Si asumimos que, la democracia es un sistema de gobierno que debe garantizar los derechos de las minorías, la igualdad de participación de los ciudadanos, la justicia social y crear las condiciones para el bienestar económico de la población, nos daremos cuenta que la democracia dominicana está muy lejos de garantizar estas pretensiones normativas mínimas.

Sin lugar a dudas, la democracia dominicana está pasando por un proceso de crisis; caracterizado por la incapacidad de las élites políticas de hacer cumplir con las expectativas de igualdad de derecho de las minorías, de bienestar económico de la población y de seguridad social para los ciudadanos.

El congreso y los partidos dominicanos, no logran hacer avanzar una agenda progresista donde se reconozca el derecho a decidir de las mujeres en relación al embarazo y las tres causales, se desconocen sistemáticamente los derechos sexuales de las minorías lesbiana, gay, transexual y bisexual (LGTB), se excluye la discusión sobre los derechos laborales y una seguridad social digna para los trabajadores.

Las élites dominantes, no logran establecer un modelo de desarrollo que reduzca la pobreza, los bajos salarios, la inequidad y la persistente desigualdad social que predomina en la sociedad dominicana, estructurando una crisis de cohesión, de integración social, que presiona hacia la emigración, la delincuencia y la inseguridad social de los dominicanos. A pesar de la alta tasa de crecimiento económico de las últimas décadas, la república dominicana sigue siendo uno de los países con mayor nivel de desigualdad social y bajos índices de desarrollo humano en la región latinoamericana. (https://www.do.undp.org/content/dominican_republic/es/home/presscenter/articles/2019/en-rd-persisten-las-desigualdades-mas-alla-del-ingreso).

Frente a esta prolongada crisis social que nos castiga (asociada a factores externos, pero también internos), es de esperar que se incrementen las decepciones políticas, la falta de seguridad social, las incertidumbres existenciales, la desconfianza de los dominicanos en el sistema político y, se produzca la emergencia de un discurso y liderazgo neopopulista.

De entrada hay que tener presente que el neopopulismo, de izquierda o de derecha, no es una categoría esencialista u ontológica que sólo aparece en gobiernos autoritarios, sino que puede presentarse de diversas formas y en diferentes escenarios políticos, incluyendo los regímenes democráticos.

En la tradición populista, se trata de construir una retórica dualista, poco compleja, del enemigo, de un otro culpable de la crisis: llámense los inmigrantes (la derecha) o el imperialismo (la izquierda) y, presentar al pueblo como víctima y, al líder populista como su salvador.

La ideología política neopopulista cuestiona el orden político mediante la construcción de un discurso que apela a la categoría genérica de pueblo (sin distinción de clases sociales, de género, edad o de origen étnico) como agente histórico del cambio social. Se apoya en un liderazgo autoritario, voluntarista que se presenta como el salvador, el mesías, inclusive el predestinado a garantiza la prosperidad, la seguridad, el desarrollo del pueblo y la nación.

En los últimos años hemos sido testigos, en Europa, Estados Unidos y en América Latina, de las consecuencias del ascenso de los discursos, los líderes y partidos neopopulistas. Son muy bien conocidos los casos de Donald Trump en Estados Unidos, que llegó al poder atacando la inmigración latinoamericana, en particular la Mexicana, proponiendo la construcción de un muro para acabar con la inmigración. Los casos de autoritarismo de Bolsonaro en Brasil, que ha declarado la guerra contra los derechos de las minorías, el feminismo, la diversidad sexual, el ecologismo y el antirracismo. Maduro en Venezuela que, en nombre del antiimperialismo,  ha producido una centralización y militarización del poder del Estado, profundizando una crisis política, económica y social que ha incrementado la pobreza y expulsados millones de venezolanos.

Hay que resistir la tentación neopopulista pues, en estos gobiernos, se produce la centralización del poder del Estado, se fortalece la militarización de la esfera pública, se destruyen los avances logrados en las instituciones políticas, en el sistema de partidos, electoral y judicial, se deteriora la participación de la sociedad civil, se reprimen los movimientos sociales y limitan las libertades públicas.

A pesar de la crisis de la democracia neoliberal, hay que avanzar en las reformas políticas, que permitan fortalecer la descentralización del poder ejecutivo, la autonomía del poder judicial, electoral, la ampliación de los derechos de los ciudadanos y el reconocimiento de los derechos culturales de las minorías, pues la retórica neopopulista tiene el potencial de transformarse en una amenaza para la institucionalidad y un obstáculo para avanzar hacia una democracia más deliberativa y participativa. Sólo profundizando las reformas progresistas y ampliando la base de participación de los ciudadanos, podremos resistir la tentación autoritaria, neopopulista.