En el resumen ejecutivo del estudio del BID: “Confianza. La clave de la cohesión social y el crecimiento en América Latina y el Caribe”, la confianza se define como: “la creencia de que los otros no actuarán de forma oportunista”. (https://publications.iadb.org/publications/spanish/document/Confianza-la-clave-de-la-cohesion-social-y-el-crecimiento-en-America-Latina-y-el-Caribe-Resumen-ejecutivo.pdf).
Es lógico que allí donde existe una desconfianza interpersonal, también exista una desconfianza hacia las instituciones y sus gobernantes.
De ahí que es importante interrelacionar el problema de la desconfianza interpersonal con el de la desconfianza hacia los gobiernos. El problema de la desconfianza no es solo una cuestión psicológica, sino también, política.
Como señala el referido documento, la posibilidad de prácticas oportunistas son más factibles para los gobernantes y funcionarios por las asimetrías intrínsecas a las relaciones sociales de poder. Si no existen una cultura ética y legal arraigadas, dichas acciones se van convirtiendo en estructurales.
Y uno de los problemas centrales para la construcción de una sociedad democrática decente es que los problemas sociales estructurales requieren acciones sociales colectivas. Estas presuponen la confianza. Si desconfío de las intenciones de mi próximo, no le creeré cuando me llame a participar en un proyecto de transformación social. Pensaré que oculta un interés espurio y hasta puedo recurrir a esto como excusa para actuar en beneficio exclusivo de mis intereses personales.
Es evidente que en un clima semejante, se dificulta llevar a cabo cualquier proyecto colectivo. De ahí que el informe relacione el bajo nivel de confianza generalizada de una sociedad con un bajo nivel de cohesión social y de civismo.
La cohesión social se refiere al grado de articulación existente entre los integrantes de una sociedad, su nivel de copertenencia a un espacio público común.
El civismo alude a una actitud de compromiso como sujeto de derechos y deberes con la sociedad. Implica asumir un proyecto comunitario al que nos debemos y por el cual es necesario establecer unos límites a nuestras apetencias individuales.
Existe un círculo vicioso donde la pérdida de la confianza en los semejantes con los que cohabitamos refuerza la desconfianza hacia los individuos más lejanos que influyen sobre nuestras vidas (autoridades políticas, académicas, etc.), y al mismo tiempo, el destrozo de las expectativas producido por las autoridades refuerza el sentimiento de abandono y el aislamiento cotidiano que socaba cualquier proyecto cívico y de cohesión social.
Debemos concluir que uno de los graves daños que genera la existencia de autoridades oportunistas no es solo el sentimiento de decepción inmediato que provocan, sino también, el perjuicioso efecto psicológico a largo plazo que produce la desconfianza en esas autoridades y que estimula la apatía ciudadana.