Marcio-dedicatoria
Dedicatoria de "Cultura, teatro y relatos en Santo Domingo", julio de 1977. Inspirador, amigo, consejero: así era nuestro inolvidable Marcio.

1975 fue uno de los años más pródigos en el siglo XX literario.

En este 2025, cincuenta años después, celebramos títulos grandes como el "Huracán Neruda", de Pedro Mir, y de Manuel Rueda, con su polémico poemario "Con el tambor de las Islas", así como su primo Lupo Hernández Rueda, con "Por ahora". Del gran patriarca, Domingo Moreno Jiménes, su histórico editor, Jesús María Troncoso Sánchez, lanzó "Obras poéticas: Del gemido a la fragua". Otros dos pilares del pensamiento volvieron por los viejos ruedos: Juan Bosch recuperando su novela "El oro y la paz", Juan Isidro Jimenes Grullón monumentalizándose con "Sociología política dominicana", y Joaquín Balaguer, con "La palabra encadenada". Dos “sesenteros” sacaban músculos: Miguel Alfonseca con "Isla o promontorio", y el entonces “poeta bisoño” Radhamés Reyes Vásquez con "Sobre el tiempo presente". En el histórico Centro Cultural Dominicano, regenteado por los hermanos Brea Franco, me tocó asistir a dos presentaciones de libros que marcaron mi vida: Virgilio Díaz Grullón y su clásico libro de cuentos "Más allá del espejo", así como José Alcántara Almánzar, con sus narraciones de "Callejón sin salida".

Junto a esas obras que subrayaban lo mejor del país cultural dominicano, ahora recuerdo “De abril en adelante (Protonovela)”, de Marcio Veloz Maggiolo.

Para conseguir un ejemplar tuve que “hacerle yuca” a su autor, que por entonces trabajaba en el recién inaugurado Museo del Hombre Dominicano. Le conté que no tenía dinero y que me gustaría leer su obra. También le dije que vivía en la Juana Saltitopa, lo que al parecer me abrió sus puertas, ya que los dos proveníamos del mismísimo barrio de Villa Francisca. “Espérame mañana en la Josefa Brea con París”, me dijo. Casi madrugué. Por ahí pasaba Marcio, en su jeep del Museo, pasándome el libro, como si fuese un maná o una compra. ¡Y qué deslumbre al leerlo!

“De abril en adelante” es una novela que ajusta cuentas con su época. Frente a toda la crudeza que trajo la pretendida “Revolución” de 1965 y a los terroríficos años que le siguieron, ahí estaban los personajes de Marcio, entrando y saliendo del desencanto, la rabia, buscando algún trago o cierta tarde “para botar el golpe”.

Desde entonces Marcio Veloz Maggiolo se convirtió tanto en autor como en amigo y hasta consejero. A pesar de los años de diferencia, siempre que nos juntábamos volvíamos al Parque Enriquillo, al Teatro Estela, al Coliseo Brugal, al Atenas y sus noches draculescas y el portero mocho haciendo de las suyas.

Volver a los subrayados es como sentir en plena cara los jabs más duros.

Con “De abril en adelante” alcanzó las alturas de los sentimientos más extremos y esa culpa que como ese éter del postrujillato y las “escarpadas montañas de Quisqueya” y el verde rana anestesió a su generación.

Aquí me permito compartir tres fragmentos referidos a la ciudad, sus héroes de verdad y de pacotilla y la búsqueda de otras estas esquinas vitales. Estamos ante una vieja cartografía de la capital dominicana, con el Cerame y el Rialto, escritos a maquinilla, en el envés de lo que muchísimas veces no queremos ver y está ahí, hiriendo, difuminando nuestras sombras, creando otras.

1

Nadie te dice que eres un héroe —aunque no lo soy, ni quiero serlo— ni que te portaste como un tremendo. Nadie reconoce que has evolucionado y que eres un tipo con sentido de la realidad. Lástima grande que en abril del sesenta y cinco tanto comemierda haya cogido el fusil para el asunto del fígureo y de la fotografía. Yo he visto por ahí muchos álbumes cargados de fotografías y muchas películas de ocho milímetros. Todo el mundo fue revolucionario. Y cuando comenzaron a matar combatientes en las calles —luego que los yanquis impusieron su gobierno provisional— y en los sitios oscuros de Santo Domingo, sólo pocos hacían alarde de su revolucionarismo. No me callo, Perucho, sabes que es así. No, no es la cerveza; la cerveza no me pone a hablar pendejadas. Es la verdad. Mira, yo tengo mis responsabilidades y me cago en los que se dicen muy intelectuales y muy revolucionarios ahora, cuando ya la pólvora no hiede. Conozco a un abogado que andaba con su metralleta al hombro en la revolución. Nunca hizo un disparo y cuando el bombardeo yanqui, en días posteriores al 14 de junio, se metió debajo de un escritorio. Luego lo vi salir y hablar y hablar mierda en las esquinas de la calle del Conde. Si hubiese yo sido perro me le meo en los pies, el desgraciado hablaba de sus hazañas y repetía y jodía la paciencia. Me olvidé de mi intelectualidad… realmente, esto de escribir… tú sabes… Después nos encontramos éste y yo en la Universidad. Eran los días de firmar documentos, pues igual: el abogado revolucionario se negó a firmar. Y ahora anda metido en deshacer matrimonios de la oligarquía y a crear asociaciones de abogados paralelas; se ha convertido en un maldito rompehuelgas y si antes fue desalojador de infelices —que lo fue— ahora vive diciendo que nadie es más honrado que él, cuando es posible que hasta alguna carta lo califique como agente de la CÍA.  (13)

2

Te ves impulsado a hacer cosas, pero no sabes qué. Sales a la calle, ojeas las vitrinas repletas de productos americanos: a tantos dólares la yarda, la libra, el kilo o el quintal. Miras las estilográficas en las vitrinas de la Casa Cerame. Estilográficas para escribir, para pensar… y pensar que se escribe a máquina y que se derrumba el ciclo vital… te sofocas, más, si persigues con la vista a las hembras que no te dejan concentrarte nunca en nada… (133-134)

3

Y los vendedores de billetes gritan sus números a todo lo ancho y lo largo de la calle El Conde, de extremo a extremo con sus malditas voces intolerables… (206).

4

Dentro de unos momentos saldrán del cine las niñas. Todas muy bien vestiditas, señoritillas de sociedad que salen del Rialto y cruzan por la acera del frente (207).