También llamado victimismo, este complejo es lamentablemente mucho más común de lo que creemos y tiene repercusiones muy negativas tanto en quien lo padece como en los que le rodean y podría ser parte del estado depresivo.

Veremos algunos indicadores que puedan ayudarnos a identificar si nosotros lo padecemos: si culpas a otros de tu infelicidad o piensas que no has tenido oportunidades en la vida, probablemente lo padezcas. Si te complace reconocer que otros te hacen daño e incluso sientes que lo mereces (masoquismo). Si te agrada hablar con los demás sobre “tu lista de enfermedades”, tu mala suerte, lo mucho que te han maltratado, la vida tan dura que llevas, etc. Si no reconoces tus valores o logros. Si te encanta que te compadezcan o si alegas inutilidad para poder evadir tus responsabilidades. No es preciso presentar la lista completa de estos elementos para clasificar dentro de este complejo. A veces los hijos se hacen las víctimas como un pretexto para mantenerse estancados y no desarrollarse.

Recordemos que algunas personas con desventajas evidentes supieron imponerse y, en vez de permanecer lamentándose, decidieron desarrollar otras cualidades que tenían, convirtiéndose en indiscutibles triunfadores; podríamos señalar cantantes como Andrea Bocelli, Ray Charles y José Feliciano. Y uno de los más grandes astrofísicos que hemos tenido: Stephen Hawking, quien solo dispuso de su cerebro y una precaria posibilidad de comunicarse. Imaginemos por un momento si en vez de seguir adelante estos colosos se hubieran sentado a compadecerse de sus deficiencias y a esperar que los demás se apiadaran de ellos.

La “víctima” usualmente tiene una autoestima muy baja, pudiendo creer que sufrir es lo que le corresponde y su requisito para ser aceptada.

El complejo de mártir presenta similitudes, pero tiene algunas diferencias. El mártir podría tener una concepción muy elevada de sí mismo, podría sentirse ser un héroe y entender que vive para sacrificarse por los demás. Ayuda a todos, pero se olvida de sí mismo, no sabe delegar, ni sabe decir no. No acepta apoyo e incluso cuando se lo ofrecen, lo rechaza, porque puede ser un mecanismo para que los demás se sientan en deuda con él y poder manipularlos.

Es preciso señalar que podría confundirse con la imagen del cristiano muy servicial, quien se preocupa más por el otro que por sí mismo, parecería el polo opuesto al egoísta, pero tampoco es sano. Hay personas que son luz en la iglesia y sombra en sus casas. Primero debes amarte a ti, luego a tu familia y contactos cercanos, luego a tu pueblo y finalmente al mundo. Si no te quieres a ti, difícilmente vas a querer a los demás ni podrías irradiar alegría. La Madre Teresa de Calcuta trabajaba con los más pobres, pero procuraba que sus monjas no estuvieran en precariedades, ambientes insalubres o pasaran hambre, porque entendía que una misionera débil o enferma servía de poco. Incluso con tu hijo adorado, en caso de una despresurización en un avión, lo recomendable es que la primera máscara de oxígeno te la pongas tú y la segunda al pequeño, porque si intentas hacerlo a la inversa podrían morir los dos.

Con lo expuesto es oportuno hacer un alto, relajarnos, enfocarnos y “leer” los hechos de nuestras vidas, a fin de determinar si estamos estancados en un infierno creado por nosotros mismos. Tú también mereces ser feliz, es tu derecho, pero es también tu deber. Sufrir no es tu obligación.

Si tu pareja te maltrata no es una pareja, sino una cruz. En las parejas funcionales se supone que cada uno aporte un 50% y reciba otro 50%, cuando el 100% de la relación lo damos nosotros, realmente estamos solos y no nos hemos dado cuenta, en esos casos no tener pareja es más saludable.

Si vives con alguna víctima y deseas ayudarla: comunícale claramente que la amas (siempre necesitan saberlo), ayúdale a descubrir la cara de la moneda que no logra ver y afírmale que no tiene que hacer tantos méritos para ser aceptada. Explícale que su felicidad es también tu felicidad.

Tu sacrificio no obliga a los demás a darte lo que puedas desear, eso es chantaje emocional. Aunque fueras el mejor cristiano, Dios no tiene deudas contigo.

Si tu felicidad depende de que los demás te traten bien, para ser feliz necesitarías que el mundo fuese perfecto y no lo es. Necesitamos madurar, para poder vivir de forma ideal en un mundo imperfecto.

Eres responsable de tu felicidad (no tus padres, tus hijos, tu pareja, tu jefe, tu gobierno, Dios, etc.). Sólo cuando te das cuenta, puedes tomar el control de tu vida. La total incapacidad para reconocer esta situación podría hablar de una psicopatía de tipo paranoico ameritando tratamiento psiquiátrico.

Dichosos los que saben que la felicidad depende de ellos mismos, porque podrán vivir mejor y con más dignidad.