La filosofía, con sobrada razón, se diría es una esfera de conocimiento general que estudia, no sin espíritu crítico, tanto el ser material y espiritual, no solo para desentrañar su sentido, sino, también, desocultar la verdad. De ahí que tuviese, sobre todo, la misión intrínseca de revelar, descubrir y hacer visible, a ojos vistas, todo cuanto pareciese encubierto. De acuerdo con ello, José Ortega y Gasset, habría dicho, no sin razón que:

“La filosofía es un enorme apetito de transparencia y una resuelta voluntad de medio día. Su propósito radicar es traer a la superficie, declarar, descubrir lo oculto o develado—en Grecia la filosofía comenzó por llamarse alétheia, que significa deso-cultación, develación o desvelación”.

Margarita Torres sabe muy bien que es así y no de otro modo. La razón: estudió hace unos años filosofía pura en la Pontificia Universidad Católica Madre Maestra (PUCMM), de esta ciudad capital. Justamente por eso ha podido forjar una visión de totalidad sobre la realidad, el ser, la verdad y sus más diversas manifestaciones, tanto recónditas como imperceptibles a simple golpe de vista.

Diríase, sin faltar a la verdad, que su larga, intensa y fructífera trayectoria periodística desde siempre ha sido iluminada por la claridad de su profunda sabiduría filosófica. Fundamentada en ella, cabría decir, sin más, reflexiona, interpreta y comprende el sentido y sin sentido de todo cuanto existe.

Por su gran apego a la filosofía y los preceptos fundamentales de la ética, la verdad y los derechos humanos, Margarita Torres refleja en todo su quehacer profesional, periodístico, analítico, interpretativo y narrativo, el gesto heroico de pensar y escribir, el cual, como se habría de saber, constituye la más elevada expresión de reflexión y creación intelectual. Probablemente por eso, ha desempeñado, con notable eficiencia, disciplina y ejemplar transparencia, diferentes cargos del sector público y privado.

Como parte significativa de su práctica escritural ha podido elaborar, gracias a su  prodigiosa imaginación filosófica, importantes obras de ficción (‘El niño que no tuvo un tambor’, ‘El rastro de tu aroma’ y, Sopa de murciélago’), impregnadas de realismo y admirable calidad estética. Además, cabría resaltar su gran capacidad para producir la cápsula educativa ‘Nosotros’ y el inolvidable programa ‘así y así somos’. Ello, ciertamente, no deja de ser un gran mérito, que la dignifica (aún más) porque sabe escribir lo que piensa o a la inversa: piensa muy bien lo que escribe. Eso, por supuesto, habría de perpetuarla en las entrañas misma de la cultura dominicana y, tal vez, más allá de ella.