Hace uno años quizás uno de los más reputados historiadores especializado en el fascismo italiano, afirmó que ni política ni históricamente se podía sostener que se estaba dando un retorno del fascismo, sea en Italia, sea en Europa. Con ello la idea de Umberto Eco de que el fascismo podía volver, bajo nuevas vestiduras, era rechazada por alguien con autoridad intelectual para hacerlo con credibilidad.

Emilio Gentile, que es el historiador al que me refiero, expresó esa idea, consideraba que pese a que la intención de la tesis de Eco era alertar contra el retorno del fascismo, podía contribuir a lo contrario, a debilitar el antifascismo. ¿Por qué? Debido a que podía despertar un interés y hasta una cierta fascinación por el fascismo por parte de los jóvenes.

Ellos ignoran bastante del fascismo histórico, el que gobernó por más de dos décadas Italia, y pueden dejarse seducir por  una “visión mítica”, heroica, estimulante del fascismo, basada en el “vivere pericolosamente” (vivir peligrosamente), un lema que incita a la aventura, a la rebeldía, a vivir con plenitud.

Al atribuírsele al fascismo el carácter de eterno, si bien se hizo para condenarlo, los neofascistas podrían sentirse orgullosos de que un intelectual, famoso mundialmente como Eco, entienda que el fascismo no morirá, que es eterno, por eso quizás se definen como “fascistas del tercer milenio”, que vinieron para quedarse ahora y continuarán después.

Pero la cuestión es que en historia, atribuir la eternidad a un hecho lleva a una distorsión del conocimiento histórico. El eterno retorno del fascismo es una analogía pero éstas llevan a efectuar falsificaciones del conocimiento. Por ejemplo, la Iglesia católica es una organización jerárquica, tiene como jefe al Papa, al que se considera una figura carismática y lo que afirma, en materia de fe, es aceptado.

El partido fascista y el fascismo como movimiento era una organización jerárquica, verticalista con un jefe carismático cuya voluntad se imponía de arriba a abajo en el sistema fascista. De esta analogía se puede concluir que la Iglesia es fascista. También que el fascismo era una organización católica. Ambas, conclusiones erróneas.

Aunque se emplea mucho, la analogía conduce a que se sustituya –escribe Gentile- la historiografía, que es un conocimiento crítico y elaborado siguiendo las normas del trabajo riguroso, sistemático y científico, por la ahistoriología. La ahistoriología sería una narración histórica dónde la imaginación y los datos se mezclan y manipulan, de manera que se les hace decir lo que el autor desea. En ese sentido la ahistoriología es a la historia, lo que la astrología es a la astronomía.

La Historia, y el oficio del historiador, se  practica considerando que el pasado histórico debe estudiarse en su contexto, y nunca pasar a convertirse en algo “plástico”, dúctil, adaptable, que se va moldeando al gusto de las ideas, expectativas y configuraciones mentales de la actualidad, del tiempo presente, y mucho menos a las preferencias o prejuicios ideológicos del que oficia como historiador.

Pensar que Colón en 1492 -por ejemplo-, debía pensar con las ideas de un hombre anticolonialista del siglo XIX (que eran muy pocos los que así pensaban), del XX o del XXI,  es para un suspenso en historia, pero sobre todo, nos ilumina para comprender que estamos ante alguien carente de sentido común y hasta de pensamiento lógico, científico y crítico. Por muy erudito que sea en alguna parcela del saber, sea histórico, filosófico o científico.

Dicho en breve, no es historia deducir de hechos que solo tienen una explicación por las condiciones materiales de ese periodo o del momento, por lo que se denomina el “espíritu de la época”, para acomodarlos y forzar la interpretación para que den una visión de acuerdo a lo que el autor quiere ver, porque o no ve más allá, por falta de perspectiva histórica, o, porque tiene un interés dominante en que sostengan sus ideas, prejuicios, ideología, valores o compromisos implícitos contractuales con los que subvencionan la investigación. Eso rebasa lo que es la historia como estudio científico para caer en la ahistoriología.

Teniendo lo anterior en consideración,  hay que admitir que los nuevos movimientos populistas que son acusados de fascistas, por todas sus ataduras ideológicas con ideas provenientes  del fascismo histórico, también sostienen ideas que no sólo son ajenas  a éste sino antagónicas con el fascismo. Algunos de esos grupos de la derecha radical populista, por ejemplo, reivindican el asambleísmo, la democracia directa. En eso siguen una posición en las antípodas del fascismo que era contrario a la democracia y las ideas de soberanía popular de la Revolución francesa de 1789.

Pero también hay una notable diferencia en las ideas económicas y hasta políticas. El fascismo histórico se presentaba como una vía intermedia entre el capitalismo y el socialismo y rechazaba el método democrático y liberal. Las libertades individuales les eran indiferentes porque el estado debía regular la vida  y los individuos subordinarse al interés estatal-nacional.

Hoy, al menos en Europa, por táctica si se quiere dar esta interpretación, los movimientos de la ultraderecha admiten la democracia representativa, aunque prometan cambiar o modificar la constitución para que responda a sus ideas fuerzas. Y aunque algunos se presentan como casi unos “libertarios” en cuanto a la libertad individual sabemos que su proyecto es autoritario y anti social respecto a lo que sea avanzar en igualdad, inclusión social y ampliación de derechos.

Respecto a lo económico, son neoliberales, están contra los impuestos, especialmente contra la imposición progresiva y admiten la “teoría del goteo hacia abajo” (trickle-down). Son procapitalistas o más aún, consideran que el capitalismo será eterno como lo presuponen buena parte de los economistas “mainstream”, neoclásicos.  Es decir, el “teórico” alineamiento fascista con lo popular, aquí no tiene cabida, La economía debe funcionar siguiendo los lineamientos de la revolución neoconservadora, la “reagan-economía”, con matices y variaciones, según los países y las coyunturas.

