La caída en batalla, frente a los rusos, de la ciudad ucraniana de Bajmut, estropea sensiblemente la retórica del presidente Volodímir Zelenski, lo empequeñece y le resta credibilidad. La magnitud de la pérdida supone un riesgo adicional a su permanencia como presidente y hasta para su propia vida. Es de desear que el resultado en este frente convenza a la OTAN de que no tiene posibilidad de derrotar al adversario.
A partir de Bajmut, el peligro para el presidente ucraniano no provendría de sus enemigos en la guerra, que hasta ahora nunca lo han tenido como blanco, sino de sus propios patrocinadores, lo que es mucho decir. Y es que a ningún actor social le gusta aparecer como culpable de derrota alguna, menos aún si se trata de un revés con implicaciones geopolíticas globales y montañas de recursos echados por la borda. Alguien tiene que cargar con la “cuaba” y en este caso no es otro que Zelenski.
En la defensa de la emblemática ciudad, el líder ucraniano, más atento al teatro que a las secuelas, obvió todas las recomendaciones y consejos de estrategas militares nacionales y extranjeros para que retirara a tiempo sus tropas de allí y las atrincherara en posición más ventajosa. Incluso, Valerii Zaluzhny, jefe de Estado Mayor Operativo Conjunto de las Fuerzas Armadas ucranianas, se pronunció en contra de la permanencia de tropas en ese enclave. No fue escuchado y ahora, más que ocuparse de la anunciada contraofensiva, Zelenski debería cuidarse en prevenir un golpe de Estado y un accidente…. ¡La utilidad decide su destino!
Restar importancia a la caída de Bajmut, presentándola ahora como una aldea sin importancia, después de haberla defendido encarnizadamente durante más de 7 meses, no tiene pertinencia. Aventurarse en acciones suicidas, como la reciente incursión en Belgorod, tampoco tiene fuelle para desviar la atención de lo sucedido ¡Duele pensar que antes de la guerra la Federación Rusa solo pedía garantía de seguridad!
Confiado en el respaldo de sus patrocinadores, el presidente ucraniano obvia la orientación de Henry Kissinger, despiadado estratega estadounidense, e influyente secretario de Estado durante los gobiernos de Richard Nixon y Gerald Ford cuando, henchido de experiencia imperial, soltó aquella perla inolvidable: “Puede ser peligroso ser enemigo de Estados Unidos, pero ser su amigo es fatal”.
Zelenski, cazurro a carta cabal, además de corrupto (su nombre brilló en los Panamá Papers y está señalado por Transparencia Internacional…), ignorando su condición de actor, sin calidad militar, persistió en la defensa de la ciudad asediada, la que con el paso de los días devino horripilante “picadora de carne humana”. Los muertos y heridos se cuentan por veintenas de miles, sobre todo ucranianos y mercenarios.
Claro que Zelenski no estuvo solo en la obstinada decisión de defender Bajmut hasta la derrota definitiva. Contó abiertamente con el beneplácito y la instigación de padrinos y asesores porfiados y valientes, siempre dispuestos a luchar -desde sus escritorios- “hasta el último ucraniano”.
Ahora, una vez aplastada la resistencia en Bajmut (la Kramatorsk de los rusos), el desprestigio corre básicamente en perjuicio de Zelenski, en tanto que sus socios en la derrota escurren el bulto y sin sonrojo apelan al ejemplo de Poncio Pilato, mientras juran en arameo contra la “crueldad de Putin”. Son los lloros que remiten a la leyenda española del sultán Bobdil el Chico, al abandonar la ciudad de Granada….
Por supuesto, no es que la guerra Rusia/OTAN, que se libra en territorio ucraniano, haya entrado en una fase de baja intensidad. De ningún modo. Pero lo de Bajmut debería marcar un momento de inflexión, que bien pudiera aprovecharse para negociar la paz, en el entendido de que es preferible una paz onerosa que la escalada de la guerra. Un viejo adagio chino dice: “El que gana un pleito gana una gallina y pierde una vaca”.
El pandero está en Estados Unidos de Norteamérica, para quien la guerra es un negocio necesario. La vieja Europa solo cuenta como caja de resonancia. Las declaraciones que brotan del liderazgo demócrata no permiten augurar una salida rápida al conflicto. Por alguna razón, en la segunda mitad del siglo XIX, el caricaturista Thomas Nast asignó al Partido Demócrata el emblema de un burro.
Históricamente, los demócratas han sido y son tan guerreristas como los republicanos. Los dominicanos lo sabemos muy bien, aunque abundan los olvidadizos. Fue el demócrata Thomas Woodrow Wilson quien ordenó la ocupación de República Dominicana en 1916, y en 1965 el demócrata Lyndon B. Johnson.
Ojalá el desenlace de Bajmut juegue algún papel en beneficio de las negociaciones de paz.