1.-  Mediación de monseñor Clarizio para alcanzar la tregua previo al cese del fuego.

Al estallar la insurrección de abril, monseñor Clarizio se encontraba asistiendo a una reunión de obispos en Puerto Rico, dado que al nuncio papal en la República Dominicana le corresponde, a su vez, la responsabilidad de ser delegado apostólico en dicha jurisdicción, cuando le sorprendió el estallido del conflicto bélico, viéndose impedido de regresar al país debido a la suspensión de los vuelos en aquellos días turbulentos.

MONSEÑOR CLARIZIO EN LABOR DE MEDIACIÓN.

Arriba al mediodía del 28 de abril de 1965, fecha en que se produjo la bochornosa intervención militar norteamericana ordenada por el Presidente Johnson, hecho que tornó más complejo el panorama, al aumentar la indignación patria ante la soberanía mancillada.

Vino, como él mismo refiriera: “en un pequeño avión de una hélice y con un cargamento de medicinas y sangre para los heridos”, aterrizando por la base militar de San Isidro, único lugar por el que se le permitió hacerlo.

Al momento de su llegada, se celebraba, precisamente, una reunión de los militares golpistas con un representante diplomático de la Embajada Norteamericana y el entonces secretario general del Partido Revolucionario Dominicano Antonio Martínez Francisco.

A pesar de su urgencia en llegar a la Nunciatura, el Coronel Benoit, Presidente de la junta Militar y el Jefe de la Aviación Militar, General Juan de Los Santos Céspedes, le comunican que, desde el domingo, cuando inició la contienda, estaban procurando localizarle a fines de que interpusiera sus buenos oficios para detener el enfrentamiento bélico.

Estaba en la madriguera de los golpistas, quienes le piden dirigir un mensaje al país. ¿Cómo obrar en aquellos dramáticos momentos para no ser tildado de parcial por parte de los contendientes constitucionalistas?

Su mensaje, transmitido a través de Radio San Isidro, no pudo ser más cuidado y ecuánime,  en aquellas horas decisivas:

Varias agrupaciones me piden, como representante del Santo Padre, de contribuir a poner fin a la lucha de hermanos contra hermanos. Espero que se hagan todos los esfuerzos a fin de que mediante conversaciones se llegue a honrosos acuerdos dignos para ambas partes, con verdadero espíritu cristiano y patriótico”.

De todo corazón me uno a la invitación ya hecha por la jerarquía y espero que el buen pueblo dominicano, por la intercesión de la Virgen de la Altagracia, obtenga de Dios las gracias que necesita en este difícil momento. La Nunciatura Apostólica queda a disposición de todos para cualquier servicio que pueda prestar, con profundo y verdadero sentido de amor cristiano”.

Voló inmediatamente a Santo Domingo por vía aérea, aterrizando en las inmediaciones del Seminario Claretiano, situado entonces en el kilómetro seis de la carretera Duarte, de donde se trasladó guiando él mismo su automóvil hasta la Nunciatura.

Era ya noche cerrada de aquel fatídico 28 de abril de 1965, cuando Monseñor Clarizio arribó a la Nunciatura. Enseguida se dispuso a recibir a un dirigente del sector constitucionalista, situado en Ciudad Nueva, liderado por el Coronel Francisco Alberto Caamaño Deñó.

Este emisario se interesó en el acto por conocer las razones que había tenido para dirigirse al país desde la base militar de San Isidro, bastión de los golpistas.

Enseguida le entregó Monseñor Clarizio el texto de su alocución, indicándole que había procedido de ese modo por ser la única emisora que en el momento estaba en el aire, pero que no tendría inconveniente en hacerlo por cualquier otra que estuviera a su disposición, siempre y cuando se le invitara a ello.

De esta forma daba, como todo buen mediador, muestra fehaciente de imparcialidad, ganando legitimidad ante las partes en conflicto, aunque nada impediría que su delicada misión fuera objeto de las naturales incomprensiones humanas.

