La confianza ciudadana en sus instituciones es fundamental para el desarrollo y el sostenimiento de la democracia. Lo propio ocurre con la credibilidad interpersonal.

Según los resultados del último estudio de opinión pública hecho por Latinobarómetro en 18 países de América Latina, menos de la mitad de los encuestados en el 2021 apoya la democracia, pero solo algo más del 10% en la región favorece la alternativa de gobiernos autoritarios. En efecto, el 49% de apoya la democracia, un 13% el autoritarismo y al 27% de la población le es indiferente el régimen de gobierno.

Preocupa que desde que en 2019 comenzaron protestas importantes en Chile, Colombia y Ecuador, por efecto de las desigualdades, discriminaciones, pobreza y el estancamiento de la economía, la democracia haya perdido en total 14 puntos porcentuales de apoyo.

Dicho reporte muestra que el apoyo a la democracia en la región disminuyó entre el año 2010 y 2018, cayendo de 63% a principio de la década a 48% en 2018. Sin embargo, a final del primer año de pandemia, en 2020, la caida se detuvo, lo que no borra el descenso.

Conforme a las cifras de la misma Corporación Latinobarómetro, con sede en Chile, América Latina es la región del mundo más desconfiada del mundo, comparada con África Asia y los países árabes. En promedio, en América Latina se registran veinte puntos porcentuales menos de confianza en las instituciones elegidas por voto popular que en Asia, África, los países árabes y Euroasia.

La confianza interpersonal es muy baja en la región, encabezando dichas cifras de desconfianza Brazil, Perú y Paraguay. La principal causa es que los latinoamericanos no son nunca lo suficientemente cuidadosos con los demás, lo que implica la existencia de bajos niveles de solidaridad, generosidad y desapego. Con un 21% de confianza interpersonal, Uruguay es el país que obtiene el más alto porcentaje de este indicador en la región, mientras que, en contraste, Brasil es el más bajo con un 5%.

Los altos grados de desorganización social y de aislamiento del individuo debido a la falta e incongruencia de las normas sociales, la incesante lucha por la inclusión social, el trato digno y la demanda de igualdad ante la ley influyen en la desconfianza interpersonal, que se expande al ámbito institucional.

En la medición se miró una extensa lista de instituciones, dentro de las cuales se encuentran las de la democracia y la iglesia.

En promedio, la Iglesia está en primer lugar con el 61%, le siguen las Fuerzas Armadas con el 44%, una diferencia de 17 puntos porcentuales. Las FF.AA. aparecen como la institución del Estado con la mayor confianza. A continuación, está la policía con un 36%, y después el presidente con un 32%. Las instituciones electorales en cada país se sitúan en quinto lugar con un 31%. Las otras cuatro instituciones más importantes para la democracia están al final de la lista: gobierno (27%), Poder Judicial (25%), parlamento (20%) y partidos políticos (13%).

La tendencia hacia la desconfianza en las democracias occidentales viene dada por las crisis económicas y problemas sociales pendientes de resolver, como la desigualdad y la discriminación, inseguridad ciudadana, corrupción y políticas públicas deficientes e ineficientes. Contrario a lo que ocurre en nuestra región, hay países como China donde la credibilidad va en aumento. Allí el 84% de la población confía en su gobierno.

A mi juicio, parece haber una relación directamente proporcional entre movilidad social, mejoría en la calidad de vida, crecimiento económico, mayor desarrollo humano y fortalecimiento institucional, por un lado y la credibilidad en el gobierno y en el liderazgo político, por el otro.

No creo que la tendencia respecto a la democracia en América Latina, entrañe mayoritariamente el desprecio de dicho sistema político de gobierno y la búsqueda de otra alternativa. Como se señala en el propio informe, “la crítica de los ciudadanos a la democracia es una demanda de democracia”. De ahí que la demanda ciudadana de eficiencia del sistema debe tener en los líderes políticos, empresariales y de la sociedad civil las respuestas que impidan que cunda la decepción y la indiferencia y se siga incrementando el descreimiento democrático, lo que haría posible el advenimiento de regímenes populistas y mesiánicos que ahogan e impiden la libre expresión de las ideas, la libertad de reunión, de participación política, de movimiento y concentran el poder, con la secuela de arbitrariedades y cercenamiento de los derechos, propios de la democracia.

Poner los problemas a flor de piel, discutirlos, tanto los que están de acuerdo como los que no lo están, es la capacidad que debemos poner todos a la disposición y participar activamente en la búsqueda de los encuentros posibles para resolverlos. De lo contrario el malestar de la democracia hará parir y despertar los monstruos autoritarios. Aprovechar cada espacio democrático es la mejor opción para defender, fortalecer y expandir la democracia.