«Lo mío no es practicar deportes sino sentarme a beber en el rincón más apartado del bar», dice un amigo, sabedor de los problemas que les pueden ocurrir a aquellos que montan en bicicleta o corren a lo loco: fracturas o caídas irremediables.

Ahora descubro que hay una forma de correr como el cangrejo. Es decir, para atrás, cuyo riesgo más frecuente es este: caer y romperse algo o todo. Lo llaman también retrorunning, palabra inglesa repleta de erres y enes, que me suena tan extraña como la actividad nombrada.

Como lo he dicho, ignoraba la existencia de esta disciplina y pese a mi pereza milenaria y a que ni siquiera corro para alcanzar el autobús, me puse medio a practicarla, no en un rincón de una taberna como sugería mi amigo, sino en el pasillo de mi casa.

 

Aclaro que mi vergüenza era mayor a mi curiosidad y por eso no fui al parque más cercano y aunque despejé el camino de posibles obstáculos (juguetes, zapatos, mochilas tristes) no pude completar los once pasos que, según mis cálculos, podía dar en aquel breve espacio, parafraseando a Milanés. En efecto, mis pies sabotearon mi espíritu deportivo, la punta de uno se encargó de chocar al talón del otro y caí, sin lamentos ni dolor, salvo el que recibieron mi ego y mis codos, que me ayudaron a amortiguar el trancazo.

 

 

Podría alegar que la culpa fue de Guillaume de Lustrac, que había roto la marca mundial de maratón corriendo hacia atrás, con un tiempo de 3 horas y 25 minutos el domingo 23 de abril pasado, pero quién me hubiera creído.

 

 

Regreso al corredor francés que quería su record y su hazaña. Él sabía o, lo supo luego de varios intentos fallidos, que necesitaba una competencia poco concurrida, casi anónima. Mientras menos maratonistas hubiera, menor era el riesgo de tropezar con ellos. Al principio no entendí que don Guillaume había corrido a su estilo, de reversa, sin mirar por donde iba, mezclado con los demás que tiraban pa´lante.

 

Así llegaría a Saint Paul les Romans, un poblado de la región de Drome, que organiza un maratón poco memorable. Nada mejor que invocar la ayuda de San Pablo, fiero perseguidor de cristianos, para batir un récord de velocidad y resistencia y extravagancia, pensé.

 

No fue fácil, dice sirviéndose del cliché, muchos días de entrenar y de soportar que la gente me mirase raro. En este sentido, una compañera de pasión, la española Sandra Corcuelo, pentacampeona mundial, lo explica mejor: «Muchas personas que me ven en la calle me dan ánimos, pero realmente no se unen a lo que estoy haciendo porque dicen que ya es suficientemente duro ir hacia delante».

 

Sí, es difícil ir hacia adelante, o simplemente andar, pero ¿el ir hacia atrás encierra algún trauma psicológico o todo se reduce al deporte? Qué lástima que no sea como Freud y no pueda encontrar alguna explicación torcida, ligada al sexo, a la infancia, a recuerdos insuperables.

 

Lo cierto es que, si bien las caídas pueden ser aparatosas, con el tiempo logran vencerlas y, lo mejor es que dicha disciplina evita las lesiones, porque el impacto es menor, sobre todo en las rodillas. Se corre con más ligereza, sobre las puntas de los pies, alegan.

 

Insisto, como no sé mucho sobre las artes del trotar, por eso me sorprenden Lustrac y Corcuera. No obstante, me maravilla más el esfuerzo que hacen los tarahumaras en la Sierra de Chihuahua. Estos antiguos mexicanos han corrido durante años por los desfiladeros de su montaña, no para entrenar, sino para conseguir leña, comida, agua o simplemente para visitar algún amigo, pues viven aislados por esa naturaleza abrupta y bella a la vez, donde no hay de otra más que caminar o correr… Baste mencionar a Lorena Ramírez, apodada La de los pies alados y campeona en ultramaratones, pero esta sería otra historia.

 

La vida se vive hacia adelante, pero se entiende hacia atrás, menciona Villoro en una de sus novelas. ¿Será que estos corredores en reversa reflexionan sobre su pasado al tiempo que no miran adónde van o solo desean lucir lindas piernas y evitar lastimarse? En fin, mejor el bar que el ejercicio, ¿no?