La opción política de poder no se construye de la noche a la mañana, ni tampoco espera a que llegue el proceso electoral. Es un trabajo constante y consciente, planificado, organizado, disciplinado y enfocado en alcanzar objetivos a corto, mediano y largo plazo. Cuando se definen las metas prioritarias, se mete todo el pie para coronar y pasar, sin detenerse, a la otra etapa del proyecto para alcanzar los objetivos deseados.

La izquierda debe constituirse en opción de poder. Pero para eso tiene que mostrar capacidad para gobernar de acuerdo con nuestra realidad, sin copiar experiencias internacionales, por más cerca en que se encuentren. Y algo muy importante: ajustarse y profundizar las condiciones democráticas del momento y al nivel organizativo del movimiento democrático, progresista y revolucionario. Sin caer ingenuamente en los predios del adversario.

Nadie en su sano juicio puede negar las debilidades de la izquierda, que la han postergado a un doloroso aislamiento de la población. Y a una dispersión organizativa que imposibilita aprovechar cualquier coyuntura inesperada para recuperar terreno perdido en su camino hacia el poder.

El aislamiento de la población se resuelve fortaleciendo a los grupos en los aspectos organizativo, educativo y de disciplina consciente, siempre en trabajo constante con la sociedad y sus entes sociales. La dispersión se vence practicando la unidad de acción en los diferentes frentes de masas y momentos especiales, como, por ejemplo, en las elecciones a celebrarse en sindicatos, entidades de profesionales, organizaciones populares, etc.

Hasta ahora, la izquierda no ha podido convertirse en alternativa de poder porque vive de espalda a la realidad y, en su desesperación, sectores de ella se convierten en bisagra de los conservadores. Los ventorrillos de la derecha sí la saben utilizar; los de la izquierda se desprestigian y pierden credibilidad.

En el proceso electoral que acaba de finalizar, la izquierda actuó de forma dispersa y aislada. Con todas las debilidades intrínsecas que presentan, no pudieron unirse. Un sector fue aliado de la derecha, y otros, perdidos en el contexto, lucieron erráticos en su discurso, andanzas y dejar pasar la coyuntura electoral. Y, por último, están aquellos que persiguen cambiar el sistema capitalista, participando en las elecciones y por cualquier protesta popular y ambiental.

Un escenario triste y significativo, digno de rodar una película: la izquierda dominicana perdida en su laberinto. Que lleve un mensaje esperanzador para vencer la frustración, el derrotismo y enderezar el rumbo a seguir.

Con ese cuadro descrito anteriormente, cada uno, en su orilla, levantó sus posiciones sobre las elecciones. La izquierda volvió a desaprovechar la coyuntura electoral. El silencio cómplice y el galloloquismo se hicieron presentes. Fue deprimente ver a algunos haciendo un coro desafinado con la derecha en las municipales, congresuales, ni se diga en las presidenciales. Con un arroz con mango con los progresistas, sectores revolucionarios intentaron sacar cabeza con una falsa unidad. En consecuencia, terminaron desenmascarando el montaje mediático de unidad, para ponerse al servicio del gobierno privatizador de Abinader y el PRM. Otros finalizaron friéndose en su propia salsa.

Óiganlo bien: la verdadera izquierda no debe construir una alternativa política para avanzar y alcanzar el poder yendo detrás de los partidos tradicionales por cargos públicos, privilegios irritantes y manteniendo una complicidad con los actuales inquilinos del Palacio Nacional. La doble moral no camina en estos tiempos.

El pueblo conoce al ciego durmiendo y al cojo sentado. El descrédito y la falta de confianza son los resultados de aplicar políticas que tienden a confundir frente a una derecha insaciable dirigiendo la administración pública.