Durante la intervención norteamericana de 1965, el presidente constitucional de la República Dominicana, Francisco A. Caamaño, me designó para que representara a su gobierno y al pueblo dominicano ante los gobiernos de Venezuela, Chile y México.

Estuve en esos tres países. En Venezuela, me entrevisté con el presidente Raúl Leoni; en Chile, con el presidente Eduardo Frei, y en México realicé una rueda de prensa.

En todos los países que visité me reuní con dirigentes sindicales, en mi calidad de secretario de organización de la Confederación autónoma de Sindicatos Cristianos (CASC).

Además, estuve en Puerto Rico, donde me entrevisté con el profesor Juan Bosch, y en los Estados Unidos, específicamente en Nueva York y Washington.

El 20 de junio de 1965, estando en Puerto Rico, Emilio Máspero, encargado de la Central Latinoamericana de Sindicalistas Cristianos (CLASC) para el Caribe, me llamó por teléfono, desde Venezuela, y me ordenó que fuera a Nueva York, que un grupo de relaciones públicas me elaboraría un programa de relaciones con personalidades y periodistas para tratar sobre la revolución que se estaba dando en República Dominica, agravada por la invasión de los Estados Unidos.

Me trasladé a Nueva York, me mostraron el programa, debía trasladarme a Washington para reunirme con dos periodistas norteamericanos, también con un político y con una representación del Departamento de Estado, que es la agencia que maneja la política exterior de los Estados Unidos.

En Washington, me reuní con dos periodistas, uno del The Washington Post y otro del New York Times, también con un político de apellido Phillip, además me reuní con los dominicanos Dr. Antonio Rosario, político, dirigente del Partido Revolucionario Social Cristiano (PRSC), y Milton Messina, que trabajaba en un el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), quien, además, me entregó 1.000 dólares de su peculio personal para que se lo entregara personalmente a Juan Bosch, en Puerto Rico.

En el Departamento de Estado, me recibió un señor de apellido Montenegro, de origen nicaragüense, con quien conversé, en español. Me presentó un programa que incluía un intercambio de opiniones, un almuerzo con tres personalidades del Departamento y un recorrido por algunas oficinas.

El señor Montenegro agradeció mi visita, me presentó la oficina dedicada a la Republica Dominicana, inclusive me mostró varias fotografías mías, que yo no conocía, pero ellos las tenían.

Me informó que el día anterior lo había visitado el general Lagara Burgos, quien le ofreció importantes informaciones sobre la situación de la revolución que se producía en esos momentos en la República Dominicana, y le informó que él había estado con el movimiento constitucionalista, pero que después que llegaron los norteamericanos cambió de rumbo.

Después de explicarme que, para ellos, los norteamericanos, la situación dominicana era muy delicada, pues, según su opinión, un pequeño grupo de comunistas quería hacer otra revolución como la que hizo Fidel Castro en Cuba. Después de su introducción me pidió mi opinión sobre la situación.

La Confederación Autónoma de Sindicatos Cristianos (CASC), junto a la Central Latinoamericana de Sindicalistas Cristianos (CLASC), habíamos elaborado un documento estableciendo la posición de los trabajadores frente a la intervención norteamericana de 1965, y ese documento se lo entregué al Sr. Montenegro.

Ese manifiesto expresa el criterio de los trabajadores dominicanos, en especial de la CASC, de apoyar el movimiento constitucionalista, encabezado por el presidente Francisco A. Caamaño, repudio a la intervención norteamericana, explicar porqué los sindicalistas cristianos mantienen sus principios, valores y apoyo a la constitucionalidad y el honor y la valentía de proyectar una nueva sociedad, sin tutela de ningún imperialismo.

Cuando el señor Montenegro leyó el documento, inmediatamente reaccionó, y me dijo varias palabras muy duras contra el gobierno constitucional dominicano y los grupos que lo apoyábamos, y en especial a mi por presentarme al Departamento de Estado con ese documento. Además, me dijo tajantemente que la invitación que me había hecho para un almuerzo, con otras personalidades del Departamento de Estado, quedaba suspendido y me señaló la puerta de salida de su oficina.

Ante tal actitud salí apresuradamente de las oficinas del Departamento de Estado y me dirigí a un hotel, cerca del Departamento de Estado, donde estaba alojado el Dr. Antonio Rosario, dominicano, que había sido nombrado por el gobierno constitucional dominicano como embajador ante la Organización de Estados Americanos (OEA), pero no había podido tomar posesión de ese nombramiento porque la mayoría de los miembros de la OEA apoyaba la intervención norteamericana. En esa época la mayoría de los gobiernos de América Latina era de militares.

Conversé con el doctor Antonio Rosario, quien después de escuchar mi narración de lo acontecido ese mismo día en el Departamento de Estado, en Washington, me recomendó que saliera inmediatamente de esa ciudad y me fuera a otro lugar. Llevando sus consejos tomé un avión charter que viajan desde esa ciudad y me fui a Nueva York, donde vivía mi tía Cecilia Cerda.

Una semana después, estando en Nueva York, fui a la oficina correspondiente para renovar mi visa de residente, que había obtenido en 1959, cuando entré a Estados Unidos, como exiliado, procedente de Costa Rica.

Conversé con una señora apellido Thompson quien, después de revisar mis documentos, me condujo a la oficina pequeña y, junto a otro empleado, me interrogaron durante casi media hora. Todas las preguntas fueron relacionadas a mi participación en el movimiento constitucionalista, contra la intervención norteamericana a la República Dominicana.

Al final de la conversación me presentaron una información aparecida en el periódico Clarín, de Chile, el día 23 de mayo de 1965, que tiene como título; ”Caamaño no se rendirá, afirma enviado dominicano. Johnson es vaquero atómico”, con una foto mía. Además, me preguntaron que si yo había tenido una reunión con el Sr. Montenegro, en el Departamento de Estado.

Después de esta conversación, tomaron mi pasaporte y en el visado norteamericano pusieron "CANCELADO" y me dijeron: “usted no merece tener visado norteamericano". Pasé alrededor de 15 años sin poder volver a ingresar a los Estados Unidos.

Estas conversaciones en el Departamento de Estados, en Washington, Estados Unidos, en 1965, durante la intervención de los Estados Unidos a la República Dominicana, teniendo yo 26 años, han sido históricas para mi vida personal y profesional. ¡Me siento muy orgulloso de esta actividad, en defensa de la soberanía de nuestro país!