¿Quién diría que la confianza es una virtud escasa en América Latina y el Caribe?, la confianza es la base de todo tipo de relación en sociedad, sin embargo, Latinoamérica y el Caribe nunca califican alto según el informe insigne del BID, Mejores gastos para mejores vidas: como puede América Latina y el Caribe hacer más con menos, una investigación realizada con la finalidad de entender mejor la relación entre la confianza y los presupuestos fiscales.
No existe duda de que los ciudadanos aspiran a una educación y atención médica de calidad, transporte vial en buen estado, comunidades seguras y respirar aire limpio y fresco, pero de lo que no existe duda tampoco, es de que no están dispuestos a pagar impuestos más altos para obtenerlos, la ciudadanía se resiste a financiar más y más programas gubernamentales en los que no se evidencian que los presupuestos asignados buscan un equilibrio entre las diferentes áreas donde los gobiernos asignan los recursos, ya que no ven los efectos de dicho gasto en la calidad de los servicios que reciben. Solo una de cada 10 personas cree que los demás actuarán de manera adecuada, lo que nos ubica como la región del mundo con mayores niveles de desconfianza.
La encuesta del BID-LAPOP analizó las expectativas de los encuestados con respecto a los funcionarios públicos, las personas en general y los miembros de la familia. En una escala de 4 puntos, la confianza en la familia llegó a 3.4, hacia las personas en general fue de 2.4. Los políticos, por su parte, recibieron la peor evaluación, alcanzando solo un 1.9.
Los encuestados más desconfiados y escépticos en cuanto a los políticos y funcionarios, mostraron menos preferencias en políticas que favorecían la expansión del gobierno, como en la educación, la redistribución del ingreso y su propia seguridad. A estos resultados Keefer los llamó el síndrome de "dame la lavadora ahora", y afecta directamente al gasto presupuestario. Los ciudadanos prefieren los programas gubernamentales que entregan beneficios inmediatos —como las pensiones por ejemplo— sobre el gasto que ofrecen beneficios a largo plazo, como la educación o la infraestructura, lo que perjudica el crecimiento y la productividad, porque hace que los presupuestos sean más rígidos.
La encuesta en sentido general reveló datos significativos entre la desconfianza en el gobierno y la distribución y eficiencia del gasto en sus comunidades, ¿cómo llegamos a este punto?
La confianza guarda una relación directa y profunda entre lo que las personas dicen y hacen, cuando la coherencia entre estos dos aspectos está presente, da seguridad y firmeza a los vínculos, haciéndolos más estables y duraderos, pero cuando no, es difícil e incluso imposible restablecer la fe, la franqueza e incluso la esperanza en que un mejor porvenir es posible, porque ya está instalada en la psique la inseguridad latente, a la que predispone la inconsistencia entre lo que se dice y se hace, activando las alarmas y el estado de defensiva para evitar males mayores, de manera tal que las acciones que se siguen manifestando en sociedad responderán en consecuencia a este estado de aprensión, recelo y sospecha con el que permanentemente se vive dadas las circunstancias que favorece el clima de inseguridad ciudadana, de tigueraje, tumbapolvismo, transfuguismo, violencia doméstica, social, criminal y política tan presentes en la actualidad.
El individuo es anterior a la sociedad, por tanto, no se puede hablar de la realidad social sin explicar al individuo —la realidad en sí misma, lo único asible— de la sociedad. Las personas con sus condicionamientos previos (creados por otros individuos), sus acciones, modificaciones, estados de ánimo, historias, inclinaciones instintivas, objetivos, etc., todos estos elementos convergen en el individuo haciendo de él, una realidad histórica, única y singular en la existencia, la verdadera realidad; y luego la historia, la sociedad y la política, realidades secundarias como diría Georg Simmel, porque parten de los individuos, la materia asible, única, con capacidad de agencia y portadora de historias.
De lo anteriormente dicho no debe deducirse que la sociedad y las relaciones sociales no existen o no son realidades, porque sería incurrir en un reduccionismo de lo más simplista e insustancial, más bien, lo que pretendo señalar es que, todo lo social debe explicarse a partir de la realidad de los individuos, por lo que instituir a la razón como árbitro supremo y emerger con la pretensiosa superioridad moral de importar leyes, imitar modelos y extrapolar la realidad del desarrollo comunitario del extranjero porque es más desarrollado en términos económicos y políticos que lo propio, para hacerla encajar a fuerza de ley por medio del ejercicio del poder político y económico, solo da al traste con la poca capacidad e iniciativa espontánea del capital social, precipitan al fracaso cualquier posibilidad de desarrollo humano y económico a través de la creatividad y sobre todo anula e invisibilizan el metamensaje que dejan los esfuerzos que espontáneamente realizan buscando sobrevivir y adaptarse al orden preestablecido, lo que indudablemente genera efectos contraproducentes que impiden generar armonía y cohesión social, porque alteran los elementos base de una sociedad, de la calidad del capital social, en un sentido más amplio en lo concerniente, a la coherencia social y cultural interna, la confianza, las normas y los valores que rigen las interacciones entre las personas y las instituciones en las que estas se insertan como establece Parts 2009, que son a su vez los factores que facilitan la cooperación, el apoyo y la coordinación entre las personas y la sociedad en su conjunto.
