¿Por qué te fijas en la paja que está en el ojo de tu hermano y no adviertes la viga que está en el tuyo? Jesucristo

La recién concluida Semana Santa trajo a los cristianos una versión de relevante elevación espiritual continua que permitió vernos en el espejo interior y reflexionar sobre nosotros mismos de quién somos, qué somos y cómo ser mejores personas.

Sin lugar a dudas, Dios puso grandeza en los seres humanos.  Eso se puede comprobar, por ejemplo, en la sonrisa de un niño; en el vientre de una madre; en los senos –quizá un poco doloridos- de una mujer que amamanta; en los brazos que sostiene la cabeza de un neonato; o, en el padre que responde a tiempo a sus obligaciones y el hijo –más adelante- se convierte en la corona de su ancianidad; (…). Porque nadie llega a este mundo vacío. Todos tenemos valor material o inmaterial que ofrecer por dentro y por fuera. Cuando el ser humano cumple con su rol en la tierra, se pone de manifiesto la hermosura de Dios representada en la vida.  Ella se presenta desnuda, transparente y cristalina ante el deseo de vivir por siempre y para siempre.

Dios es quien da la vida. Y, para seguir viviendo la vida que Dios da, hay que hacer morir primero todo lastre o estado de asedio que se cruza en el camino con el fin de ser escollo, obstáculo, impedimento y traba a las buenas acciones de cada ser humano.

El hombre y la mujer fueron creados en amor para desplegar amor.  Instruidos en el trabajo para administrar la propiedad de Dios (Salmos 24:1); para ser útil, eficaz, eficiente, efectivo y productivo a la creación y también para el propio desarrollo de la sociedad. El ser humano fue creado para las buenas obras. Para plantar, construir, levantar, (…); para formar, mezclar o reproducir lo útil para el progreso y la convivencia humana; para unir las partes separadas sin cambiar su esencia afín de que todos seamos felices.

Vivir es, no estar sujetos a ninguna de las obras que sirve de instrumento de acoso a los seres humanos y que además atenúan las fuerzas, la energía, vigorosidad, frondosidad, salud y lozanía de una vida plena.  La falta de amor eclipsa la vida, fragmenta el espíritu, lo torna plañidero, lúgubre, pesadumbroso, lastimero, descaminado, errado, (…).

En cambio, la prominencia hacia el respeto por los demás, del primero hacia el segundo sexo y viceversa, es parte de la vida. Ir a la cruz a morir y luego resucitar significa eso, clavar en el madero comportamientos individuales y espirituales salidos de control que riñe con la ley de Cristo.  Es decir, el que roba que no robe más.  El que habla mentira que comience a hablar con la verdad. El que odia, que ame. El que divide, que una. El que pelea que no lo haga más ¡este mundo necesita pacificadores!

En esta recién Semana Santa aprendí que ir a la cruz a morir significa también abandonar el ausentismo, la apatía, el aburrimiento, la abulia, el hastío y lo tedio.  Ir a la cruz significa dejar los celos, a la enemistad, los pleitos, iras, envidias y otras cosas más semejantes. Somos hijos de Dios, creación suya.

Que la cruz de Cristo, independiente de que la principal misión de la obra salvífica de Dios para con el alma es el perdón de los pecados, aprendí que también nos ayuda a ser mejores personas. Porque ser mejor persona no está supeditado a la demostración de una hipótesis, tampoco a la respuesta de una simple pregunta. Por igual, es la guía útil para mostrarnos la rémora que debe morir en nosotros mismos; incluso, es la elevación del amor que debe resucitar dentro de mí, de ti, él y nosotros para vivir el aquí y ahora como sociedad ya que no podemos seguir ¨viviendo¨ a contracorriente, ni al margen de la naturaleza donde existen otros seres vivos que de igual manera tenemos que compartir el planeta aprendiendo a conjugar los tres tiempos verbales de los verbos ser, amar y vivir (1P. 3:18).