Manifestó al emisario la necesidad imperiosa de hacer algo para lograr una tregua, como paso previo a entablar posibles negociaciones. Esa misma noche le puso al habla vía telefónica con el entonces jefe de la Policía Nacional General Despradel Brache, acordando ambos hacer todo lo humanamente posible para que cesaran los disparos.

Concertó, al propio tiempo, una reunión en la Nunciatura Apostólica entre representantes de ambos bandos, pero la misma no pudo materializarse debido a la imposibilidad del Coronel Suberví, delegado de San Isidro, para trasladarse a la Ciudad.

Al día siguiente, 29 de abril, recibió la reiteración de las partes contendientes para continuar su labor de mediación, acordándose una reunión el 30 de abril. El mismo día, el Papa Pablo VI le remitió un mensaje por cable recomendándole hacer todo lo posible para favorecer las iniciativas en favor de la paz.

 La noche del 29 se dirigió nueva vez por radio al país, expresando: “hablo únicamente como Ministro de Dios, aparte de las gestiones que simultáneamente realiza el Cuerpo Diplomático. Me siento en el deber de tomar la palabra, y de nuevo hablo por la única emisora a disposición. Me gustaría hablar además en cualquier otro sitio, de cualquier radio, cualquiera que sea que me brinde la oportunidad de demostrar que estoy con la Patria Dominicana indistintamente. Deseo que quede claro que mis actuaciones son en  favor de todos los dominicanos de los dos bandos: sea de una que de otra parte”.

Lo único que quiero es que termine la lucha y el derramamiento de sangre, y que venga la paz y la concordia entre hermanos”.

En esas horas cruciales, sostuvo un intenso intercambio de mensajes con el Secretario General de la OEA José Antonio Mora y otras personalidades internacionales, en procura de que cesaran las hostilidades.

Dando continuidad a sus esfuerzos, en la mañana del 30 de abril visitó Ciudad Nueva, bastión del movimiento Constitucionalista. Expresaría al respecto:

Me recibieron con entusiasmo en Ciudad Nueva…Conversamos un rato desde un balcón, pero me aconsejaron que entrase en la habitación, porque había peligro. Poco después se oyeron unos disparos y los dirigentes que me acompañaban ordenaron que trataran de agarrar a los francotiradores…Cuando llegó después el Coronel Caamaño comenzaron las conversaciones sobre el cese al fuego. Indicaron que no podían convenir nada sin la autorización del Profesor Juan Bosch, al cual llamaron por teléfono a Puerto Rico”.

Después de la referida conversación, fueron fijadas las bases de un posible acuerdo de cese al fuego. El sector de San Isidro le sugirió coordinar con la representación de la Cruz Roja Internacional, dado que la misma había solicitado ya seis horas de tregua para proceder a recoger los cadáveres y los heridos.

Pudo lograr, en este importante punto, la colaboración del representante de la Cruz Roja en el país Dr. Luis Fernández Martínez, quien se comprometió ante el Nuncio a sumar sus esfuerzos para que la tregua acordada se convirtiera en un verdadero cese al fuego.

2.- Continúan los sinsabores para Monseñor Clarizio tras el acuerdo de cese del fuego.

Aunque logrado el cese al fuego, alcanzado, en gran medida, gracias a sus oportunas y perseverantes diligencias diplomáticas ante los bandos contendientes, aún esperaban a Monseñor Clarizio muchos amargos momentos durante su misión mediadora.

Apenas nueve días después de firmado el cese al fuego, comenzaron a recrudecerse las tensiones, a tal punto que el Papa Pablo VI, informado debidamente por Clarizio de cómo se iba deteriorando el clima de paz, envió un telegrama urgente en el que expresaba:

Hemos seguido con ansiosa solicitud acontecimientos en curso en esa República complaciéndonos vivamente al recibir primeras alentadoras noticias y preocupándonos incertidumbres de las nuevas que nos llegan ahora.

En este delicado momento  sentimos el grave deber de renovar desde lo más profundo de nuestro ánimo a los queridos hijos de la noble nación dominicana un urgente llamado a buscar con voluntad decidida todos los medios para restaurar la unidad, la concordia y la colaboración interior a fin de  que el orden, la paz y el fraterno acuerdo vuelvan a inspirar una fecunda convivencia.”

