En primer lugar, quiero expresar de manera clara y precisa mi completa repulsa a la ocupación de Ucrania por Rusia.
Soy especialmente sensible a las invasiones y ocupaciones por potencias militares, ya que he vivido en carne propia la ocupación, realizada por los EE.UU., a mi pequeño país en 1965, que buscaba instaurar una democracia pluralista. 45 mil soldados de ese país lo impidieron.
En segundo lugar, en América Latina, considerada una zona de influencia de EE.UU., hemos visto como, desde mediados del siglo XIX, mediante la ocupación, la guerra y obligar a firmar tratados obtenidos con una pistola en la sien, México perdió a favor de los EE.UU., más de 2 millones de kilómetros cuadrados, el 55% de su territorio (lo que es hoy California, Nevada, Utah, Wyoming, Colorado Arizona, Nuevo México y Texas).
En el siglo XX, esta potencia ejerció su arrogancia imperial (como la llamo Fulbright), mediante el abuso constante de poder, y desconoció las decisiones soberanas de muchos países de esa área geográfica, en función de su interés geopolítico o de mercado.
Aún en el siglo XXI, reconociendo que empleando la Law fare y la Soft War, más que las invasiones y ocupaciones, los EE.UU. han impuesto o intentado imponer su interés y criterios a Estados soberanos en AL -para no referirnos a otros continentes.
También hemos visto como se intenta ahogar el progreso económico de quienes disienten de los criterios de EE.UU., con bloqueos comerciales, de venta de tecnologías e incluso de medicamentos, además de decretar congelamientos de fondos soberanos, de empresas y de ciudadanos de esos países.
Han empleado- en pequeña escala- lo que ahora van a hacer contra Rusia, en mayor dimensión, con sanciones a países que no querían seguir las normas que otros les querían imponer. En Venezuela, Ecuador, Bolivia, Nicaragua, Cuba. Y conste que no estoy en el grupo de los incondicionales, que son ciegos a los errores económicos y a las pésimas políticas económicas y públicas que implementan, en ocasiones, algunos de esos países.
Hay que mencionar que una vez que esa potencia adopta un lineamiento económico, lo impone, de manera “diplomática”, forzándolos a firmar tratados de libre comercio, que terminan teniendo un resultado negativo en el desarrollo industrial de algunos de esos países y que son también negativos para su balanza comercial o para su déficit.
De manera, que con estas enseñanzas, los que o somos de, o, conocemos algo de América Latina, tenemos un caudal de experiencias sobre las actuaciones de las potencias militares y económicas para imponer sus intereses y su voluntad. En contra y por encima de la soberanía nacional y la libre toma de decisiones sobre su destino, de países más débiles. Eso nos suscita una sensibilidad especial, a flor de piel, para estar radicalmente en contra de las arrogancias, los abusos y los actos de agresión sea cual sea el país que los cometa.
El 24 de febrero de 2022 con la orden del Presidente Putin de iniciar la ocupación de Ucrania se inicia una nueva etapa de las relaciones internacionales, no sólo en Europa, en las relaciones transatlánticas, sino a escala mundial. El resultado va a ser o debe ser, una reestructuración del orden mundial, o estaremos abocados, a una tercera guerra mundial, en un plazo indeterminado.
De la misma manera que en un artículo anterior Russians don’t play (vid. acento.com.do,22/02/2022 y https://unmundoporganar.org), expuse cómo veía el escenario del enfrentamiento entre Rusia, EE.UU., y la OTAN, respecto a Ucrania, y planteaba mi posición:
Era necesario negociar y llegar a un acuerdo, aceptando la exigencia rusa de no permitir que Ucrania fuera miembro de la OTAN.
Una opción era una Ucrania neutral y desmilitarizada. Eso permitía un escenario de todos ganadores, ya que ni Rusia, ni EE.UU., ni la OTAN, ni la UE, perdían nada. No era un juego de suma cero.
Una vez que Putin optó por no dejar en manos de EE.UU., la OTAN, y Ucrania, el qué hacer, sino imponer lo que estima la preservación del interés de seguridad nacional de Rusia, mediante la invasión, la opción planteada no existe. Estamos ante un escenario completamente diferente.
Ahora vamos a algo más parecido a una Nueva Guerra Fría, ya que descarto, que la racionalidad y el propio interés de los actores internacionales, los incline a ir a un enfrentamiento armado directo. Después de todo, y siendo radicalmente realistas, en Europa y en América, nadie va a ir a la guerra por un país, que hasta casi ayer, estaba bajo la influencia ruso soviética.
Sobre todo, porque, hasta ahora, la ganancia geopolítica en Europa desde 1989 y especialmente desde 1991, ha sido favorable a las potencias occidentales. Los EE.UU./OTAN, tienen bases en Polonia, Bulgaria, Romania, Bulgaria. Querer quedarse también con Ucrania, aunque así lo quisieran sus gobernantes, era un pecado de gula geopolítica.
Era algo, como se ha demostrado con la invasión rusa, que Putin no iba a admitir de ningún modo. Por eso debieron darle signos de que cederían y no plantearles amenazas sobre amenazas, desde el Departamento de Estado y desde el despacho oval. Aplicar la inteligencia emocional, a las relaciones internacionales, nunca está de más.
Las sanciones sobre Rusia serán tremendas en lo económico, financiero, tecnológico, y viviremos una exacerbación de lo que ha venido caracterizando nuestro mundo “líquido” y posmoderno: la desinformación, la mentira como normalidad en los medios de comunicación, la actitud “guerra-civilista” en las redes sociales (posiciones extremas contrapuestas, bipolares, sin matices y carentes de argumentaciones lógicas).
Así como, veremos el retorno del factor humano al mundo de la “comunidad” de Inteligencia, de los espías, y la acentuación de las paranoias de todo tipo. Hay que decir que esta vez, y no como ocurrió en Afganistán, la Inteligencia norteamericana estaba muy bien informada sobre los movimientos en Rusia, como se ha visto hoy.
Este clima de “guerra fría”, será sin el aliciente de las confrontaciones ideológicas, porque, ¿es necesario recordarlo?, no estamos en el escenario de un enfrentamiento ideológico entre “socialistas-comunistas” frente a capitalistas. Ni de democracias contra tiranías –cómo pretenderán algunos. Estamos en un choque en Europa, entre capitalistas contra otros capitalistas, partidarios todos de la economía de mercado.
Tampoco estamos en una lucha de modelos políticos de gobernanza totalmente opuestos. Son democracias electorales frente a otras democracias electorales. Aunque el matiz se encuentra en que en unas el componente pluralista o poliárquico es más acentuado y con más tradición, y en otras (específicamente Rusia), el componente dominante es más autoritario y centralista, por la carencia de precedentes “demoliberales” (como se diría en la jerga jurídica).
Así pues, no estamos en una época de Nuevas Cruzadas, sino entre hombres del poder, (económico, político, militar) luchando por zonas de influencia, por mercados, por espacios, tratando unos de mantener y otros de modificar, o impedir, el control monopolista de un país o de un cartel de países, sobre los demás, sobre las normas de uso y acción, que se tienen que aplicar sí o sí, y que sólo les benefician a ellos, o de las que ellos sacan mayor provecho.
De eso se trata. Lucha de poder. Lucha de intereses. Nada de nada de la metafísica de los valores. Aunque, como es de sobra sabido, aún los intereses más mezquinos se maquillan con los ideales más románticos y sublimes.