El desarrollo individual es determinado por la interacción social, porque de nuestro contacto con los demás surge nuestra personalidad. Algunos aprenden con consejos y otros solamente con los golpes que les da la vida.
Las religiones siempre han enseñado que una vida de pecado, incorrecta o negativa, necesariamente genera malas consecuencias, a lo que la ciencia realmente no tiene ninguna objeción que hacer. El mismo sentido común y la sabiduría popular nos dicen que: “lo que siembras cosechas”.
Cuando niños, nuestra consciencia moral no está todavía formada y se va orientando mediante la satisfacción o disgusto que nos produzcan nuestros actos. Así, si siendo un niño pequeño, tratas de cruzar sin ayuda una calle muy transitada y tus padres te castigan por eso, comprendes que no debes hacerlo. Si haces algo muy correcto y notas la aprobación de tus mayores, eso incentivará la repetición de esa conducta. Así es como aprendemos, el problema es que si un padre aplaude y celebra todos los comportamientos de sus hijos sean positivos o no, ellos tendrán dificultad para saber lo que es correcto y lo que no.
El niño necesita señales claras de qué es lo correcto. Pero si el padre encuentra muy divertidas las travesuras de su hijo, esto reforzará en el niño una conducta que le asegurará un futuro conflictivo. Si la madre considera muy gracioso incentivar el vestuario y la conducta sensual en su niña, esto podrá determinar que padezca violaciones y embarazos antes de su mayoría de edad. Algunos han propuesto que las correcciones coartan la libertad del niño impidiendo su desarrollo, pero los niños necesitan ser formados para amoldarse a la sociedad identificando correctamente sus derechos y deberes.
Nuestra consciencia es configurada de dos formas:
- Por consejos, orientaciones, testimonios o aprendiendo reglas.
- Mediante golpes que recibimos al hacer caso omiso a advertencias. Este aprendizaje puede ser más intenso, inolvidable, pero también más doloroso.
El adulto con suficiente madurez no necesita tener algunas duras experiencias de la vida para aprender, porque aprendió a escuchar: a sus padres, sus seres queridos, sus profesores, al médico, su guía espiritual, etc. Pero algunos son adultos por su edad cronológica, pero no por su madurez mental, manteniéndose en la inmadurez y rebeldía de la adolescencia, están en contra de todo lo convencional, pero son incapaces de mejorar aquellas cosas que critican.
Algunos reciben alertas de huracanes, de evitar zonas peligrosas, de cuidarse de la COVID, respetar las señales de tránsito, practicar el sexo seguro, etc., pero se burlan de esos consejos, disponiéndose a afrontar las consecuencias. Otros escuchan cuidadosamente y analizan las mejores decisiones posibles. Aunque actuar sin pensar puede parecer divertido, el pensar logra que nuestros actos sean más convenientes.
La Biblia señala que quien honra a su padre tendrá larga vida (Eclesiástico 3:6) y es realmente lógico. Honrar al padre conlleva respetarlo, valorar sus enseñanzas, obedecerlo, reconocer su autoridad, etc., son elementos esenciales para poder luego integrarse satisfactoriamente a la vida en sociedad.
Quien se burle de las buenas costumbres, de las reglas, las normas, las leyes, siempre deberá comprender que también estará burlándose de sí mismo, porque se convierte en una caricatura de lo que debería ser.
Hay diversas formas de pensar: aquella en la que una señal sutil permite comprender que se necesita un cambio, la que necesita que se le explique con claridad la conducta a seguir, la que requiere un temor o presión para poder hacer lo que a fin de cuentas le conviene y la que es incapaz de analizar correctamente, debiendo tropezar varias veces con la misma piedra para finalmente poder reconocer que debe cambiar de rumbo. Algunos necesitan quemarse y no podrás evitarlo, puedes explicarles detalladamente lo que es el fuego, pero hasta que no lo tocan y se queman, no aprenden a respetarlo.
Tenemos un diálogo con la sociedad, que nos ha estado hablando de muchas maneras y la estamos ignorando. Nos está mostrando tendencias decadentes y peligrosas, estamos viendo con claridad las necesidades reales de nuestra civilización y aunque lo podemos entender perfectamente, estamos haciendo caso omiso. Ahora estamos en el momento de atender a los consejos, pero parecemos estar esperando el momento de los golpes. Tal vez, como el avestruz, escondemos la cabeza en la tierra ante lo negativo creyendo que si no miramos no está sucediendo.
Tenemos en nuestro interior la esencia de poderosos guerreros, pero pasivamente esperamos que otros hagan nuestra parte del trabajo. Podemos pensar que nadie se está dando cuenta de nuestra desidia, pero nos equivocamos, el peor juez nos está observando: nuestra propia consciencia. Si otros no hacen su trabajo, ese no es tu problema, porque debes responder sólo por lo que no hagas tú. No necesitas que vengan a guiarte, la luz ya está en ti, disponte con valor a vivir la vida que te corresponde y la que realmente te hará feliz. Si no lo haces, el dolor será tu inevitable e infalible maestro.