“Elevamos, por tanto, fervientes súplicas, pidiendo al Altísimo, por intercesión de Nuestra Señora de la Altagracia, ilumine a los responsables a proseguir generosos y  leales esfuerzos por camino de pacificación, mueva voluntades para superar barreras que separan, fomenten vínculos de mutua caridad, y puedan  comprender que solamente con la paz llegará el  bienestar a que todos aspiran”.

Al expresar estos nuestros paternos sentimientos, enviamos a todos nuestra particular bendición apostólica prenda de favores divinos”.

El mensaje papal fue transmitido por la Nunciatura a todas las partes en conflicto y a las instituciones involucradas en la búsqueda de su solución pacífica.

Infructuosas resultaron las gestiones del Nuncio Clarizio para concertar una entrevista entre el General Imbert Barreras, ya en su condición de Presidente de facto del Gobierno de Reconstrucción Nacional, instalado el 7 de mayo de 1965 y el Coronel Caamaño, en su condición de Presidente legítimo del Gobierno Constitucionalista.

Imbert le había solicitado mediar en la misma, pero el bando constitucionalista juzgaba con razón que la Junta de Reconstrucción Nacional que Imbert presidía carecía de toda legitimidad al no ser la expresión de la voluntad popular.

Al propio tiempo que proseguía en sus esfuerzos de mediación, desplegaba muchas acciones caritativas a favor de los presos, los heridos y los indigentes que reclamaban su concurso, especialmente a través de Cáritas Internacional.

Culminadas las negociaciones que pusieron fin al conflicto bélico y la instauración del gobierno interino de García Godoy, se inició, o cabría mejor decir, prosiguió contra Monseñor Clarizio una campaña de inmisericorde asedio, proveniente de sectores que, injustamente, juzgaron su misión inclinada hacia uno u otro bando.

Prueba de ello son las expresiones del periodista Ramón Alberto Ferreras en su obra “Guerra Patria de Abril”, cuando afirmaba:

“…un Señor de apellido Clarizio, pero que al parecer no está muy claro en cuanto a quien tiene la razón y quien no en Santo Domingo, se había desgañitado invitando a “los rebeldes” a deponer sus armas, a no luchar más, a no derramar más sangre. Jamás dijo este Señor media palabra de los genocidios de la gente de Elías Wessin, Pedro Bartolomé Benoit, Pimpo de los Santos Céspedes y los demás”.

Y proseguía: “Este italiano de delicadas maneras y fino bendecir, se había comportado como un tunante más y los redactores yanquis de noticias y comentarios, para embobar a sus clientes de Yanquilandia, le habían agradecido mil y una vez la “gran aportación” que hiciera a los fines de los gringos en este desgraciado y ensangrentado país”.

El primer gobierno serio y decente que en tiempos de paz tenga esta República, debía, como uno de sus primeras y más saludables medidas, declarar no grato, con carácter irrevocable, a este sinvergüenza con sotana

Así premiaba con el látigo impenitente de su pluma uno de los principales periodistas del bando constitucionalista los esfuerzos mediadores de Clarizio.

No obstante, transcurrido el tiempo y sosegados los ànimos y los naturales enconos generados por la conflagración de abril de 1965, muchos terminaron reconociendo los valiosos esfuerzos de monseñor Clarizio para procurar la paz entre los dominicanos y ayudar a conducir por cauces de civilidad y respeto su compleja convivencia.

Don Ángel Miolán, que le trató muy de cerca,  escribiría de él, a este respecto, en justiciera ponderación:

En Nuncio Apostólico Emmanuele Clarizio es recordado, por una gran parte del pueblo dominicano. Ha sido uno de los altos representantes del Vaticano, que más se hizo sentir en la problemática y compleja vida política y social de nuestro país. Su actuación de poco antes, durante y después de la revolución de abril, destacó la presencia del señor representante personal de Papa en la agitada vida política dominicana”.