Se ha producido de manera cuasi simultánea la presentación de querellas y la evacuación de sentencias judiciales contra diversos centros de salud, imputados de mala práctica. Lo primero que se debe advertir es que la ciencia de la salud no es exacta como las matemáticas, donde siempre 2 x 2 serán 4. La habilitación del ejercicio médico en la función de prevención y reparación del cuerpo humano costó mucha dedicación en el largo trecho de la historia de la medicina, provocando hasta muertes como las de Servet, Vesalio, Semmelweis, Metchnikoff, Carrión y Morton.
Hoy disfrutamos del portentoso triunfo de la medicina al lograrse desentrañar el funcionamiento normal del cuerpo humano, sus aparatos anatómico y fisiológico, para luego penetrar en el estelar aspecto de lo anátomo y fisiopatológico, o sea las enfermedades de los organismos del humano. Es un éxito subestimado, su utilidad se ha convertido en rutinaria, ya no sorprenden los milagros de la medicina en las salas hospitalarias, aunque se presentan a diario.
Los renglones fisiológico y anatómico, son los únicos que hasta el presente se han podido definir como estáticos o sin variantes significativas o sea el funcionamiento normal del organismo humano. El componente anatomo-fisiopatológico todavía la ciencia médica no ha podido lograr definirlo en todas sus vertientes, pese a los portentosos avances en las investigaciones médicas que han logrado elevar la esperanza de vida a 74-75 años, muy por encima de los 46 años como prevalecía siete décadas atrás. Esto no ha sido fortuito, sino por el notable avance de la medicina.
No obstante los avances, reiteramos no todo está resuelto en el ámbito anatomo-fisiopatológico, aún existen enfermedades cuyo patrón patogénico (su modo de atacar) aunque estén bien definidos, pueden presentar imprevistos. Esas patologías no siguen su espectro dañino al pie de la letra como se definen en los manuales médicos, en ocasiones se asocian a otras afecciones o producen inesperadas reacciones adversas en determinados organismos. También se pueden complicar con algún medicamento que potencializa otro cuadro mórbido. Se deben vincular en ese renglón las enfermedades nosocomiales, que han sido el eterno enemigo de la vida hospitalaria, también los errores que como humano puede cometer el médico o personal de apoyo en la evaluación o tratamiento corriente del paciente.
Hace exactamente ochenta años, Gregorio Marañón, eximio médico e intelectual español, con un concepto visionario fruto de su experiencia, establecía que la medicina aun cuando llegara a su mayor grado de avance, no podría auscultar todos los secretos de la enfermedad, enjuiciaba este delicado tema cuando discurría sobre la responsabilidad de la insuficiencia médica de su época:
“La primera, la fundamental, es que la Medicina es una ciencia inexacta. Lo es porque está todavía en los comienzos de su evolución propiamente científica. Y lo es, sobre todo, y lo será siempre, porque aun cuando llegue el día en que conozcamos las causas de todas las enfermedades -hoy, en su mayor parte ignoradas-. Y aun cuando lleguemos a saber el medio específico de combatir cada una de esta causas, existirá siempre el factor reaccional del individuo enfermo, infinitamente variable e imposible de acomodar a previas normas, y ese factor, ahora y siempre, convierte todo tratamiento, aun el más rigurosamente exacto, en un azar, cuyo margen de posibilidades de error se puede, a fuerza de estudio y de perspicacia, disminuir, pero nunca eliminar”. (Gregorio Marañón. La medicina y los médicos. Espasa-Calpe, S.A. Madrid, 1962. p. 161).
Marañón no llegó a contemplar los grandes avances en el ámbito médico que disfrutamos hoy. Pero exploró lo que denominaba factor reaccional del enfermo, que por sus particularidades todavía la medicina no puede extirpar por completo.
