Los conflictos más importantes en las relaciones dominico haitianas son, sin dudas, el actual y aquel en el que retumbó el tambor de la guerra en los años oscuros de la dictadura duvalierista, en 1963.

En lo que debió ser el inicio de un complot para deponer el gobierno del presidente vitalicio por oficiales  de baja graduación del Ejército, encabezados  por el teniente Francois Benoit, un comando de soldados había intentado secuestrar los hijos menores del dictador: Jean Claude y su hermana Simone.

Las contingencias en la mañana del 26 de abril de 1963 fueron particularmente cruentas. Entre la comitiva que llevaba los niños al colegio cayeron abatidos el chofer que los conducía, sargento del Ejército, y otros tres espalderos.

La reacción de Duvalier fue tan violenta como su diabólica naturaleza. En seguida ordenó una represalia de tierra arrasada contra los insurrectos: casi todos fueron ejecutados, algunos incluso junto a sus familias de la manera más terrible.

Para que tengan una idea, sólo contra el teniente Benoit las milicias duvalieristas incendiaron su residencia, quemando vivos a sus padres, un hijo de dos años y sus tres sirvientes.

Días antes del atentado, el teniente Benoit se había refugiado en la embajada dominicana, pero el gobierno alegó su participación en el hecho, retornando al refugio tras fallar el intento de golpe.

Como parte de la brutal reacción del dictador, tropas del Ejército y miembros del cuerpo paramilitar de los Ton Ton Macutes habían penetrado y ocupado la sede dominicana, llegando incluso hasta su interior y revisarlo. Después permanecieron en su territorio, en flagrante violación de su fuero.

La reacción del gobierno dominicano no se hizo esperar, el presidente Juan Bosch ordenó el acuartelamiento de las tropas, cerró la frontera con la presencia de artillerías y blindados y puso la Fuerza Aérea en máxima alerta.

Todo esto con serias advertencias de represalias contra la agresión haitiana, sosteniendo que “la dignidad dominicana ha sido ultrajada en Haití de manera indignante y no estamos dispuestos a tolerar esa situación y no la toleraremos por ningún motivo”.

La estrategia dominicana calculó el contrataque por tres flancos: Dajabón, Elías Piña y Jimaní, desde donde, al mando del teniente coronel Rafael Tomás Fernández Domínguez, se iniciaría el avance hacia el vecino territorio en dirección a Puerto Príncipe.

Como ahora ocurre, el arsenal militar dominicano fue concentrado en los puntos fronterizos antes señalados, mientras los principales aviones de combate habían sido concentrados especialmente en la Base Aérea de Santiago de los Caballeros.

En medio de aquel ambiente de tensión y confrontación inminente, la diplomacia continental y la administración Kennedy (presidente entonces de Estados Unidos) mediaba ante una desafiante y obstinada cerrazón de Duvalier, que alegaba supuestos prejuicios racistas contra su país y llamaba la población a la resistencia y defensa frente a las amenazas dominicanas.

Finalmente, dieron sus frutos. Las presiones de Washington y demás instancias continentales así como la movilización de un poderío militar dispuesto a atacar y considerablemente superior disuadieron al dictador haitiano, que terminó retirando las tropas de la embajada dominicana, poniendo fin a la crisis.

Como planteo al principio, aquel acontecimiento como el que hoy nos ocupa con el caso del canal desde el río Masacre, si bien se parecen son esencialmente distintos.

Lo de ahora resulta más engorroso y difícil, si tenemos en cuenta la falta de autoridad e interlocutores fiables en un país en franca disolución. Sin dirección ni gobierno.