Ando más perdido que un murciélago durante el día; quizás por ser lego en economía, matemáticas y recaudación de impuesto. Pero esa desorientación pudiera deberse a tantas informaciones inconclusas que me llegan. Políticos, empresarios, y el propio gobierno dicen y se contradicen- si es que dicen- sobre la reforma fiscal que se avecina. En esa jeringonza abundan contradicciones y paradojas.

Dentro de la irredenta desigualdad en la que nos movemos, dábamos por sentado que el empresariado vivía uno de sus mejores momentos, ocupando el palo más alto del gallinero; tanto así, que se acusa al gobierno de privilegiarlos. “Desarrollista”, suelen llamarle al presidente. Pero al parecer estuvimos equivocados, pues ahora ellos critican a las directrices económicas de palacio.

La inteligente y experimentada líder industrial, señora Ligia Bonetti, advierte, en un artículo reciente, que aquí rigen leyes y políticas que “no sólo son ineficaces, sino que en muchos casos representan un obstáculo real para el progreso económico". Continua: “estas leyes están lejos de ser herramientas efectivas para la innovación y modernización, y no fomentan una inversión y reinversión estratégica que podría catapultar al país hacia un desarrollo sostenible y significativo.” Termina con un gancho a la mandíbula: “en este escenario casi surrealista, la competitividad parece un lujo innecesario, una idea anticuada para los gobernantes que, evidentemente, han descubierto el secreto del desarrollo espontáneo: Hacer que la economía florezca a golpe de improvisación”. Finalicé la lectura atolondrado.

Creía, y el país también, que al amparo de ese “escenario casi surrealista” el capital productivo dominicano florecía en su mejor primavera, invirtiendo y ganando. Los números criollos y los de  organismos extranjeros hablan de esa bonanza; hasta el punto, que escuchamos decir al pueblo que “ahora es que los ricos comen filete…”

Nada, que no paro de hacerme preguntas; entre ellas, el por qué ahora es cuando descubren el surrealismo. De pronto, notan en el cuadro de Dalí que siempre estuvo colgado en la sala; justo antes de publicarse la reforma fiscal. ¡Oh!

Por otro lado, y como bien señala la aguda periodista Inés Aizpún (Diario Libre, sept. 23), existen otras dos incógnitas que molestan e intrigan al ciudadano. En primer lugar, no se entiende la razón por la que no se hacen mayores esfuerzos por recuperar el dinero sustraído criminalmente al Estado (la gran parte, no una fracción de este). En segundo lugar, intriga la poca energía con la que se persigue a los grandes evasores de impuestos.

Años atrás, en esta columna, señalamos lo mismo:  …” me pregunto por qué la DGII se muestra blandengue, desinteresada e indiferente, cuando se trata de investigar las fortunas inexplicables de antiguos funcionarios, generales, presidentes, y de tantos nuevos ricos sospechosos que conviven entre nosotros…”   Incógnita que estimula la creencia de que para el fisco existen “intocables”.

Otro acertijo, si no engaño, es la propuesta para reducir el número de diputados sin eliminar los representantes ante el PARLACEN y de ultramar. Al mismo tiempo- está escrito en la propuesta-, añadirían veinte representantes por decreto. No se entiende. “Fallace sunt rerum especie” (las apariencias engañan), diría un cura de los que predicaban en latín.

Todo indica, que los esfuerzos presidenciales para reducir la nómina publica encuentra resistencias y condicionamientos. Se intuye, que surcan las aguas subterráneas del palacio muchas naves piratas. Los de ese oficio gustan de viajar entre tinieblas y aprovechar confusiones, sin importarles dudas ni tergiversaciones. Lo suyo es preparar el abordaje y asegurar el tesoro.

Sin embargo, algo siempre ha estado claro: el partido de gobierno y los intereses creados enfrentaran al presidente con uñas y dientes- como jauría de lobos; dispuestos a devorar cualquier cambio inconveniente.  Les tiene sin cuidado provocar en la gente esa vieja y crónica sensación de estar siendo engañados…