Es que la amistad no necesita frecuencia. El amor sí.

Pero la amistad y sobre todo la amistad de hermanos, no necesita frecuencias". Borges 

Los medios de comunicación han cambiado. Los textos en lugar de la voz, las imágenes en lugar de los textos. La rapidez y eficacia de estos nuevos modos no reduce el impacto de una noticia triste. Quizás lo acrecienta. Así fue el domingo 19 de febrero de 2023 recibí la noticia del fallecimiento de Cristina.

Recibí de un amigo en común, Miguel Reyes Sánchez, el mensaje vía un chat grupal del cual participamos con compañeros de promoción universitaria. Fue muy triste. Enmudecí hasta hoy.

El lunes, acudí a despedirme de mi amiga, en un sobrio y sentido velatorio que organizó su familia. Llanto y abrazos, tanta recordación de la presencia de Cristina en tantas vidas.

Aprovecho estas líneas para reiterar mis sentimientos de solidaridad en esta triste hora a su hija, su nieta, sus hermanas y demás familiares y amigos.

Les cuento brevemente los recuerdos más notables de nuestra amistad. Me sirven para reconocer que la extrañaré.

Cristina Aguiar era un referente, especialmente para las mujeres abogadas. Su vida fue diferente a la de muchos dominicanos, especialmente porque sus años universitarios y como profesional en primera etapa, los vivió en Francia. Me contó que cuando recibió la colegiatura del Colegio de Abogados de París no había más dominicanos que ella. No conocía obstáculos que la detuvieran.

Formó familia y oficina de abogados en París, y viajaba ocasionalmente a la República Dominicana. Tuvo una hija a la que amó totalmente, y una nieta que era su debilidad.

Recuerdo que nos fuimos conociendo en sus viajes. Sus regresos a la patria causaban ¡alborozo! (era una palabra que ella usaba con frecuencia), impregnado de entusiasmo por el derecho y la academia. También aprovechábamos para amigarnos.

Recuerdo con especial detalle cuando vino invitada por la Cámara de Comercio y Producción de Santo Domingo (CCPSD) a dictar una de las primeras conferencias sobre arbitraje comercial e internacional del país. Miguel Ángel Heredia Bonetti y Fabiola Media facilitaron dicha actividad académica, que en aquel tiempo era para iniciados, pues todos cupimos cómodamente en el salón de consejo de la antigua sede de la CCPSD, en la magnífica casa colonial de la Arzobispo Nouel. En esa reunión con amplia presencia de francófilos conocí también a Leyda Margarita Piña, quien luego sirvió como jueza en nuestro Tribunal Constitucional.

En ocasiones la vida nos acerca a personas cuya amistad permanece con independencia del tiempo, la distancia e incluso las circunstancias. Cristina fue una de esas personas.

Compartimos tantas ideas, proyectos y familiaridad durante el tiempo que nos conocimos. La admiración irrestricta por la cultura francesa fue una coincidencia feliz que alargó nuestros encuentros al conversar sobre el teatro francés clásico de Moliére. Y si no concordábamos en pareceres, era lo mejor; era una delicia dialogar con Cristina en un ambiente de ideas distintas, la riqueza, generosidad y amplitud de espíritu que me regalaba en cada encuentro los atesoro con gran afecto.

Cristina continuaba viajando a la República Dominicana para visitar a su adorada madre, sus hermanas y sobrinos; aprovechaba para predicar las nuevas ideas jurídicas del acervo jurídico francés e internacional, que compartía también en los imprescindibles Coloquios Jurídicos de la doctora Rosa Campillo, en la oficina Russin Vecchi y Heredia Bonetti.

El mundo de las ideas nos enlazó en la vida académica de tal modo que emprendimos proyectos académicos ambiciosos, como el foro nacional organizado durante mi gestión como directora de la Escuela de Derecho de UNAPEC, con la rectoría del doctor Nicolás Pichardo. Se trató de las nuevas relaciones internacionales, en todas sus vertientes, jurídicas, políticas, económicas, de defensa, lingüísticas, en el cual se contó con las exposiciones magistrales, tanto de profesores franceses como dominicanos del más alto nivel, docentes de la entonces Escuela de Altos Estudios Internacionales adscrita a la Universidad de París V, donde Cristina era docente.

Años después llegó a tener participación política activa y dio un giro a su carrera hacia lo que era su gran pasión, las relaciones y el derecho internacionales. En esa etapa alcanzó a ser la primera mujer embajadora representando de la República Dominicana en las Naciones Unidas.

Sus años de servicio no pasarían sin dejar su sello indeleble, habiendo logrado que la Asamblea General de las Naciones Unidas mediante su Resolución 54/134, designara el día 25 de noviembre como Día Internacional De La Eliminación de la Violencia Contra La Mujer, en honor y memoria del día en que fueron asesinadas las luchadoras por la libertad Patria, Minerva y María Teresa Mirabal.

Esa era la Cristina del ámbito profesional y público, la que formó un currículo robusto y envidiable.

Tuve la suerte de igualmente apreciarla por sus otros atributos en lo personal y familiar. Destacaba su gusto por la moda y el estilo, habiendo logrado una elegancia parisina tropical con sus imprescindibles perlas y su impecable melena que lucía con garbo, con su mechón de canas.

Evoco que en mi primera visita a París me recomendaba pasear por la calle donde estaba su domicilio profesional, Faubourg St. Honoré, al igual que acompañarme al Palacio de Justicia del centro de París. Ambos paseos los recuerdo vívidamente, las risas, las paradas ante las vidrieras de las tiendas, la cámara donde se visten la toga los abogados, las meriendas de los abogados parisinos con champán en delicadas salitas de té.

La familiaridad, afecto y calidez eran signos de su naturaleza, le encantaba el sancocho que preparaba mi madre, siempre me preguntaba por ella. Se hizo tan amiga de mi hermana, su tocaya, como mía. De mi hermano ni hablar, siempre atenta a preguntarme por su hija. Siempre dispuesta a tender una mano amiga.

Nuestra comunicación más reciente fue cuando le solicité algún contacto en Francia, pues mi sobrina partió a estudiar derecho a ese país. Con gusto me facilitó sus contactos, y se alegró con nuestra familia por ese paso.

Nuestro trato no era tan frecuente en los últimos años, pero era constante. Cuando nos hablábamos o reuníamos parecía que no había pasado el tiempo. Nos consultábamos sobre la profesión y sobre la vida. El afecto y la conexión estaban intactas en cada encuentro.

Como suele ocurrir cuando alguien muy querido fallece, hoy siento que me faltaron horas con Cristina.

Su amor por Dios era irreductible. Sin importar su credo en cada momento, siempre tuvo la certeza de que era hija predilecta del Padre. Debe estar ante él en este momento, alborozada.

Descansa en paz amiga.