Varios mensajes me recordaron que el 21 de enero, hace 100 años, el ilustre revolucionario Vladímir Ilích Uliánov, alias Lenin, falleció. En nuestra capital, hubo una pequeña librería de la calle del Campo de Marte, no muy lejos de la sede del antiguo Partido Unificado de los Comunistas Haitianos, se podían comprar hermosas fotos y buenos libros sobre Lenin. En esos prometedores comienzos de la década de los 90, todavía podíamos hablar en nuestras esquinas. Al final de la guerra fría, el Partido Comunista se encontraba casi en el mismo barrio que la penitenciaría nacional, el mayor centro penitenciario del país.

Siempre he creído sinceramente que el comunismo sería un gran fracaso en Haití. Las élites que tomaron el poder en 1804 supieron inculcar prejuicios por mucho tiempo. Leer a Lenin ayuda a comprender cómo hemos aceptado tácitamente institucionalizar la miseria.

II

En nuestro querido país de rumores complejos, la noticia de su ausencia pasó desapercibida. Sin embargo, fue un oficial responsable. Entonces comandante de la penitenciaría nacional, introdujo la noción de los expedientes para los detenidos. Así, algunos fueron liberados inmediatamente. Habían sido severamente castigados por una simple multa. Ese comandante, según varios testimonios, tuvo el valor de probar la comida de los prisioneros. Desde entonces, la humanidad se instaló en la cocina de la penitenciaría.

En el funeral de una vecina, la asistencia observó con emoción la actitud muy respetuosa del general Jean Baptiste Hilaire, entonces ministro de relaciones exteriores, en presencia de sus antiguos instructores. Cuando lo saludé en la calle, pocas semanas después del terremoto de enero de 2010, recordó perfectamente mi primera visita, acompañado de mi padre, al cuartel general del Ejército en 1973…

III

Cómo explicar que hayamos creado una democracia llena de interrogantes en la que uno puede ser castigado porque preguntó acerca de las reservas en el banco central o de la calidad de la comida que se vende en las aceras.

IV

En el barrio de Lalue, bajo la presidencia de Sténio Vincent (1930-41) hubo una pequeña sinagoga. Supe de su existencia a través de la correspondencia con una amiga judía, venezolana. El entonces canciller, al tanto de mis investigaciones sobre la posible localización del lugar, me envió palabras de aliento. El amigo que me trajo su tarjeta me confió que el canciller está muy interesado, porque en el ministerio de cultos no hay archivo. Haití no tiene ni siquiera archivo de sus revoluciones, unas más aterradoras que otras. La situación es increíblemente compleja. Recuerdo que después de saludar en una ocasión a André Apaid Jr, comenté a un miembro de su familia: -espero que algún día nos explique por qué honestamente el proyecto del contrato social fracasó…

En las columnas de uno de nuestros dos principales periódicos, defendí la administración de la Dirección General de Impuestos por el entonces director general Jocelerme Privert, a finales de los años 90. Mientras tanto, mi generación ignora los explosivos desafíos soportados por ese director -futuro presidente de la república en 2016-, atrapado entre los fanáticos de Aristide y los de Préval, quienes controlaban la administración pública. Aquel a quien sus compañeros saludaban como el padre de la modernización del notariado haitiano, Me. Jean-Henry Céant, no ha dicho aún nada sobre los verdaderos desafíos y hostilidades encaradas al atreverse a crear la organización cívica «Renmen Ayiti» (Amar a Haití).