No es preciso ser psicólogo ni médico para saber que vivimos altos niveles de ansiedad y que no nos resulta conveniente. Veremos qué es la ansiedad, cómo se manifiesta, los factores que la producen y algunas opciones para enfrentarla.
La ansiedad es un estado de miedo a algo posible, aunque la mayoría de las veces no llega a suceder. Si te persigue una fiera lo que sentirías no es ansiedad sino simplemente miedo. Podemos describir la ansiedad como miedo al futuro, se dificulta vivir el presente porque tu mente está atormentada con alguna preocupación. Evidentemente todos solemos experimentar cierto grado de ansiedad, siendo normal y hasta saludable, pero cuando esa ansiedad se mantiene constantemente por largos períodos de tiempo e incluso afecta el desempeño diario, se considera un estado patológico y necesita psicoterapia, incluso pudiendo requerir medicarse con ansiolíticos y tal vez antidepresivos. Es más conveniente buscar ayuda temprano que tarde.
En el estado de ansiedad generalizada, la persona se siente vulnerable y se mantiene temerosa de forma global. Puede presentar diversos focos de preocupación: la salud personal o de sus seres queridos, estabilidad del empleo, situación económica, posibles cambios políticos o ambientales, etc. Pero también hay fobias o temores a elementos específicos normalmente inofensivos o con riesgos muy débiles (insectos, espacios abiertos o cerrados, a las agujas, etc.). Podría ser consecuencias de un trastorno de estrés postraumático, manifestación de un trastorno obsesivo compulsivo, consecuencia de abuso de drogas o por trastornos orgánicos.
Puede haber manifestaciones físicas como: palpitaciones, taquipnea, temblores, cefaleas, dolores musculares, diarrea, constipación, fatiga, etc. Pudiendo afectar a cualquier órgano, porque el cuerpo entero se ve funcionando en un estado de emergencia innecesario, pese a que normalmente es una falsa alarma, podría generar el desarrollo de casi cualquier enfermedad.
Psicológicamente se muestra miedo, agitación, insomnio, irritabilidad, falta de concentración, desmotivación, anhedonia, tendencia a bloquearse, etc.
Debido a que el miedo es una de las emociones que más nos hace reaccionar, constantemente somos empujados a sentir miedo, a estar ansiosos. De hecho, muchas personas e instituciones necesitan que tengas miedo para ellos poder ganar dinero. La ansiedad puede hacerte pagar más por seguros (de vida, de salud, de muerte, vehículos), hace que utilices más los servicios médicos, que inviertas en tu seguridad personal o de tu casa, que se invierta más en armamentos, que votes por algún candidato político, etc. Hay quienes consideran ingenuo a quien no esté afectado por la ansiedad.
Nuestra verdadera fortaleza se encuentra en nuestra mente, pero no nos conocemos lo suficiente a nosotros mismos. No puedes confiar en ti si no te conoces y no sabes cuáles son tus recursos para enfrentar los retos que la vida te presente. Tu resistencia no es necesariamente la misma que la de tus amigos, lo que para ellos es insoportable, para ti podría ser una situación perfectamente manejable.
Pueden llegarnos algunos “ecos” de nuestro subconsciente de este tipo: será un fracaso, vas a morir, no podrás, se burlarán de ti, etc., es difícil evitar tener pensamientos que te desagraden, pero puedes contrarrestarlos con frases de poder que son una especie de lemas de guerra, que disponen a todo tu ser a luchar y vencer.
En la pandemia del COVID hubo una canción cuyo título era “resistiré”, resultó muy valiosa en esos momentos en que en nuestro inconsciente colectivo retumbaba el mensaje de “moriremos”. De igual forma, tenemos que aprender a decirnos: yo puedo, lo lograré, si pasa lo que temo haré lo mejor que pueda, si se cierran las puertas ya encontraré una ventana, resistiré, etc. Debemos afirmarnos a nosotros mismos que mientras vivamos, algo podremos hacer. El miedo a una posible batalla puede matarnos sin que se produzca la batalla. Y en el caso de que finalmente sucediera lo que te preocupa, al menos no necesitas sufrirlo con tanta anticipación.
La espiritualidad puede ser un elemento de mucha ayuda. Sin embargo, a menudo notamos la siguiente posición: me gusta mi Iglesia, sé que hay un Dios en el Cielo, pero mis problemas son demasiado grandes. Aunque cuando el problema es ajeno afirmen con seguridad: no temas, se resolverá, Dios es bueno. Ciertamente este no es el tipo de fe que puede ayudar. La actitud correcta debiera ser: Dios está siempre conmigo, me equipó con los recursos necesarios para enfrentar satisfactoriamente mis retos, él cree en mí y yo tengo también que aprender a creer en mí, tengo la energía divina para hacer todo lo que sea necesario, pero debo aprender y disponerme a usarla. Mis hermanos de la iglesia son un gran apoyo, pero no pueden realizar el trabajo que me corresponde a mí.
Cuando decretas que el futuro será como quieres, todo tu ser se dispone para que así sea y desde ese momento se detiene tu sufrimiento anticipado y comienzas a sentirte mejor. Puedes y debes mejorar el hoy, incluso si no tuvieras seguridades del mañana.