Los eventos que llevaron al asesinato del Ministro Orlando Jorge Mera, hace poco más de un mes, a manos de uno de sus amigos de infancia, no son más que una de las consecuencias de vivir en el Estado colmadón – lo que significa el ejercicio de la política con fines privados depredadores, llevado al extremo más aberrante durante los últimos años.
Esta práctica instalada en el inconsciente colectivo de la clase política, parte de la militancia y ciudadanía en general, es uno de los elementos más desafiantes de la cultura popular que enfrenta la gestión del Presidente Luis Abinader Corona, deseoso de adecentar el ejercicio de la política en nuestro país, enfrentando la corrupción, el clientelismo y la desinstitucionalización del Estado.
Poner freno a la locura que se ha apoderado de algunos funcionarios, al regentar el Estado cual patrimonio personal, puede convertirlo quizás en el político más riguroso y antipático, ante su propia militancia, que conoce la historia de la democracia local.
Muchos son los miembros de su partido, y todos los otros, que arrastran ese estilo gerencial de lo público, depredador e irresponsable, basado en que se aporta un “capital electoral”, no contabilizable (masa de clientes de origen heterogéneo y dudoso), a cambio de una posición y recuperación de lo invertido. Muchos de esos supuestos líderes de partidos no tienen seguidores, sino buscadores de oportunidades – fenómeno que se agudiza con el transfuguismo que se produce en todos los partidos: gente que salió de donde Miguel hacia Abinader y que hoy afirman que “en el PRM, no hay amigos”, y ahora salen para donde Leonel…
En la política local, el nivel de amistad parece medirse por el nivel de complicidad, que se tenga con las cosas mal habidas y la afinidad con los que dirigen el Estado y los clientes militantes, confundiéndose y distorsionándose las nociones del bien y el mal, en la praxis política.
“Lo cierto es que los hombres, en general, raramente saben cómo ser completamente buenos o completamente malos. Pero es precisamente en este punto donde el verdadero político, el gran estadista, difiere del hombre medio y no retrocede ante las presiones y aplica los correctivos de lugar cuando debe hacerlo”, según los teóricos del Estado.
Lejos han quedado las figuras políticas que surgieron al inicio de la dictadura, generando nostalgia, motivadas por la necesidad de liberarnos de la opresión dictatorial. Muchos fueron los seres anónimos que entregaron sus vidas para que alcanzáramos estos niveles de democracia y libertad, que nos han llevado a un Estado injusto y corrupto.
Poco a poco, se fue deteriorando el ejercicio de la participación en política, que nunca fue perfecto, en pro del “bien común” – solo inspirado en el beneficio personal, llegando a consolidarse, hasta alcanzar los niveles de deformación que vivimos hoy día. Desde este Estado colmadón, donde el afán de dominio se conjuga con sacarle partido a la posición, todo es negocio, comisión, tráfico de influencia, conductas que retrasan el proceso de transformación del Estado patrimonialista, del cual sale todo: relaciones, economía, estudios, movilidad social,…
El más serio de los políticos, puede resultar un farsante encubierto, envuelto en una ética y una moral que destila cínicamente hipocresía, mostrando nuestra realidad – como ciertos legisladores solicitados por los EUA, asociados a diversos negocios, legislando a la carta, entorpecen la marcha de la sociedad, junto a los intereses corporativos de las élites económicas y sociales de los poderes fácticos.
Encontrando en posiciones relevantes, gente que pone en riesgo la buena intención del mandatario, ya que se trata de gente de reputación comprometida, que se ha restablecido social, política y moralmente en esta gestión, gente que no le da brillo al presidente, que oscurece su gestión, frenando su esfuerzo y voluntad de cambio. En un país donde hay tanta gente buena y capaz olvidada.
Erradicar un estilo tan dañino de hacer política y gestionar la cosa pública puede ser peligroso y un trabajo de generaciones, del cual estamos oyendo hablar desde “La República”, cuando Platón (Atenas, 427 – 347 a. C.) insertó una descripción impresionante de todos los peligros a los cuales se expone un individuo dentro de un Estado injusto y corrompido. “Las almas mejores y más nobles están particularmente sometidas a estos peligros”, nos recuerda el filósofo Ernst Cassirer, en “El Mito del Estado”.
Lo que acabamos de vivir con el asesinato de Orlando Jorge Mera es más que ilustrativo: puede ser el preludio de lo que realmente pasa al interno de un Estado acosado por el “búscame lo mío”. Tenemos que cambiar este estilo de hacer político, estamos viendo el daño que hace. La vida nos está dando una oportunidad para adecentar la actividad política, la sociedad, la gente. Hagamos algo juntos.
El presidente Abinader, comprometido con el cambio, debe saber que desde el Renacimiento, se tiene claro que para dar nuevas instituciones a la comunidad o para reconstruir las viejas sobre una base nueva, se requiere sólo un hombre, lo que ahora llamamos “voluntad política”, personificada por él. Lo que representa un gran compromiso con la Historia para este hombre. También es sabido que la multitud es impotente si no tiene una cabeza. Ojalá él sea la cabeza, capaz de conducir a multitud hacia un camino claro en tiempos de incertidumbre.