Casos como los definidos por Marañón se presentan en no pocas ocasiones, me permito comentar dos a nivel local para no alargar este artículo. El doctor Arturo Damirón Ricart, uno de los más experimentados médicos de su época, en sus memorias acotaba que un paciente sometido a una cirugía por estrechez uretral, en horas de la madrugada expulsó la sonda colocada en la uretra (por donde debe salir la orina) y sentía dolores al no poder orinar, Damirón se presentó al hospital y:
“En la misma cama del enfermo, me preparaba a volverle a pasar la sonda, cuando el paciente me dijo en tono de advertencia, que si le hacía eso sin anestesiarlo, se moriría. No hice caso a lo que me suplicaba y al tratar de colocar la sonda en la uretra, el enfermo dejó de respirar, siendo inútiles todos los procedimientos puestos en práctica para reanimarlo, muriendo instantáneamente”. (A. Damirón Ricart. 1924-1974 Mis bodas de oro con la medicina. Colección Pensamiento Dominicano. Santo Domingo, 1974. pp. 41-44)
Se trataba de un procedimiento ordinario que no requiere anestesia, pero las particularidades psíquicas de este paciente se fusionaron con las patológicas y el resultado no prevenido en medicina fue como él lo sospechó, todo ante uno de nuestros más ilustres maestros de la medicina, que decidió aportar el caso para la historia de esta importante disciplina.
En mi hospital, el Robert Reid Cabral, cuando cursaba la residencia de pediatría fue asistida en la consulta una adolescente que no presentaba ningún síntoma patógeno, esta alegaba con insistencia que se iba a morir. Se le realizaron todas las evaluaciones y procedimientos de rigor y no se encontró nada negativo. Esos casos inexplicables finalmente se les presentaban al gran maestro y director del hospital doctor Hugo Mendoza, quien al evaluar la paciente ante la expectante mirada de nosotros los residentes de pediatría, al constatar con su evaluación que la paciente no presentaba ningún indicio patológico, ordenó de inmediato que fuera conducida a la unidad de cuidados intensivos y que se le vigilara de modo estricto. Algunos pensamos era un exceso del benemérito maestro tanto celo con una paciente asintomática, varios días después la adolescente falleció en intensivos aun vigilada, cumpliendo su predicción. Son de los secretos inexplicables de la medicina, por lo que el maestro Mendoza optó por lo más razonable desde el ámbito de la prevención, mantenerla en vigilancia médica constante, un fallo orgánico interno idiopático (no conocido) combinado con lo psíquico, sin que se pueda calificar de suicidio.
Estos designios inescrutables de la enfermedad siempre han ocupado la atención en los debates clínicos-quirúrgicos, otro gran intelectual y maestro de la medicina española, López Ibor al abordar este tema indescifrable, acotó:
“Las causas externas de las enfermedades han sido tan estudiadas que el caudal de conocimiento que se tiene ha operado cambios decisivos en su diagnóstico y tratamiento. En cambio la penetración de la intimidad somática se muestra mucho más difícil desde el punto de vista etiopatogénico, como lo demuestran las enfermedades que podemos incluir en la rúbrica clásica de endógenas y degenerativas. La intimidad bioquímica guarda todavía grandes secretos, objeto y gran porvenir de la investigación actual”. (Juan J. López Ibor. La medicina como poder. Editorial Prensa Española. Madrid, 1975. p. 83).
La enfermedad y sus secretos pese a los grandes triunfos de los diagnósticos y las terapéuticas, siempre están al acecho de una oportunidad para cometer sus fechorías patógenas.
Hay que vivir la realidad interna del hospital para opinar sobre su accionar, su día a día es asumir acciones que tiendan a recuperar y mantener la vida. Contrario a los criterios de algunos ciudadanos que pretenden imputar a los centros de salud la prioridad comercial. Reafirmo mi invitación a visitar los centros de salud, no a aquellos que por diferentes motivos tienen predisposición inveterada contra los servicios sanitarios, sino al que tenga dudas sanas sobre el particular. Desde las emergencias hasta las salas clínicas y quirúrgicas, la atención va dedicada enfrentar la enfermedad. ¿Cuántos casos se están debatiendo públicamente? ¿Cuántos pacientes se reciben diario en los hospitales en condiciones de riesgo? La diferencia es inmensamente grande a favor del constante arribo de pacientes en estado crítico.
