Monseñor Roque Antonio Adames Rodríguez

Cuando se pierde el respecto, la tentación de la expansión geopolítica  a consta de los otros se torna una tentación de algunos Estados de bautizos tardíos que emborrachados de Poder se llenan de delirios mesiánicos.  En nuestro caso, cuando el sol había besado las montañas durante miles de años, “el Nuevo Mundo” levantó la codicia de potencias europeas que pasaron a ser “descubridoras” y “colonizadoras” a nombre del progreso, de Dios y la “civilización”,  se apoderaron de todas las riquezas y los bienes de estas sociedades “descubiertas” sin medir el costo humano de esta osadía.

 

En la sobrevivencia, la verdad se petrifica y se pierde la vergüenza.  Haití copió los malos hábitos europeos y quiso hacer realidad la ecuación espuria de que “la isla era una e indivisible”, aposesionándose de lo que no le correspondía por 22 años de infortunios (1822-1844) que terminaron en un fracaso total para ellos  al definirse la  Independencia Nacional. Luego, la nostalgia traicionó a España y cuando había concluido su primavera histórica, en agonía, tratando de sobrevivir, asumió la “anexión” de nuestro país y sucumbió estrepitosamente por la acción de un pueblo enaltecido, casado con la gloria, en la epopeya de la Restauración Nacional.

 

En el firmamento, luceros anunciaban la presencia de la esperanza y de la paz, hasta que un ventarrón   de un país convertido en imperio, con tres letras (USA) como identidad, con redoblantes y cornetas de guerra anuncio la doctrina de un tal Monroe, al tiempo que la codicia arrancó posteriormente cocoteros vírgenes, proclamándose los “herederos” y “dueños” de América.

 

Penetraron, invadieron, intervinieron y lo arreglaron todo para que solo reinara su bandera.  A pesar de todo se equivocaron desde el principio, porque eran pueblos indomables, llenos de héroes y heroínas con estrellas en la frente, con corazones apasionados de utopías. En 1959,  el año amaneció en el Caribe con un aire de sol y de Son, Fidel y el Che bajaron triunfantes de montañas cómplices de Santiago de Cuba sorprendiendo al imperio para alegría del continente en una acción histórica de un antes y un después, donde los profanadores nunca recibirían el perdón del imperio y con la determinación de que no se permitiría su repetición nunca más.

 

El 24 de abril del 65, en Dominicana, un pueblo se llenó de gloria con soldados de la patria y héroes del pueblo, en una odisea convertida en  hazaña donde todas y todos los combatientes tenían un solo nombre de identidad: ¡Caamaño!

 

El imperio estaba herido e indignado y este atrevimiento no se podía permitir ni tolerar  y menos perdonar. Su objetivo fue el ahogar esta osadía.  El “gobierno” que permitieron en el país tenía que ser cómplice de  todas las represiones, persecuciones, asesinatos y muertes porque había que eliminar la historia con la represión, la tergiversación de la misma y privilegiar el olvido.

 

Los doce años de la dictadura ilustrada Balaguerista fue el escenario para la venganza y lo que no pudieron hacer de frente en el campo de batalla ahora lo harían con impunidad, con cobardía y con la complicidad perversa del Estado, eliminando combatientes por la espalda, como ocurrió con el glorioso Comandante Pichirilo.

La esencia de los doce años de Balaguer

Aunque el General Enrique Pérez y Pérez estaba al frente de la Policía Nacional solo recibía órdenes.  Quien decidía era la CIA. Después  del secuestro de Donald J. Croweley en 1970, un año después, con el apoyo de la USAID, la  CIA, acorde con diversos investigadores, creó el Frente Democrático anticomunista y Antiterrorista, conocida como la “Banda Colora”, por el Agente Anthony  Ruiz, con la cara visible de Ramón Pérez Martínez (Macorís) y el teniente Oscar Núñez.

 

El saldo de esta banda criminal, como por ejemplo el asesinato de los 5 dirigentes del Club Deportivo y Cultural Héctor J. Díaz, los abusos, persecuciones, el terror, las golpizas, los chantajes  con complicidades e impunidades en contra de los jóvenes revolucionarios dominicanos se convirtió en una vergüenza, un abuso y un descaro de la dictadura-ilustrada Balaguerista.

 

El 28 de octubre del 1970, con el visto bueno del obispo anglicano, Reverendo Telesforo Isaac y el Reverendo Raymundo García, de la iglesia evangélica dominicana, el Reverendo Edmundo Desueza y Dagoberto Tejeda Ortiz, con el apoyo del Consejo Mundial de Iglesias, fundaron en la ciudad de Santo Domingo,  el Centro de Educación y Acción Ecuménica (CEPAE), institución constituida por pastores, sacerdotes y laicos, abanderados de la Teología de la Liberación

 

En la primavera de 1973, en Bogotá, Colombia, fue celebrada una reunión internacional de grupos cristianos que enarbolaban esta bandera de la Teología de la Liberación, compuesto por sacerdotes católicos, pastores protestantes y laicos.

 

A nombre de CEPAE, Dagoberto Tejeda Ortiz, presentó a la asamblea  un documento donde denunciaba las acciones vandálicas y criminales de La Banda Colorá en Dominicana.  Unánimemente fue aprobada una  condena de repudió internacional en contra de la Banda Colorá y la dictadura-ilustrada Balaguerista de los doce años que recorrió el mudo.  Al concluir, varios asambleístas me advirtieron que me cuidara al llegar al país de posibles represalias del gobierno y de la Banda. En solidaridad todos iban a estar alertas y algunos me ofrecieron apoyo para quedarme un tiempo en Colombia.  Les di las gracias, pero tenía que regresar al país.

 

El día antes de salir para el aeropuerto, Monseñor Roque Antonio Adames Rodríguez se apareció en mi habitación y después de un saludo me dijo: “Dagoberto, estoy de acuerdo con el documento que presentaste sobre La Banda Colorá.  Mañana al llegar al aeropuerto en Santo Domingo yo estaré a tu lado.  Si te llevan preso tendrán también que llevarme a mí”.  Quedé sorprendido y sin habla por ese gesto tan valiente y tan generoso. Y así fue.  Si había algún plan de apresarme a mi llegada  fue modificado y pasamos los dos por aduana sin problemas.  A la salida, al despedirnos  me dijo: “Dagoberto, mantenme informado.  Si tienes problema, mira mi teléfono, comunícate de inmediato conmigo”.  Llegué a mi casa sin hablar con nadie. Sé que no pasó nada conmigo posteriormente por su intervención. Mi respeto y mi amistad crecieron por esta solidaridad. ¡Jesús, hubiera hecho lo mismo!