La semana pasada titulé a la entrega correspondiente “Valor de la compasión”. Algunos de mis apreciados amigos y amigas tuvieron la gentiliza de hacerme llegar comentarios breves, pero de mucha significación para mí: algunos solo expresando que les encantó, de oro, formidable, muy bueno, fantástico, hermosísimo y otros, planteando uno que otro comentario que el tema les provocaba, como aquel que señala que “la compasión, como expresión de la generosidad interhumana con los más vulnerables, es un referente para que los estudiantes (niños, adolescentes y jóvenes) asimilen y asuman corresponsabilidad, en conjunto con maestros y asociación de padres y amigos de la escuela”. Como también “La compasión, tema del último artículo, es una cualidad del ser humano. Lo contrario son atavismos prefrontales. La compasión es una cualidad compartida con los llamados simios, sobre todo chimpancés y un poco menos, los orangutanes y gorilas; cualidad indispensable para la vida en colectivos y sobrevivencia de la especie”. Otro comentario fue el siguiente: “lo veo desde el cristianismo como la esencia de amar al prójimo.”

El tema da para mucho pues definitivamente se sitúa en medio del dolor y el drama humano que día a día vemos aparecer por los medios de comunicación, como las redes sociales. La violencia nos corroe el alma y se va manifestado con toda su crueldad y crudeza, incluso, instalándose como la normalidad cotidiana, además de constituirse en parte del espectáculo que nos entretiene sin generar siquiera el más mínimo atisbo de solidaridad y compasión.

A millones de niños, niñas y adolescentes como jóvenes adultos se les conculca su derecho a aprender y desarrollarse como seres humanos anteponiendo otros derechos que no ponemos en duda, pero que deberían encontrar otros caminos y estrategias para alcanzar sus propósitos.

Compasión y bioética o una bioética de la compasión se constituye en una reflexión urgente, amplia que involucre a la sociedad en su conjunto con miras a la construcción de una sociedad que garantice los derechos fundamentales de las personas al mismo tiempo que reafirme los deberes de igual manera.

Jimmy Washburn en su artículo Compasión y Bioética a propósito del tema señala: “La ética se ocupa de estas constantes humanas, que la convivencia requiere fortalecer, que la vida signifique humanización, la exclusión no se norme, la existencia valga para ser vivida y no para ser mediatizada”, señalando que “el dolor humano y los abusos permean la convivencia e, incluso, la eficiencia mediática ha contribuido a que el sufrimiento ajeno ingrese a los hogares bajo presentaciones espectaculares”. Al referirse a la compasión Washburn dice que “es una actitud ética inervada por condiciones originarias, como la fragilidad y la finitud, a las cuales sobrevienen intuiciones morales a modo de respuestas”, agregando que “en virtud de esto, a la piedad o compasión se la comprende en virtud de la condición mortal universal de contingencia o finitud que agrava la existencia. Estas condiciones rebasan las mediaciones (méritos, diferencias) que embargan las relaciones intersubjetivas. Contenidos éticos mayores que explican las respuestas de benevolencia y solidaridad, si no para procurar alejar la desgracia y la miseria para que no tengan lugar, sí para alejar la amenaza de muerte. Esta es la esperanza que se deriva de la compasión, en sentido trágico: combatir la fatalidad y salvaguardar la vida humana. El sufrimiento y la desgracia, o el desprecio del otro; la solidaridad y la compasión afloran como respuestas éticas por las cuales la vida de las personas no pierde terreno, antes bien lo recupera y lo asegura.”[1]

Y de eso se trata, de recuperar el sentido de la vida y la dignidad humana que nuestros comportamientos individuales y colectivos ponen en cuestión de manera constante. No son solo códigos ni normas que necesitamos, sino organizar nuestra sociedad como sus instituciones, de manera especial la escuela, para que sean capaces de propiciar actitudes y formas de relaciones distintas, basadas en el respeto y la solidaridad, el reconocimiento de derechos y deberes, posibilitando que su reflexión personal y colectiva permita el desarrollo de una nueva conciencia y con ella, nuevas maneras de ser y vivir.

Asistimos a una situación inédita. Jóvenes, muchos de ellos excluidos de la educación y sin haber desarrollado las competencias fundamentales para la vida hoy y sin un sentido de ciudadanía, han encontrado maneras de alcanzar el éxito económico y, con ello, posibilitarse las muchas cosas que el dinero puede alcanzar, pero sin la más mínima conciencia de lo que supone vivir en sociedad. Quizás deberíamos empezar a pensar lo que ya viene siendo una realidad en muchos otros países, la escuela de segunda oportunidad. Se trata de ofrecer a aquellos jóvenes excluidos de la escuela otras oportunidades para su formación personal y ciudadana y con ello, el desarrollo de hábitos y comportamientos para la vida social.

[1] Recuperado en ACTA 2 2004 (scielo.cl)