Leonardo Durán abrió los ojos con un pincel en la mano y la sonrisa del “colega” Leonardo da Vinci, en Sajona, San José de las Matas, en la primavera de 1957. Su catálogo de pintura fueron los imponentes paisajes de un Caribe ardiente, acorralado de pinos grises con verde y colibrís llenos de ternura, con sombreadas caderas femeninas para el grabado de banderas subversivas.
Como todo artista, sus sueños eran más grandes que las realidades. Con un hasta luego miró un amanecer que lo llenó de nostalgia y con una maleta amarilla con verde, se refugió en una guagua publica que era parte de su niñez llegando sin respiración a la zona colonial de la ciudad de Santo Domingo, donde las calles eran historias y los monumentos leyendas.
Leonardo sabía que el artista nace, pero para trascender tiene que formarse. Todo su arte inicial quedaba como recuerdo en Sajona. Debía perfeccionarse, crecer y escoger su camino artístico. Con pasión y muchos esfuerzos entró a la Escuela Nacional de Bellas Artes, graduándose de Profesor de Dibujo. Le nacieron alas, para volar en busca de sus sueños, magia y fantasía, tenía que convivir con las galaxias y se agarró de la mano de la maestra uruguaya Leonada González para profundizar en el grabado, ante una mirada de invitación se inscribió con la artista y maestra dominicana Rosa Tavarez para encontrarse con el grabado en metal, algo novedoso, y para terminar este ciclo entró al campo mágico de la litografía, con el maestro artístico dominicano Miki Vicioso.
A partir de ahí realmente el arte trascendió para la docencia, en una dimensión educativa, donde la pedagogía convierte la generosidad de dar en aprender, enseñando en la Escuela Nacional de Artes Visuales y en la Facultad de Artes de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD), su casa artística donde tenía un taller permanente de docencia, investigación y creatividad.
Leonardo era un docente, un maestro consagrado, apasionado, que hizo de su profesión de dibujante, grabador y educador, un sacerdocio. Su taller era un templo de permanente rituales y ceremonias para la creación artística y para la enseñanza. Cada vez que lo visitábamos, era como si fuera la primera vez, apasionadamente nos enseñaba todo lo creado, todo lo nuevo, su rostro se transformaba y hasta cambiaba la voz, con el orgullo de un hacedor, de un padre, de todo lo convertido en arte. ¡Dormía de noche y soñaba de día!
Su vida profesional, su quehacer artístico fue trascendente, tal como pudimos observar en su Exposición individual sobre la “Pasión Gráfica” (2008) en la Sala Ramón Oviedo del Ministerio de Cultura y la realizada en la Fundación Global Democracia y Desarrollo (FUNGLODE), (2008) sobre “Tocar un Cuerpo”, que sorprendió por su calidad y su atrevimiento visual y temático.
De igual manera, con su visión de compartir con los otros, participó en diversas exposiciones colectivas: en el Museo de Arte Moderno, con su “Magia de Papel”; “De Estampa a Estampa” (2018), en el Centro Cultural Banreservas y “Celebración Gráfica a la Cuentistica de Juan Bosch” (2019) en la Capilla de los Remedios de la Zona Colonial de la ciudad de Santo Domingo.
Con la humildad de los grandes artista y mejores seres humanos, sin hacer ostentaciones, en1989 obtuvo el Premio de Grabado de la Escuela de Artes Plástica de San Juan, Puerto Rico; Mención de Honor (1992) en el XVI Concurso de Arte E. León Jiménez; Mención de Dibujo (1993) Galería Arawak y el Museo de Arte Moderno; en la XXIV Bienal Nacional de Artes Visuales, fue escogida su obra “La Diablona” y Premio de Grabado en la XIX (2021) Bienal Nacional de Artes Visuales, con su obra, “Yo, Adán”.
Para prevenir la tentación del olvido, una escuela, un aula, una calle de Sajona en San José de las Matas, deben de ser honrados con su nombre, lo mismo que la Escuela Nacional de Bellas Artes y en la Universidad Autónoma de Santo Domingo, debe bautizarse su taller con su nombre, un aula o una Catedra Extra Curricular, porque además de un excelente artista, fue un magnifico dibujante, un exitoso grabador y un mejor docente. ¡Fue un maestro!
Callado, para no hacer ruido y llamar la atención, a pesar de sus dolores de una enfermedad no deseable como el cáncer, Leonardo, en la mañana de este sábado 24, antes de que saliera el sol, se fue a dibujar, hacer litografías, a grabar los luceros y las estrellas entre luciérnagas en un espacio de eternidad. Nosotros, en nuestra tertulia de todos los lunes, donde él participaba, estaremos tristes, con un frio en el alma por su ausencia.
En el próximo encuentro dejaremos una silla vacía y le reclamaremos eso de irse sin decirnos adiós. Pero él va sonreír y nosotros sabremos que estará allí para siempre. Aun así, la nostalgia estará presente en nuestros corazones. La tristeza es muy profunda. Nos miraremos en silencio y todos oiremos a lo lejos, la voz de Alberto Cortez susurrando, con el corazón en pedazos:
“Cuando un amigo se va
queda un espacio vacío
que no lo puede llenar
la llegada de otro amigo”…