En la mayoría de los hospitales el seguimiento al paciente es riguroso, cada mañana es obligatorio la entrega de guardia, si usted asiste al salón de actos puede observar al personal hospitalario que amaneció de servicio en adición al personal que entra a las labores habituales, discutiendo los casos más importantes que llegaron durante el servicio o están ingresados y en muchos casos se producen arduos debates en cuanto al diagnóstico y manejo de esos pacientes. La cosa no queda ahí, cuando se produce una defunción de diagnóstico dudoso, viene otra polémica sesión, las clínico-patológicas, para determinar las causas de la muerte y aclarar controversias diagnósticas. Los jueces en esta fase son los patólogos, esto tiene el inconveniente que en ocasiones familiares se niegan a que se le practique autopsia a sus deudos.
De modo cierto ocurren los errores médicos, como puede ocurrirle al piloto, al capitán de un barco, a los bomberos, errar es de humano. Este fenómeno no esta ausente de la medicina, hasta el extremo que desde hace muchos años ha sido bautizado en el argot médico como yatrogenia. El diccionario lo define como: “Reacciones adversas producidas como consecuencia del uso de medicamentos o de un determinado tratamiento médico” (Diccionario de medicina. Facultad de Navarra. Editorial Espasa Calpe, S. A.. Madrid, 1999. p. 1270). Esto incluye el manejo del paciente.
Además se agregan las enfermedades nosocomiales o adquiridas en el hospital, consecuencia de la afectación por algún germen como bacteria, virus y hongos que viven en constante pugna por realizar sus ataques al paciente. Por eso, se toman las medidas de seguridad como la ropa hospitalaria, los gorros, los cubrebocas, lavados de manos, etc. además de esterilizar las áreas de atención médica, donde se supone llegan pacientes portadores de estas enfermedades nosocomiales.
En las zonas expuestas se realizan cultivos bacteriológicos y de hongos para prevenir la presencia de dichos gérmenes patógenos, pero esto no puede ser 100%, se cierran salas con fines de fumigación etc. En algún momento estos procedimientos o no se realizan o no son advertidos gérmenes, se debe tomar en cuenta la precariedad de muchos de nuestros centros hospitalarios, aunque lo que se han denunciado los casos que nos ocupan no están en ese grupo. En la mayoría de los casos nosocomiales el ataque de los gérmenes patógenos es impredecible, no solo ocurre en nuestro medio sino a nivel ecuménico.
En cuanto al manejo erróneo de los pacientes también es factible, somos humanos y en algún momento puede ocurrir. Lo cuestionable es que se presenten estos aspectos con una intencionalidad criminal, como ciertos ciudadanos se han dedicado a pregonar.
No creo que esos comentarios sean fortuitos, responden a intereses poderosos que se han dado a la tarea de destruir la buena armonía de la relación médico-paciente. Que la población no vea al medico como el personaje empeñado en preservar y restablecer su salud, sino como un comerciante. Muchos ejemplos hay, como aquel de reemplazar al paciente con el nuevo nombre de usuario o cliente, así como clasificar las enfermedades para fines mercantiles en catastróficas y no catastróficas, como si los paciente eligieran su enfermedad, también limitar el ejercicio de las especialidades exigiendo códigos a médicos con su exequatur, convalidados por escuelas de medicina reconocidas y el Colegio Médico y sus sociedades especializadas.
Podría ser una exageración, pero todo esto va directo a atentar contra la salubridad de la población, se pretende imponer que los médicos y centros de salud son los culpables de la complicaciones de los “usuarios” y esto conllevará al igual que en otros países (donde el costo de la medicina es sumamente costoso y por eso el auge del turismo de salud) tengan que protegerse con pólizas de seguro de riesgo médico, cuyo costó obviamente tendrán que traspasar a los “usuarios”, antiguamente conocidos como pacientes.
Debemos colocar el problema sobre la mesa, debatirlo y sincerarnos. Ningún médico, o la mayoría, aspira a realizar una yatrogenia a un paciente, reclamar aumentar los mecanismos preventivos es un axioma en medicina, que nunca se debe soslayar. La medicina es una ciencia en constante renovación, que es pertinente estudiar de modo permanente como el primer día. Debe quedar claro el interés máximo del médico es desvelarse por la salud del paciente, siempre ha sido de esta manera, aunque se presenten excepciones como toda regla. Sin dudas. Conocemos de cerca la sensación de rica satisfacción de un médico cuando se confirma la recuperación de la salud de su paciente.