A principio de un nuevo año, siempre resulta necesario hacer una pausa y detenerse a pensar en que sociedad vivimos, especular sobre el rumbo o dirección que está tomando el sistema político y la cultura cívica dominicana, sobre todo en un año preelectoral en el cual se avivan y desatan todos los dioses y demonios que gobiernan nuestras formas de pensar y actuar.

En ese sentido, me interesa llamar la atención sobre la crisis del pensamiento liberal y el auge de la ideología conservadora en la cultura política y la cultura cívica dominicana en los dos últimos años. Por un lado, se ha producido un vacío de un programa o agenda progresista-liberal en el sistema político: sus líderes, discursos e instituciones no (re)presentan una agenda progresista. Por otro lado, estamos en presencia de un significativo aumento de la intolerancia de la población, los políticos, religiosos, periodistas, influencers, académicos, frente a la creciente diversidad cultural de los dominicanos.

Por tanto, la pregunta que tratamos de responder es ¿cuáles son los cambios sociales que nos pueden ayudar a comprender este ambiente nublado, caracterizado por la crisis del liberalismo y el auge del conservadurismo en la sociedad dominicana en los dos últimos años?

 

Las ideologías representan los grandes sistemas de valores, creencias, percepciones y, actitudes, que orientan de manera significativas las acciones de los actores y, proveen de sentido a las grandes disputas políticas, morales y, culturales que se escenifican en la sociedad. No son una esencia o una segunda naturaleza, sino que se construyen y reconstruyen permanentemente, en las trayectorias, experiencias y posicionamiento de los actores, los discursos e instituciones, en relación a los conflictos que enfrentan las sociedades.

De manera que, la ideología liberal y conservadora, se nos presenta en forma relacional, como un código binario que se influyen entre sí. La primera, se interesa por promover y legitimar los cambios sociales, el aumento de la libertad y autonomía de los individuos, frente a las desigualdades sociales e intolerancias culturales, mientras que la segunda, se esfuerza por preservar la identidad de la nación, el orden moral y los valores tradicionales de la religión y la familia, en oposición a los acelerados cambios sociales. El discurso conservador, tradicionalmente, se nos presenta como el discurso oficial, pues trata de preservar el poder de la tradición, el orden moral, familiar y religioso que históricamente legitima la desigualdad, la exclusión y las diversas formas de dominación.

Por tanto, no es de extrañar que, después de dos años de gobierno del PRM que, en la oposición, representaba el programa liberal en el sistema político dominicano, en la actualidad, a dos años de su gobierno, no (re)presenta una agenda progresista. Pues, durante este período, exceptuando las luchas en contra de la corrupción, no se ha expresado una voluntad política, una retórica del desarrollo humano, una ejecutoria del gobierno para un programa de redistribución de la riqueza, de mejora de la calidad de vida de los trabajadores, de mejorar la educación pública, de garantizar y proteger la seguridad social, los derechos adquiridos de las mujeres, los trabajadores inmigrantes y, reducir la exclusión e intolerancia frente a las preferencias sexuales de los grupos homosexuales.

Con la llegada al gobierno del PRM, se produjo también en el país, con pocas excepciones, una desmovilización de los actores de la sociedad civil y los movimientos sociales progresistas. Los actores e instituciones de la sociedad civil que apoyaron al PRM y hoy son parte del gobierno, han dejado de representar el contrapeso liberal al tradicional conservadurismo del sistema político dominicano. Como resultado de esta situación, el conservadurismo político está sólo, no tiene competencia, en el escenario político dominicano.

Por otro lado, es evidente que, con la revolución de las tecnologías de la comunicación, el auge de los medios de comunicación tradicionales: radio, televisión y las redes sociales, se está produciendo paradójicamente un crecimiento de la diversidad cultural, pero, al mismo tiempo también, un mayor nivel de intolerancia frente al multiculturalismo que caracteriza las sociedades democráticas modernas.

En los últimos años, la nueva oleada de conservadurismo y fundamentalismo en la cultura cívica dominicana parece estar asociada a las precariedades económicas de la población, como consecuencias de la pandemia de la COVID, el desempleo, las crisis inflacionarias, a las incertidumbres existenciales y, el aumento de la presencia de nacionales haitianos en la sociedad dominicana. Pero, sobre todo, el cambio de valores, actitudes y percepciones de un segmento de la población dominicana, está relacionado con el desarrollo de la cultura mediática, el incremento del uso de las tecnologías de la comunicación, el auge de los programas de radio y televisión y, las redes sociales que, en sus mayorías, los haters, los influencers y periodistas improvisados sin formación profesional ni capital cultural, han encontrado en la vulgaridad discursiva, en la promoción del miedo, del odio, una forma de espectáculo, entretenimiento y diversión de las masas que producen grandes capitales económicos, políticos y simbólicos y, un imaginario cultural, una subjetividad más conservadora en la población dominicana.

En la sociedad dominicana donde vivimos, caracterizada por la agudización de la crisis económica, la eterna desigualdad social, el conservadurismo político, las migraciones, el cambio cultural y el incremento de las incertidumbres existenciales de los dominicanos, parece que se han desatados los demonios del fundamentalismo nacionalista, moral y religioso que, en nombre de la nación, la dominicanidad, los sagrados valores de la religión y la familia, se niegan a reconocer los derechos de los otros y, el carácter diverso, heterogéneo y multicultural de la sociedad dominicana.