Para cerrar el ciclo de la existencia humana también es pertinente intentar saber cómo Orlando nació y vivió. A su madre, Asela, le diagnosticaron desde niña que era diabética. Ella afrontó esa condición con austera disciplina y voluntad indómita. En intimidad familiar me dijo, jocosamente, que su profesor don Onésimo Jiménez la estimulaba diciéndole: “¿Cómo está ese ingenio ambulante?”
La diabetes le provocó varias pérdidas, pero tras un embarazo con reposo regulado y con sus indicadores clínicos sabiamente monitoreados por su cuñado “Perucho” nació Orlando en 1966.Quince años antes Salvador se había doctorado en la Universidad Complutense de Madrid, con su tesis “El Derecho de Asilo”. En noviembre 1961 fue de los propiciadores del pronunciamiento del general Echavarría desde la Base Aérea de Santiago que determinó la huida de los Trujillo. En 1965 fue procurador general de la República del gobierno en armas de Caamaño y negociador del “Acta Institucional”, que validó la revuelta constitucionalista.
En 1967 regresé graduado al país y estreché mi amistad con Salvador, surgida de vínculos entre nuestros antecesores. En “los doce años” Salvador recorrió el país predicando a favor de los Derechos Humanos. Siempre fui apartidista y participé con él en importantes cruzadas políticas opositoras, pero no todo era política. En mis frecuentes visitas a su casa le enseñé los fundamentos del baloncesto a Orlando. Con la misma disciplina que propició la llegada de Orlando, ya había nacido en 1970 la muy deseada Dilia Leticia, formando pareja con Orlando. Ambos crecieron con otro hermanito, “Fernandito”, hijo de Domitila, la sonriente ama de llaves.
Salvador dejó como legado las reformas más trascendentales de la historia económica contemporánea. El “Ad-Valorem” y el ITEBIS han sido el sostén recaudatorio del Estado. La “Unificación Cambiaria” creó una apertura modernizante para que la venerada “economía de postre” de azúcar, café y cacao cediera la primacía al turismo y a zonas francas de exportación.
Por encima de todo, Salvador no pretendió eternizarse en el poder. La Constitución de 1966 le daba el derecho a optar por la reelección por un número ilimitado de periodos, pero fiel a sus principios sometió varios proyectos para prohibir la reelección, que fueron rechazados.
Saliendo del poder, Salvador fue perseguido y buscó asilo en la Embajada de Venezuela. Visité a Orlando y le hablé así: “Lo de ahora y lo que pueda pasar después debes asumirlo como una prueba del destino para forjar tu carácter y tu alma. No hablo en términos gramaticales, sino metalúrgicos. La fortaleza de las herraduras de caballos se logra forjando el hierro: sometiéndolo de manera alternada a fuego intenso, seguido de impactantes golpes de martillo sobre un yunque. Finalmente se echa el metal candente en agua, para enfriarlo y endurecerlo. Mantén tu alma en paz con una forja protectora. Así la maledicencia no te hará daño y tu espíritu purificado con fuego y golpes se mantendrá incólume, sin amargarte con deseos de venganza y perdonando a los acosadores”.
Padre de Patricia Victoria, religiosa de los Heraldos del Evangelio, Orlando, cristiano, perdonó a quienes sacrificaron a Salvador y los suyos. Orlando se fue, dejando sola a Dilia Leticia y sin tener que arrepentirse de actuaciones en contra del prójimo.
Consternación, lágrimas y llantos no son ofrendas suficientes para superar el duelo de la tragedia. Salvador perdonó a quienes lo estigmatizaron con un escarnio peor que la muerte física. Algunos de sus acusadores, que habían sido sus amigos, se redimieron pidiéndole perdón en sus lechos de muerte. El arrepentimiento hizo que lloraran juntos, abrazados. ¿Cabría ahora un arrepentimiento social ante el calvario de Salvador y el martirologio de Orlando? Sin esa elegia redentora, los mejores ciudadanos se espantarán, alejándose cada vez más de la participación política.