Desde el 31 de julio, la mayor parte de los medios de comunicación internacional se han hecho eco del asesinato del líder de Al Qaeda, Ayman al Zawahiri, quien fue abatido por un dron estadounidense en la capital afgana de Kabul cuando se encontraba en el balcón de la residencia en que se alojaba. Y si bien la desaparición física de al Zawahiri significa el cierre de un ciclo en la lucha de los Estados Unidos contra el llamado extremismo islámico, con su muerte también se abren muchas incógnitas sobre el futuro la organización catalogada como terrorista, sobre su peligrosidad e, incluso, sobre la efectividad real a largo plazo de los asesinatos selectivos.
Lo primero que debemos tomar en cuenta es que, a tres meses de las elecciones legislativas y ante la caída inminente de la popularidad de Joe Biden, la muerte de al Zawahiri da cumplimiento a una promesa de campaña sobre su política exterior contra el terrorismo, lo que se reflejó en el apoyo casi unánime que recibió el mandatario tanto de demócratas como de republicanos, aumentando momentáneamente su popularidad hasta iniciada la crisis por la visita de N. Pelosi a Taiwán. En efecto, al anular al que fue considerado como la columna vertebral de Al Qaeda y quien, según la inteligencia norteamericana, participó de manera activa junto a Osama bin Laden en la planificación de los atentados del 11 de septiembre de 2001 en la ciudad de Nueva York, en los ataques a las embajadas estadounidenses de Kenia y Tanzania en 1998 y en los ataques suicidas al destructor USS Cole en Yemen en el 2012, se da cierre a un ciclo que inició hace más de 21 años cuando Estados Unidos invadió Afganistán con el propósito manifiesto de desarticular la organización terrorista.
Sin embargo, la efectividad de esta ocupación militar sigue siendo muy cuestionada. Esto se hace evidente tanto en la caótica retirada del ejército norteamericano de Afganistán hace un año, como en el hecho de que la muerte del líder de Al Qaeda se haya traducido en la posible reactivación de los ataques terroristas contra Estados Unidos y Occidente a manos de los denominados lobos solitarios. Por eso, el Departamento de Estado, a través de un comunicado en su página web, instó a los ciudadanos estadounidenses en el extranjero a extremar las medidas de vigilancia, pues podrían ocurrir ataques contra instalaciones, personal, ciudadanos o intereses de Estados Unidos en múltiples regiones del globo, con un abanico de posibilidades en las tácticas que van desde los ya conocidos atentados con bombas y las operaciones suicidas, hasta los raptos, secuestros y asesinatos.
Este es un riesgo real ya que, aunque las filas de Al Qaeda son mucho más delgadas que hace 10 o 20 años, y están mucho más dispersas geográficamente, también ha aumentado el número de afiliados en Asia Central y Medio Oriente, como el Partido Islámico de Turkestán, además del fortalecimiento de la rama africana como consecuencia de la disminución de ISIS, lo que le reposiciona como líder de la yihad islámica global.
Además de esto, la presencia de al Zawahiri en Afganistán pone en tela de juicio la neutralidad del gobierno talibán y la firmeza de los acuerdos de Doha. El mismo secretario de Estado de Estados Unidos, Antony Blinken acusó a los talibanes de violar "gravemente" el acuerdo alcanzado en 2020 al haberse cobijado en Kabul a al Zawahir, quien poseía una conocida vinculación histórica con Afganistán, especialmente con la Red Haqqani, un actor poderoso dentro del régimen talibán. A esto se suma que, según las fuentes estadounidenses, la casa donde estaba alojado Al Zawahri pertenecía a un prominente asesor del líder talibán Sirajuddin Haqqani.
Un informe reciente publicado por observadores de la ONU indicó que talibanes y altos miembros de Al Qaeda siguen manteniendo relaciones cercanas, y que entre 180 y 400 combatientes que estuvieron bajo el mando de bin Laden ahora pertenecen a las unidades de combate talibanas.
En contraposición, el gobierno de Kabul ha acusado a los Estados Unidos de ser ellos lo que faltaron a los acuerdos de Doha. Un funcionario talibán, Zabihullah Mujahid, afirmó que “estas acciones son una repetición de las experiencias fallidas de los últimos años y van en contra de los intereses de Estados Unidos, Afganistán y la región”. Esta acusación puede tener dos vertientes. Por un lado, ante una economía casi colapsada, puede ser utilizada por los talibanes para atraer el favor de la población contra un supuesto enemigo de antaño. Por el otro, el grupo talibán sabe que necesita reconocimiento internacional y apoyo para enfrentar las crisis internas, por lo que muchos expertos creen que el gobierno marcará distancia con Al Qaeda para no poner el riesgo sus incipientes logros, como la asistencia humanitaria que provee la ONU y que permite la subsistencia de grandes masas de la población empobrecida.
Otra discusión que se abre es sobre quién asumirá el liderazgo de la organización extremista. El nombre que más resuena es el de Seif al Adel, un exoficial del Ejército egipcio de 60 años y uno de los fundadores de Al Qaeda. Es quizás el único que puede reivindicar su relevancia en la articulación y ejecución de actos terroristas a gran escala. Este punto de inflexión sobre el liderazgo es crucial, pues la elección de un nuevo personaje de relevancia puede permitir la reagrupación en torno a su figura, si cuenta con el apoyo suficiente, o terminar de dividir y debilitar la organización.
A futuro, queda pendiente analizar las consecuencias colaterales de las políticas belicistas ejecutadas por algunas potencias occidentales en distintos puntos del globo, pues, se han encontrado indicios de que en los años 90 al Zawahiri y el hoy grupo extremista apoyó a la OTAN en las operaciones militares de Kósovo, en la guerra de Bosnia-Herzegovina y en Chechenia.
Por último, se puede resaltar el éxito psicológico de los asesinatos selectivos sobre la persecución y eliminación, sin importar el tiempo, de los que afecten los intereses de los Estados Unidos, y que este tipo de ataques con drones que se inició en 2015 implica que las potencias evitan poner en el terreno sus tropas y las posibles bajas. Empero, la aplicación de esta tecnología bélica es de cuestionable legalidad, máxime porque los eliminados no son juzgados, y los bombardeos han tenido daños colaterales, lo que iría en contra de los mismos principios supuestamente promovidos y defendidos por Occidente.