En torno al Evangelio y la pastoral de las iglesias cristianas siempre pululan sectores de diversos signos políticos que procuran sumar a creyentes a sus agendas, usualmente violentas y autoritarias. El libro del teólogo Juan José Tamayo, La Internacional del odio, ayuda a comprender este fenómeno, es decir, que desde el mensaje de amor de Jesús se busque promover el odio. Cualquier evaluación histórica nos muestra como los sectores reaccionarios monárquicos en el siglo XIX se montaron en el discurso católico para atacar la democracia y la modernidad. El fascismo italiano y el nazismo alemán supieron sumar a muchos cristianos y sus líderes en sus agendas criminales. El nacionalcatolicismo español fue todo un andamiaje ideológico para respaldar la dictadura franquista, semejante al respaldo de líderes y laicos de la Iglesia dominicana a la dictadura trujillista hasta la ruptura de enero del 1960. La Iglesia Ortodoxa sirvió de respaldo al régimen estalinista y por supuesto hubo sectores cristianos que se doblegaron a la agenda de sectores autoritarios de izquierda y de derecha en América Latina, lo que no invalida la naturaleza evangélica profunda de la Teología de la Liberación.
Varios casos recientes debemos prestarle atención. La naturaleza feroz de Putin al atacar Ucrania ha enmudecido a muchos sectores cristofascistas que celebraban delirantemente su represión a la comunidad LGBTQ y sus políticas misóginas. La ingenuidad de algunos, no todos, de los cristianos que respaldaban a Putin, no asimila que la defensa de toda política represiva contra cualquier grupo de seres humanos es precisamente una actividad violenta y que entre la misma y una guerra con armas no hay diferencia. Justificar a Putin no será un problema para los que abiertamente son impulsores de la tiranía y la represión contra todas las formas de diversidad social, pero para quienes lo hacen desde una perspectiva cristiana se enfrentan a una contradicción entre el mensaje de Jesús y sus pulsiones autoritarias.
Con Trump y Bolsonaro vimos como el respaldo a esos líderes corruptos, negadores de la ciencia y carentes de solidaridad con los más pobres, ha provocado miles de muertos por no responder oportunamente con las vacunas a los contagiados por el COVID. En el caso de Trump muchos creyentes respaldaron su intento de destruir la democracia norteamericana y deliraban con sus discursos de odio contra los latinos, los afroamericanos y las mujeres. Ese adocenamiento ideológico ha llevado a casos dramáticos como el caso de que un significativo número de los movimientos provida cristianos en Estados Unidos estén dirigidos por supremacistas blancos. Es el caso dominicano donde para algunos provida cristianos el trato como animales a las parturientas haitianas no va en contra de sus “principios”, y por tanto no los llevó a defenderlas porque tienen en su mente una actitud racista contra los vecinos de nuestro país. En las redes se ha notado como algunos de esos actores locales atacan a Francisco por su defensa de los refugiados sirios, pero alaban el respaldo a los refugiados ucranianos.
Ser cristiano implica pasar por un proceso permanente de conversión a Cristo y su mensaje. Quienes odian a diversos sectores sociales siguen el camino de Caín, son hijos de él y por tanto están apartados del resucitado. No es la beatería, ni el clericalismo, lo que hace de una postura de vida una experiencia cristiana. En un escenario donde la mentira es la norma en los ámbitos virtuales y donde voceadores entrenados en debatir con el objetivo de ganar disputas les aportan “likes” en sus redes sociales, con una agenda claramente misógina y antidemocrática, muchos creyentes son encandilados y arreados como ganado a defender posturas contrarias a su Fe.