El neoliberalismo, una ideología y un modelo de política caracterizado por un énfasis en la competencia de libre mercado y una mínima intervención estatal, ha reformado significativamente las políticas socioeconómicas en las últimas décadas.

Sin embargo, lejos de la visión utópica de la economía del laissez-faire, la implementación en el mundo real de los paradigmas de las políticas neoliberales ha tenido consecuencias no deseadas, como el descontento social, la ideología extremista y el surgimiento del autoritarismo.

Disparidad entre teoría y realidad

Aunque muchos diccionarios definen el neoliberalismo como un énfasis en la competencia de libre mercado con una mínima intervención estatal, en la práctica ha otorgado un poder sin precedentes a las élites económicas. Las verdaderas consecuencias de las políticas neoliberales se han manifestado a través de una guerra de clases sin restricciones, beneficiando a los amos de la economía y dejando de lado los intereses de las mayorías.

Políticas de globalización problemáticas

Las políticas centrales de globalización del neoliberalismo fueron diseñadas para maximizar las ganancias de los ricos al buscar la mano de obra más barata y las condiciones de trabajo más explotadoras en todo el mundo. Esto había llevado al vaciamiento de las industrias nacionales y la creación de cinturones de miseria. Estos terribles resultados no se debieron a la necesidad económica, sino a las opciones políticas impulsadas por la ideología neoliberal.

Las alternativas de los movimientos populares, que habrían salvaguardado los derechos de los trabajadores, fueron descartadas sin discusión durante la ratificación de los tratados de libre comercio por parte de administraciones como la del presidente Bill Clinton.

La economía del rescate y la financiarización de la sociedad

La financiarización es un proceso mediante el cual los mercados financieros, las instituciones financieras y las élites financieras obtienen una mayor influencia sobre la política económica, social y los resultados económicos.

La rápida financiarización de la economía es otra consecuencia vital del neoliberalismo. La búsqueda de ganancias rápidas condujo a estafas sin riesgo al aprovechar las intervenciones extremas del estado en el mercado. La administración del presidente Ronald Reagan vio el surgimiento de una "economía de rescate", como la describen los economistas Robert Pollin y Gerald Epstein.

Bajo tal modelo económico, el fracaso empresarial o corporativo ya no es castigado por las fuerzas del mercado y la guerra de clases neoliberal se desarrolla sin cesar.

El camino al neofascismo

El resultado inevitable del neoliberalismo es la desintegración del orden social, expandiendo el extremismo, la violencia y el odio. Además, allana el camino para figuras autoritarias neofascistas que capitalizan el descontento social presentándose como salvadores, como el presidente de El Salvador, Nayib Bukele, y su homólogo en Nicaragua, Daniel Ortega.

Las advertencias de la historia, una vez descartadas, resuenan con fuerza una vez más, recordándonos la necesidad de dar un paso atrás y revaluar las implicaciones de las políticas neoliberales en el estado actual de la humanidad.

El neoliberalismo como ideología y modelo de política tiene consecuencias de largo alcance que se extienden más allá de las expectativas tradicionales de libertad económica. La dinámica de poder desigual que perpetúa, junto con sus impactos en la globalización y la financiarización, amenaza con socavar la sociedad y le abre paso al neofascismo.

Es crucial que los formuladores de políticas revalúen las implicaciones a largo plazo del neoliberalismo para nuestras sociedades y exploren alternativas que promuevan un mundo más equitativo y próspero.

El mercado libre y la encrucijada neoliberal

El término "mercado libre" se ha percibido como una espada de doble filo, y los defensores alaban la eficiencia y la innovación que genera, mientras que los críticos argumentan que exacerba la desigualdad de riqueza y la degradación ambiental. Como dijo elocuentemente el economista político Karl Polanyi: "el laissez-faire fue planeado, la planificación no". Esta cita captura brillantemente el debate en curso sobre el papel de la intervención del gobierno en la economía.

En las últimas décadas, el panorama económico global ha sido moldeado predominantemente por políticas neoliberales en la mayoría de los países del mundo. En este marco, el papel del Estado se reduce sistemáticamente al mínimo indispensable y se privatizan bienes y servicios previamente públicos. Los defensores de este modelo insisten en afirmar que estas políticas sirven para desatar las fuerzas creativas del mercado, lo que finalmente beneficia a todos a través de un efecto de goteo. Sin embargo, la evidencia empírica difiere de ese planteamiento.

Entre 1980 y 2020, la participación en los ingresos del 1% más rico del mundo aumentó del 8% a casi el 20%, según la Base de datos mundial sobre desigualdad. Además, el coeficiente de Gini, una medida ampliamente aceptada de la desigualdad de ingresos, experimentó un aumento sustancial en numerosos países, particularmente en aquellos donde los gobiernos implementaron las reformas neoliberales más radicales.

La erosión de los sindicatos contribuyó significativamente a esta tendencia. En los Estados Unidos, por ejemplo, la afiliación sindical disminuyó del 20.1 % en 1983 a solo el 10.8 % en 2020, según la Oficina de Estadísticas Laborales. 

Neoliberalismo, desastre ecológico y desigualdad

Echando leña al fuego, el ostensible desprecio del neoliberalismo por el medio ambiente ha llevado a acelerar el cambio climático, la pérdida de biodiversidad y una creciente escasez de recursos naturales.

Global Footprint Network indica que actualmente estamos consumiendo recursos 1.7 veces más rápido de lo que la Tierra puede regenerarse, una tendencia que inevitablemente se traducirá en una deuda ecológica con consecuencias devastadoras para los segmentos más vulnerables de la población.