Esencialmente lo que son es lo que ha dicho Georgia Meloni en Italia: “somos conservadores”. La ultraderecha busca un espacio político-electoral para desplazar a los partidos de la derecha tradicional, obtener el poder (como en Italia), y aplicar un ideario conservador más duro. En materia de políticas socio-culturales, en materia migratoria, en temas como el aborto y el tema LGTBI e incluso en la visión del feminismo.

En 1994, la alarma sobre el regreso en Italia del fascismo podía tener cierta base, porque el Movimiento Social Italiano (MSI) de Giorgio Almirante, había sido fundado por ex jerarcas y funcionarios del régimen fascista. Luego se transformó en Alianza Nacional (AN) teniendo como secretario general a Gianfranco Fini y fueron en alianza electoral con Silvio Berlusconi y Umberto Bossi, jefe de la Liga Norte. Ganaron y los de AN obtuvieron un 13% de los votos.

Una alianza de derechas, sin duda, pero no fascista porque el fascismo fue centralista, no federalista ni menos separatista como sus aliados de la Liga Norte. También el fascismo se proclamaba un Estado social, sin embargo, Berlusconi representaba las políticas económicas neoliberales, privatizadoras y un estilo de gestión empresarial que quería trasladar al Gobierno.

Por ende, era un gobierno de derechas, conservador y neoliberal en lo económico, No otra cosa. A pesar de la presencia  en el mismo de los herederos del MSI neofascista, la Alianza Nacional. O sea, lo que hoy ha ocurrido en Italia el 25 de septiembre 2022, no es igual, pero tiene semejanzas con la experiencia de 1994. Aunque de los líderes de los partidos  de esa alianza solo queda el octogenario (85 años de edad) Berlusconi, el deus et machina de esa alianza Y “Fratelli de Italia”, liderado por Meloni, es el partido que obtuvo mayoría de votos en la coalición de derechas.

Hay un uso político quizás abusivo por parte de la izquierda de denominar fascista no sólo a los que se auto declaran adherirse a esas ideas sino a cualesquiera que, por el motivo que sea, no coinciden con sus consignas o propuestas. Recordemos que una de las causas de que Hitler accediera al poder fue la división entre socialistas y comunistas en Alemania.

A los primeros se les tildó de “socialfascistas” por los últimos y fue imposible unirse electoralmente. Si se hubieran unidos en una alianza política para concurrir a las elecciones, por matemática electoral, les hubiera dado una mayoría superior a la obtenida por los nazis y hubieran podido formar gobierno, aunque fuera en coalición con partidos democráticos de la derecha.

En Italia, no solo los comunistas sino socialistas como Lelio Basso defendían, después de la Liberación del fascismo,  que el  verdadero peligro de totalitarismo para Italia no estaba tanto en los neofascistas sino en la Democracia Cristiana (PDC). Esta reacción tan visceral tenía una causa: la DC y otros partidos, habían excluido, en 1947, tanto a los socialistas como a los comunistas del gobierno.

Durante la lucha contra el fascismo, socialistas y comunistas estuvieron siempre presentes en el campo de batalla y en la gestión o coordinación política, así como en todos los gobiernos que se constituyeron después de 1944. Ahora se les excluía. Se les vetaba. En el caso de los comunistas hasta que Aldo Moro (PDC) se abrió al llamado “Compromiso histórico”, de comunistas y Demócratas Cristianos y, según muchos, por ello fue asesinado. Por las “Brigadas Rojas”, instrumentalizadas por ciertos servicios de información, italianos o foráneos.

Palmiro Togliatti, secretario general del Partido Comunista (PCI), alertó en 1952 que el peligro fascista estaba siempre presente, aunque no se trataba de la defensa de un fascismo eterno, sino de denunciar lo que estaba fraguando la DC: ”volver a una hegemonía reaccionaria del viejo estilo, liquidando incluso las formas de la democracia, está presente en el grupo dirigente capitalista (…) el fascismo sigue presente como peligro y amenaza seria, y habrá que tener los ojos abiertos y un ánimo vigilante para no ser arrollados”. (Cit. por E. Gentile, Chi e fascista ,2019)

Ahora bien, la cuestión es que hoy en día la caracterización de los nuevos movimientos y partidos de ultra derecha y populistas, es que más que ser fascistas en sentido estricto, son nacionalistas, soberanistas, anti Unión Europea (EU), conservadores, anti aborto, anti migración irregular, etc. Así pues, es mejor no caer en analogías que pueden llevarnos a conclusiones radicalmente falsas y por tanto incongruentes con la realidad concreta.

Por ello, no se puede pasar por alto lo que realmente fue el fascismo histórico para poder poner el término fascista a algo o alguien.  Solo así no atribuiremos a movimientos políticos que no tienen todas sus características o que algunas de las que tienen son contrarias al fascismo histórico, el serlo. Por más que tengan un “aire de familia” o reminiscencias de aquél.

Aunque si se trata de poner adjetivos, de insultar, y excusarse así de indagar, investigar y analizar, no de comprender, ya sabemos lo que enseña el sempiterno “manual de uso de la charlatanería política”: el que no piensa como “yo” o como “nosotros” (el grupito que se retro alimenta de las mismas ideas y objetivos), es un “fascista”, un “nazionalista”, un “racista”, un “xenófobo” y  “patriarcalista”. Y fin del asunto.

A los que así actúan no les importa nada aquello de: Simplicitas est via esse asinus. La simplicidad o la simplificación es una manera de ser un burro.

Torrelodones, 1 de octubre de 2022