Para que podamos entender mejor la sociedad partiendo de la individualidad, continuemos diseccionando el concepto. Lo que a diario vemos en la sociedad son acciones y sus efectos, ya sean conscientes e inconscientes, vertidas por los individuos, sin embargo, lo que atañe a la sociología son las acciones sociales con sentido, no las acciones por imitación puramente reactivas, aunque estas tienen el mismo alcance que la acción social propiamente dicha dotada de significación cultural, para esta ciencia como tal, solo valen como distinguida en cuanto a estamental, las que adquieren valoración social y se repiten consecuentemente ya sea por moda, por ser ejemplar, por tradición, o cualquier motivo semejante. Estas acciones tienden a ligarse en reciprocidad porque las personas continuamente tienen instintos y fines que los llevan a unirse entre sí para llevarlas a cabo y lograr los efectos que pretenden, aunque finalmente esta parte sea incierta.
Georg Simmel explica que la unidad de estas acciones es lo que llamamos sociedad, están dadas en un espacio vacío, en el que son los individuos son el contenido que dotan el término de significación y las estructuras culturales y sociales, las formas. Como diría Levine “pareciera ser que los conceptos abstractos, para ordenar el mundo, están en nuestra cabeza y es nuestra cabeza —o sea nosotros mismos— quienes ordenamos estos hechos desordenados”.
Los instintos eróticos, los intereses materiales, los impulsos religiosos, los fines de la defensa y del ataque, el juego y el trabajo lucrativo, la prestación de ayuda, la enseñanza e incontables otros, hacen que el ser humano entre con los otros en una relación de estar juntos, de actuar unos para otros, con otros, contra otros, en una correlación de circunstancias, es decir que ejerce efectos sobre otros y sufre efectos por parte de éstos (Simmel, 2002, pp. 33-34); un cuerpo orgánico es una unidad, porque sus órganos se encuentran en un cambio mutuo de energías, mucho más íntimo que con ningún ser exterior (Simmel, 1986, pp.15-16).
Ahora ya podemos hacernos una idea de un capital social, en el que cada relación, institución, autoridades, normativa, usos y costumbres constituye un cuerpo. Todo lo que conocemos y creemos conocer nos lleva a unirnos, a cooperar, a crear una amistad, a luchar por un ideal, a guardar o ventilar secretos mutuamente, a unirnos en pareja, a crear una sociedad empresarial, a subordinarnos, generar relaciones de dominio y basar cada relación interhumana en una lucha de poder interminable, a fomentar prejuicios, imponer criterios, etc, dando lugar a una “mente” social, ambos elementos (mente y cuerpo social) como realidades secundarias.
¿Cuál es el diagnóstico de una sociedad profundamente atrasada a nivel de desarrollo humano en dimensiones como salud, educación e ingresos?, pasando actualmente por una reducción del 21.5%, 0.745 a 0.584, con un capital social desaprovechado y en medio de un clima de descomposición social a nivel cultural y político, informalidad y vulnerabilidad del empleo, con altos niveles de desigualdad estructural y baja productividad, a la vez que se promueve un progreso económico que no ha impactado la calidad de vida y economía de la gente?
Coincido con Bertolt Brecht cuando dijo que: “la crisis se produce cuando lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no acaba de nacer”, porque la sociedad como realidad secundaria no es una sustancia, ni es nada concreta en sí misma, sino que “es un acontecer (la función del recibir y efectuar del destino) y de la configuración de uno respecto a otro” (Simmel, 2002, pp. 33-34). Y las acciones recíprocas que actualmente preservan significación cultural siguen siendo las mismas de siempre en el ejercicio político y económico, caracterizado por la concentración del poder, la cultura de privilegios de los mismos de siempre y la debilidad institucional.
El relevo político juvenil más inconsciente e irresponsable tiene lugar hoy, con un perfil ideológico que no comulga con sus acciones políticas, con tendencia a la corrupción y a la subordinación, como han demostrado los protagonistas del Ministerio de la Juventud y sus múltiples gestiones públicas de dudosa reputación, sumergidas bajo constantes señalamientos de corrupción y malversación de fondos públicos, como también el caso de los delfines políticos contemporáneos, y su comportamiento de figurilla manipulable, carentes de liderazgo genuino reconocido por parte de la sociedad, sino más bien por su partido, sin mérito ni luz propia, cuya identidad es solo una sombra, un reflejo tenue decorado por el apellido o respaldado por la imagen del patrocinador que les subvenciona la carrera política, para que el circo puedan continuar y llamar sus inclinaciones particulares derechos.