Anoche, a eso de las tres de la madrugada, tuve una conversación con el Cimarrón Desconocido, el único héroe de la historia nacional con quien podemos comentar algunos de nuestros feos asuntos. A pesar de los golpes y las violentas dificultades sufridas en circunstancias adversas, el Cimarrón Desconocido conservó una sorprendente juventud. Los famosos del vecindario (Palacio, Cuartel General y Ministerios) no entienden nuestra complicidad. La Historia, sin embargo, siempre se encarga de hacer justicia, en el momento menos esperado. Todos estos famosos altos funcionarios desquiciados, que pactaron alegremente con el diablo, invocaban regularmente a los héroes conocidos. Cada vez que mencionaban a uno de estos héroes, era para complacer primero a la embajada estadounidense y luego a las nuevas metrópolis, que actuaban conjuntamente bajo el mando del Departamento de Estado y sus increíbles agencias. ¿Crees que en Nicaragua venderían el país por cincuenta céntimos gritando «sandinistamente»? Pues bien, donde yo nací, lo hacían diariamente.
El artículo 28 de la Constitución de 1805 (Disposiciones generales) al que usted se ha referido es una obra maestra de locura anacrónica: «Al primer disparo del cañón de alarma, las ciudades desaparecen y comienza la nación.» . De hecho, en aquella época había ciudades incipientes. ¡Su régimen y los de sus colegas los han transformado en barrios miserables! La vida cotidiana, la que se burla de todas los discursos; la vida implacable e impecable en sus manifestaciones, está en vías de demostrarnos que, en menos de treinta años, esta policía recién creada, presionada por todas partes, enfrentada a emergencias explosivas y a desafíos sociales, se transformará en una asociación de brujos.
José, el vigilante del monumento, era el hombre del palacio, de la policía, del ejército y de la prefectura, en lo que se refiere a seguridad, mantenimiento del conjunto. Simpático y cortés; se levantaba temprano y cultivaba la discreción con una elegancia sin igual. Vivía con su familia en la pequeña habitación detrás de la estatua. Se rumoreaba la existencia de un túnel entre los sótanos del Palacio Nacional y las estatuas del Campo de Marte. Aquel túnel habría permitido a Su Excelencia pasearse de noche, a salvo de miradas indiscretas, para las grandes invocaciones místicas. Cuando la familia Duvalier se marchó (Febrero de 1986), decididos manifestantes intentaron derribar la imponente estatua. No lo consiguieron.
El robusto Cimarrón, obra del arquitecto Albert Mangonès (1917–2002), estaba preparado para enfrentarse a los golpes de la muchedumbre y a las circunstancias adversas. José habría sido instalado, como vigilante, pocas horas después de la inauguración de la estatua, el 22 de mayo de 1968. Paradoja intelectual, el humilde José, sin formación académica, me inició en la conservación del patrimonio, la evaluación de cuestiones políticas, históricas y sociales, en torno a una estatua universal, depositada por la Historia, en el Campo de Marte de la capital haitiana.
Seguí visitando a mi amigo José, quien fue ascendido al puesto de vigilante del ISPAN (Instituto para la preservación del patrimonio nacional). Tras algunos eclipses administrativos, es decir, cierres prolongados por falta de presupuesto y breves aperturas de algunas oficinas públicas en la agitada década de los noventa, no tuve noticias del paradero de José y su familia.
Nota: El Cimarrón Desconocido mide 3.60 metros de largo por 2.40 metros de alto. El busto representa a un fugitivo de bronce casi desnudo, arrodillado, con su torso arqueado, con su pierna opuesta estirada hacia atrás, una cadena rota en el tobillo izquierdo, mientras sostiene y sopla una gran caracola, el lambí, dando la señal de la rebelión con su mano izquierda, su cabeza inclinada hacia arriba. En su otra mano, sostiene un machete en el suelo hasta el tobillo derecho. Wikipedia