Bani era un pueblo tranquilo políticamente. Para las minorías de lambones era un orgullo que allí naciera el Padre del Jefe. El terror comenzó con el asesinato indignante de Felito Peguero, un prestigioso abogado, lanzado a la orilla de la carretera, en un crimen jamás investigado, como tantos otros, quedando en la impunidad, como el de “Fin”, hijo de “Ñoñota”, Oficial de la Marina de Guerra.

En un inesperado acontecimiento, los miembros del servicio de inteligencia militar y los tétricos calíes, agentes de todos los aparatos represivos de la dictadura trujillista, después de la Gesta  patriótica del 14 de junio del 59 y el vil asesinato de las heroínas de Salcedo, las Hermanas Mirabal arreciaron furiosamente sus mecanismos represivos, sobre todo al “desvelarse” el glorioso movimiento revolucionario del 14 de junio, asaltando viviendas, violando todos los protocolos, ignorando todos los códigos de respeto a los derechos humanos del mundo.

Los pueblos se llenaron de terror por los abusivos apresamientos de una juventud llena de vida y de amor por la libertad, cuyos miembros fueron humillados, torturados, llevados hasta la muerte, en “La Victoria”, La Cuarenta, la Beata, no importa donde fuera. En Bani,  apresaron a varios jóvenes soñadores dejando el dolor y la  incertidumbre en numerosas familias, aunque en algunas de las paredes de estos hogares irónicamente una placa expresaba ¡En esta casa Trujillo es el Jefe!

Un joven, mi vecino, con apenas 20 años, flaco, con cara de niño no le hacía diferencia a los esbirros y torturadores.  Fue apresado llevado a los centros de tortura y  con saña le desfiguraron la cara,  torturaron todo su cuerpo, sin tocar sus ropas porque estaba desnudo, despertando odio y desprecio en cada tortura, porque eran intocables sus principios y su valor.  ¡Era un joven héroe del 14 de junio!

En celdas abarrotas de patriotas, compañeros de odisea, en noches donde el sueño se escondía  llegaba la nostalgia de un Baní bucólico, de una familia unida y orgullosa, de amigos siempre presentes, de amistades de un barrio pobre, enclavado frente al Cucurucho de Peravia, cerca del río, con la aureola del solar donde nació el Generalísimo Máximo Gómez, en el espacio entre el barrio de los Lora y el simbólico barrio de Villamajega, por donde pasaba la Sarandunga, con sueños, compensaba las barbaridades de una celda inmunda e inhumana.

Las torturas, los dolores, las humillaciones, las desilusiones, la soledad, la saña de los torturadores que no merecen mencionar su nombre por su maldad y su impunidad,  podrían haber hecho de él un resentido social, un delincuente, pero los principios crecieron, el orgullo del 14 de junio llenaba su existencia, la lucha por la Patria, por la libertad  lo hicieron crecer más, fortalecerse, reencontrarse, ser él, sintiéndose cada vez más útil al país, manteniendo sus principios originales.

Después de la vorágine, terminó el bachillerato, donde compartimos aulas, fue a la UASD y terminó graduándose con máximos honores de abogado. Se dedicó a trabajar por su pueblo, integrarse a las organizaciones sociales, a investigar  y a escribir, transmitiendo en todas sus actuaciones un amor por Baní y un orgullo de ser banilejo, siendo uno de los ideólogos del “Banilegismo”,  “los que se creen, como yo, que somos privilegiados por haber nacido en Baní!”

Nunca lo he escuchado alardear de su epopeya del 14 de junio.  Su humildad siempre ha sido la misma.   Éramos prácticamente vecinos, mi padre un antiguo maestro, el primero de Salinas, intercambiaba libros con su padre uno de los más grandes intelectuales del pueblo.

La esquina del Parque Marcos A. Cabral, frente a la catedral, conocida como “la esquina de Fabito” era lugar obligatorio porque todas las noches se convertía en el centro de las informaciones y los  conversatorios.  ¡Era una tertulia permanente! Mi vecino era una figura central, en realidad vivía leyendo y era superior a todos nosotros intelectualmente.

Los sábados circulaba un pequeño periódico rotativo “Ecos del Valle” que todo el mundo esperaba, donde se enteraba de las cosas de Baní y mi vecino, a pesar de su juventud fue excelente director del periódico.  Su visión de Estado, progreso, desarrollo de él estaba más adelantada que nuestra generación.  Mientras yo escribía poemas a “la dulce casta de mis sueños”, el escribía un editorial sobre “El Cinturón Verde”, que denunciaba el monopolio de una compañía y los obstáculos a los pequeños agricultores.

No  cambió con sus viejos amigos.  Todo lo contario. Su amistad, por ejemplo con mi hermano Héctor Gerardo se fortaleció, porque ambos eran excelentes juristas y porque había un lazo más profundo que los unía.  Ambos eran militantes del  glorioso movimiento del 14 de junio. La diferencia fue que mi vecino fue detectado por los servicios de inteligencia de la dictadura y Héctor no.  Aunque cada mañana y cada noche temía que lo apresaran.  ¡Eran días de angustia y de espera! Héctor nunca dio muestras de desesperación. Siempre el más tranquilo, el más pausado y el más ecuánime.

Acaba de ponerse a circular en el Centro Cultural Perelló de Baní, un libro-testimonio de mi vecino.  Para mí, enriquece la bibliografía banileja y en su temática, es el libro más profundo, más completo y más hermoso escrito por un banilejo, de una lectura obligatoria.

Para luchar contra el olvido, él tiene que escribir sobre la historia, el papel y la trascendencia del glorioso movimiento del 14 de junio en Baní, donde todavía son numerosas las interrogantes.  Él debe de incluir testimonios de personas que participaron y están vivas y de algunos que estaban en el movimiento y no fueron apresados.

El joven flaco, con apenas 20 años de edad, cuando fue hecho prisionero y torturado por los aparatos represivos de la dictadura trujillista, hoy ha escrito uno de los libros más trascendentes sobre Baní. El jefe mayor de los torturadores (JA), en una oportunidad, con fines inconfesables, al verlo todo masacrado por las torturas, le preguntó la edad y su nombre, respondiéndole: 20 años de edad y mi nombre es Sergio Germán Medrano