La infame afirmación de Thatcher de que "no existe tal cosa como la sociedad" resume acertadamente el espíritu subyacente del neoliberalismo. Sin embargo, la crisis financiera mundial de 2008 demostró la fragilidad de este paradigma, ya que los gobiernos tuvieron que rescatar a sus respectivos sectores financieros para evitar un colapso sistémico completo.

La pandemia de COVID-19 solo ha acentuado aún más estas contradicciones inherentes, ya que la desigualdad generalizada de vacunas revela el alcance del cisma entre unos pocos privilegiados y la gran mayoría.

La búsqueda incesante de políticas neoliberales ha llevado a la extracción masiva de riqueza para el 1% superior y ha hecho que gran parte de la población mundial sea más vulnerable a los impactos económicos, los desastres ambientales y la disminución de los niveles de vida.

Con los desafíos que enfrentamos colectivamente en el siglo XXI, es hora de reevaluar los méritos del "mercado libre" y diseñar un modelo económico más inclusivo y sostenible que satisfaga las necesidades de todas las personas, en lugar de solo los intereses de unos pocos elegidos.

La desesperanza y el malestar social son resultados innegables del aumento global de la desigualdad y el declive de las organizaciones políticas progresistas, de centro, centro izquierda o de izquierda moderadas; ya ni se diga de izquierda radical, eso no existe, más que en los museos, pues el espectro político se ha trasladado definidamente hacia la derecha. Esto sucede, al mismo tiempo que la riqueza se concentra en manos de menos personas y la movilidad socioeconómica se estanca.

Según el Foro Económico Mundial, el 1% más rico de la población mundial ahora posee más riqueza que el 99% combinado.

El declive de la izquierda y el auge del populismo

Este alejamiento de los valores tradicionales de izquierda solo ha exacerbado la situación. En los Estados Unidos, el Partido Demócrata se ha centrado cada vez más en las necesidades de los profesionales acaudalados y los donantes de Wall Street.

En las elecciones intermedias de 2018, solo el 39 % de los votantes blancos de la clase trabajadora apoyó a los candidatos demócratas, frente al 49 % en 2006 (según el Estudio de Elecciones Nacionales

Estadounidenses). Este declive refleja la reticencia de la élite demócrata a abordar los problemas socioeconómicos apremiantes que afectan a la mayoría de la población estadounidense.

En Europa, estamos presenciando un colapso similar de la izquierda tradicional. El Partido Socialdemócrata (SPD) de Alemania vio disminuir su apoyo al 15.8 % en las elecciones nacionales de 2017, sus peores resultados desde 1949. En Francia, el Partido Socialista ocupó un distante quinto lugar en las elecciones presidenciales de 2017, con solo el 6.4 % de los votos.

La erosión de los partidos de izquierda tradicionales ha dejado un vacío significativo y el resultado ha sido un fuerte aumento de los movimientos populistas y neofascistas.

Un estudio de 2019 dirigido por la Universidad de Amsterdam encontró que entre 1990 y 2018, el apoyo a los partidos de extrema derecha se triplicó con creces en el mundo occidental, alcanzando un máximo histórico.

Esta guerra de clases cada vez más intensa tiene graves consecuencias no solo para las poblaciones marginadas y privadas de derechos, sino también para las élites políticas y sus benefactores corporativos. Ahora enfrentan las ramificaciones de su incesante búsqueda de ganancias, con la crisis climática que se desarrolla como resultado de modelos económicos insostenibles.

Un informe de 2021 del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés) califica la crisis mundial como un "código rojo para la humanidad", lo que indica que una mayor inacción tendría consecuencias catastróficas.

Por lo tanto, cada vez es más crítico que los actores políticos de todo el mundo reconozcan y aborden las profundas disparidades en la distribución de la riqueza y la movilidad social, así como que implementen políticas económicas sostenibles que puedan mitigar las consecuencias de la crisis climática antropogénica.

Una visión audaz para el rejuvenecimiento de partidos de izquierda viables es quizás el antídoto más formidable contra la creciente ola de neofascismo y la inminente catástrofe ambiental. La historia del mono y el coco ofrece una vivida analogía de la terrible situación en la que se encuentra enredada nuestra gobernanza global.

La ideología política y los imperativos económicos están desdibujando cada vez más la línea entre el crecimiento y la autodestrucción.

Un ejemplo sorprendente es la reciente legislación de "Eliminación de la discriminación energética" impulsada por legisladores republicanos en varios estados, con el objetivo de obstruir la difusión de información sobre inversiones en empresas de combustibles fósiles. Este movimiento, que refleja una noción equivocada de capitalismo de libre mercado, plantea graves consecuencias para el bienestar futuro de la humanidad.

Desde la perspectiva de la ciencia política, esta legislación destaca una peligrosa consolidación del poder, alimentada por la noción de que los políticos solo están obligados a sus ideales partidistas en lugar del bien común. Los estudios internacionales muestran que el mundo está lidiando con el cambio climático, con 155 de 197 gobiernos comprometiéndose con objetivos de reducción en virtud del Acuerdo de París. Mientras tanto, los datos económicos sugieren que el sector de las energías renovables proporciona tres veces más puestos de trabajo que la industria de los combustibles fósiles (IRENA, 2020).

El matrimonio de la ciencia política y el activismo social, exige un enfoque reflexivo para dirigir este barco global hacia un futuro sostenible. Para evitar el destino del mono. nuestros líderes deben priorizar el progreso colectivo sobre los intereses económicos a corto plazo, realinear sus políticas para adoptar las energías renovables y rendir cuentas por sus decisiones en el tribunal de la cooperación internacional.

 

José M. Santana en Acento.com.do