En marzo de 2021 se cumplirá un año de la aceptación oficial del inicio de la epidemia de SARS-CoV-2 en la República Dominicana, el virus causante de estragos a nivel global (pandemia).

Aunque en tiempo récord hay vacunas disponibles y otras en proceso, como la Soberana cubana, que ayudarán a evitar la mortalidad, no es tiempo para sentarse a aplaudir.

Parte de los 2,416 decesos y los casi 173 mil casos confirmados por Salud Pública, hasta el 3 de enero, son hechura del desenfreno y pudieron evitarse con la adopción de conductas preventivas colectivas. Pero “donde Dios no puso, no puede haber”.

Las delirantes fiestas en hoteles y clubes de lujo y las callejeras en barrios de las ciudades sólo visibilizan la creciente descomposición social y la orfandad de una cultura de prevención que al Estado jamás le ha dado por construir.      

Las autoridades locales esperan, ahora, repuntes posnavidades, igual que la misma Organización Mundial de la Salud (OMS).

https://acento.com.do/internacional/el-mundo-se-prepara-para-un-repunte-de-casos-con-cifras-record-8898184.html.

De todos modos, tarde o temprano, el coronavirus cederá en su embestida, con vacunas o sin ellas. Los antecedentes lo indican. Las autoridades ya nos dicen que el final se acerca y que volveremos a la “normalidad”.

Pero normalidad en RD significa acomodamiento a la rutina. O sea, sentarnos a esperar las siguientes desgracias para volver a lamentar e improvisar.

Así las cosas, en cualquier momento nos impactarán otras epidemias, unas de factura tropical y otras como desprendimientos de pandemias. Y nos hallarán “asando batatas”.

Los daños a la salud colectiva y a la economía, una vez más, serán bestiales, a menos que la covid-19 haya cambiado la actitud estatal de desprecio por la planificación de la comunicación estratégica y de apego desmedido al márquetin y a la publicidad comercial a través de la elaboración de mensajes al garete y sin evaluación, como si las personas fuesen una cerveza, un ron, un salami, una toalla sanitaria.

Las muertes, las caras hospitalizaciones, las masivas cancelaciones de empleados, los gravísimos daños provocados a la economía y su pilar el turismo y el estado de ansiedad generalizado provocados por la larga epidemia, deberían motivar nuevas miradas comunicacionales a tono con la misión, visión y valores del sistema Estado, que no empresa privada.

El momento manda a una parada técnica de reflexión de cara al futuro. Los enfoques comunicacionales implícitos en las acciones gubernamentales, hace muchos años que sucumbieron a la realidad socioeconómica y cultural local.

Como isla tropical, en el Caribe, siempre estamos expuestos a epidemias de Dengue, Chikucunya, Zika, Leptospirosis, Cólera enfermedades respiratorias agudas. También a emergencias por impacto de ciclones, terremotos, maremotos, riadas, aludes.

El ciudadano consciente sobre los riesgos de su entorno está preparado para aminorar los daños de cualquier fenómeno, si no los puede evitar. El huérfano de cultura de prevención resulta presa fácil, como los miles que han desafiado al COVID-19 porque se consideran inmunes o, sencillamente, creen que la letalidad ha sido sobredimensionada por las autoridades para desviar la atención de otras acciones oficiales.

Y huérfanos de conciencia crítica se cuentan por millones en esta parte de la isla, incluidos muchos de los adinerados, porque sólo poseen dinero. De esos jamás se debería esperar que tengan presente su condición de potenciales vectores de la enfermedad entre familiares y amigos, si no cambian.

El Gobierno, como tal, urge de nuevos diseños que asuman la comunicación como eje transversal de los procesos de salud y educación y la distancien de los torpes mensajes de terror y de las pretensiones de manipulación de los preceptores con discursos lineales atados al viejo difusionismo.

Con la construcción de una cultura de prevención evitará muchos muertos, muchas ausencias laborales, miles de millones de pesos y mucha incertidumbre social. Todo es ganancia.