La noche el pasado viernes, mientras me encontraba entre el público que se dio cita al concierto de Toné Vicioso en el Centro Cultural Banreservas, buscaba en mi cabeza ciertas estructuras o patrones musicales que me permitieran reconocer de qué lejanía insondable provenía esa música que estaba escuchando. Por momento, sin que interviniera mi cabeza, dejaba que mi cuerpo dialogara con el ritmo, pero mi mente inquieta, tal vez guiada por la intuición, se ponía a elucubrar buscando el epicentro de aquella disrupción sonora.
Cuando escuchaba los congos y atabales me iba en un viaje sin retorno a esa África negra que aportó ritmo al mundo, siendo Los Congos de Villa Mella, el clan Los Morenos y el Grupo Convite sus mejores embajadores por esta isla. Los güireros volvían a desmentir la tesis disonante de Juan Bosch, quien sostenía que "el güirero no es músico". Mientras que de entre los dedos del bajista emergía esa tradición de grandes intérpretes del bajo de origen africano que cultivaron el "Afrobeat", entre los que sobresale Richard Bona.
Las cantadoras intervenían como médiums para que allí se escuchara el canto de Enerolisa con su Salve de Mata de los Indios y Totó la Momposina. El clarinete y el saxo parecían invocar las vibraciones telúricas que dejaron orbitando en el cosmos Sun Ra, John Coltrane y Don Cherry.
Pero todo me quedó más claro cuando el Toné, en un movimiento involuntario, levantó uno de sus brazos quedando desvelada debajo de la chaqueta de jeans que vestía, una camiseta con la imagen estampada de Jimi Hendrix. Gracias querido Toné por dinamitar esa caja de pandora que los nacionalismos decimonónicos pretenden silenciar.