surge para dar respuesta a los requerimientos que las sociedades agrarias y/o en proceso de industrialización tenían entonces: enseñar a leer y escribir, a realizar cálculos básicos de aritmética, ciertas reglas de urbanidad, entre otras, se hacían imprescindibles en aquel momento.
En el fondo, razones más poderosas estaban implícitas o expresamente no se exponían y que eran necesarias para las sociedades que emergía: ciudadanos obedientes y con competencias para el trabajo como obreros o de oficina, con la conciencia ciudadana de que debe elegir las autoridades cada cierto tiempo, era lo fundamental.
Según señalaba Althusser, la escuela forma parte del aparato ideológico del estado, cumpliendo con la función de inculcar la ideología de las clases dominantes, impulsando de esa manera, la reproducción de las relaciones de producción capitalistas, llegó a plantear éste filósofo marxista hace años muchos años atrás.
Con más o menos eficacia se podía decir que la escuela cumplía con los propósitos encomendados. Unos pocos podían alcanzar un mayor nivel de formación, pero la gran mayoría, en condiciones determinadas, apenas logra desarrollar competencias y habilidades mínimas para la vida y el trabajo.
En la Evaluación Diagnóstica Nacional 2023 en la que participaron más de 180 mil estudiantes de tercero en nuestro país, solo el 17.7% en lengua española y un 23.7% en matemática alcanzaron el nivel satisfactorio, estando el 51.1% y 48.8% respectivamente en las mismas asignaturas en el nivel elemental.
Es bueno recordar que cada nivel de desempeño, según el Informe, agrupa competencias en creciente complejidad; el nivel Elemental agrupa las competencias más básicas, el nivel Aceptable contiene algunas competencias curriculares y el nivel Satisfactorio agrupa las competencias esperadas al final del primer ciclo de primaria.
Pero todo ha cambiado, y lo ha hecho a una velocidad inesperada. El mundo en el que hoy vivimos es otro, pero con los resabios de otrora en términos socioeconómicos respecto de la pobreza, desigualdad y exclusión para una gran mayoría. Sin embargo, el desarrollo de las aplicaciones tecnológicas se han “hechos universales”, cruzando el tejido social.
Lo que parecía al principio algo destinado a determinados sectores sociales, como es el caso de la telefonía móvil, se convirtió en un objeto de uso y consumo de cualquier persona sin importar su condición social, desarrollando al mismo tiempo, patrones de comportamientos inéditos.
Unido a este proceso y con una irrupción significativa acudimos a una disposición pública del conocimiento, lo que cambia y transforma roles, como el del maestro, antes depositario del mismo y, por tanto, el llamado a sumergirnos desde la pizarra y con la tiza en mano, en el mundo del conocimiento desde temprana edad.
La escuela tradicional se hace obsoleta ante un mundo de cambios continuos y muchas veces inesperados. Lo que en ocasiones podía tardar siglos hoy se hace cotidianamente. Que la tierra fuera el centro del universo fue la idea que primó por siglos, llevando hacia la muerte, incluso, a aquel que osaba decir lo contrario.
El telescopio espacial James Webb es hoy día el principal observatorio de ciencias espaciales del mundo, ofreciéndonos fotos de los confines del universo, más allá de nuestro sistema solar, explorando las misteriosas estructuras y orígenes del universo. Muchas teorías están cambiando, como consecuencia, sobre el tema.
La llamada inteligencia artificial, ayer tema de la ciencia ficción, hoy es una herramienta igual a tiro de un clic, y con ello, abrirnos a un mundo de conocimientos en unos pocos segundos. En ese marco, la escuela se torna no solo inadecuada, sino inoportuna para una generación que accede con facilidad al mundo del conocimiento.
Ese proceso de cambio permanente en el conocimiento y las aplicaciones tecnológicas que estamos viviendo, nos genera nuevas inquietudes y no pocas demandas. Inquietudes y demandas que se hacen obsoletas a corto plazo, generando en gran parte de la población incertidumbres sobre el presente como del futuro.
La lentitud con que la escuela se mueve en el mundo de hoy, no le permite reconocer a los principales actores de la gestión educativa, que las nuevas generaciones que acude a ella ya va impregnado de ideas implícitas que pronto entraran en contradicción con el depositario anquilosado de conocimientos con que la escuela cuenta.
Repensar la escuela parte de tener conciencia de la época que vivimos y que viviremos más pronto de lo que podríamos imaginar, en que incluso, valores y principios tienen que ser redefinidos, so pena de parecer inútiles frente a unos sujetos que ya viven el mañana, mientras quienes le enseñan aún viven anquilosados en el pasado.
¿Con cuáles enfoques repensaremos la escuela? ¿Con los mismos con que llegamos a configurar la escuela que hoy tenemos? ¿Cuáles deben ser los fines de la educación inmersa en un mundo de cambios inesperados e insospechados? ¿Puede ser posible que odre viejo pueda contener vino nuevo?
Con tantas incertidumbres ¿cuáles serán los retos nuevos por enfrentar desde la escuela? ¿Cuáles características y competencias deberán tener los maestros que asuman la tarea de acompañar los procesos de aprendizaje de las nuevas generaciones?
Se dice que las nuevas generaciones que están ingresando en el sistema educativo preuniversitario de hoy, estudiarán carreras dentro de unos pocos años que no nos podríamos imaginar siquiera en este momento. Esa es una experiencia que ya hemos ido viviendo en los últimos años.
Parecería que aquellos cuatro pilares de la educación, señalados por Delors cobran cierto sentido de nuevo: educar para aprender a conocer, aprender a hacer, aprender a vivir juntos, aprendiendo a vivir con los demás y aprender a ser, pudieran ser finalmente un marco amplio para repensar la escuela.
Veámoslo desde la perspectiva de quienes enseñan: enseñar a conocer, enseñar a hacer, enseñar a vivir juntos, enseñando a vivir con los demás, y enseñar a ser. En sentido general, estas siguen siendo competencias o habilidades para la cual el maestro no está siendo formado hoy día.
Se trata entonces de repensar la escuela desde marcos y perspectivas distintas a como lo hemos venido haciendo y, posiblemente, con la inclusión de muchos otros actores sociales que pueden llegar a tener miradas distintas y nuevas acerca del tema. La escuela que demanda el mundo de hoy es radicalmente distinta a lo que tenemos.
Es imprescindible una escuela que agregue valor a los niños, niñas y jóvenes que llegan a ella. Una escuela centrada en el desarrollo de buenas habilidades y actitudes positivas hacia el aprendizaje durante toda la vida, rica en recursos y maestros de alta calidad profesional que lo hagan posible.