Uno de los debates más polarizados de las últimas décadas es el de la despenalización del consumo. Desde teorías descabelladas referidas al grave daño social, hasta clasismo y racismo, no ha sido posible que un problema obvio de salud pública sea abordado como tal.
Lo cierto es que no existe en nuestra sociedad una sustancia criminógena con mayores consecuencias negativas que el alcohol. El alcohol está involucrado en la mayoría de los accidentes de tránsito, y en un gran número de riñas y violencia doméstica, pero no es socialmente reprochable. Al contrario, se promueve por todos lados. En cada cuadra, un colmadón.
La tenencia para uso personal de cualquier droga, como tantas veces ha dicho Zaffaroni, es una cuestión de moral individual. Cada quien debe tener la facultad de decidir lo que desea o no hacer, mientras esto no implique daños a terceros. Distinto fuera que la persona posea cantidades suficientes como para presumir venta y distribución. Aunque (siendo sarcástica), alguien tendría que encargarse, ¿no?
Imponerle al otro una moral particular, la que sea, anula toda posibilidad de autodeterminación. El límite es la afectación a algún derecho, y nadie tiene derecho a pretender vivir en un mundo en el que todos piensen igual. Además, cuando se prohíbe algo, la demanda no disminuye sino que se mantiene rígida.
Hay costos altos asociados al tratamiento de la adicción, pero lo que le corresponde al Estado -como política de salud- es prevenir, informar y reducir daños, no perseguir al adicto, que siempre existirá. En el caso de las drogas blandas (por ejemplo, la marihuana), se sabe que el consumo a temprana edad afecta el desarrollo cognitivo, o que pueden darse efectos no deseados al mezclar unas sustancias con otras.
La prohibición trae consigo mayores riesgos, como la violencia desmedida por el monopolio del mercado. No es posible tampoco ejercer un control de calidad sobre el producto. La adulteración es un grave problema sanitario. Por otro lado, se criminaliza de manera injusta a ciertas poblaciones. El mejor caso es el de las mujeres mulas, quienes antes son víctimas de trata.
¿Por qué los mercados ilícitos deben continuar regulando? ¿Cuál es la ventaja? La ley seca en Estados Unidos fue derogada en 1933 justo por estos motivos, además, desde luego, del factor económico (la depresión de los años treinta).
Sin embargo, lo más importante de todo es tener claro lo que en estas conversaciones siempre se ignora: que el consumir de forma habitual una droga no necesariamente implica un uso problemático. De hecho, pocas veces es así.