TEL AVIV – A un año de iniciada la Segunda Guerra Mundial, el gabinete de guerra del Reino Unido formó un comité con la tarea de aclarar los objetivos del país en el conflicto. Al año siguiente, el primer ministro Winston Churchill y el presidente de los Estados Unidos Franklin D. Roosevelt formularon la Carta del Atlántico, que estableció los objetivos de ambos países en la guerra y una visión compartida para el futuro. Mientras Israel continúa su implacable campaña por tierra y aire contra Hamás (y se profundiza la crisis humanitaria en Gaza), es probable que el presidente estadounidense Joe Biden esté ansiando que sus recalcitrantes aliados israelíes intenten algo similar.
Hasta ahora, el primer ministro israelí Binyamin Netanyahu se ha negado a discutir cualquier idea de acuerdo político que ponga fin a los combates en Gaza, y ni hablar de una paz más amplia entre Israel y Palestina. En la práctica no parece que la devastación actual en Gaza tenga alguna finalidad estratégica. El único objetivo real de Netanyahu parece ser político: mantener cohesionada a su coalición de ultraderecha, para permanecer él en el poder.
Esto implica, ante todo, que la guerra debe continuar. El ministro de seguridad nacional Itamar Ben‑Gvir, del ultraderechista partido Poder Judío, amenazó con romper la coalición si Israel detiene las operaciones militares en Gaza. Según Netanyahu, sólo cuando se libere a todos los rehenes israelíes en Gaza y se consiga la «destrucción» total e incondicional de Hamás será posible detener los combates y poner en práctica un acuerdo (que tal vez incluya una nueva ocupación israelí de Gaza).
Pero ese objetivo es a la vez ilusorio y peligroso. Hamás es una organización nacionalista islamista con profundas raíces y un importante nivel de apoyo. Desde su fundación en 1987, ha sido una amenaza para el dominio exclusivo de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) en Cisjordania. De hecho, la «cooperación para la seguridad» entre la Autoridad Palestina (AP) e Israel nunca fue más que un eufemismo, con el significado real de darle batalla conjunta a Hamás en Cisjordania. Pero el avance de Hamás no se ha detenido.
Ahora, gracias a su enfrentamiento con las fuerzas armadas israelíes en Gaza, Hamás está ganando popularidad entre los palestinos, sobre todo en Cisjordania, donde no se sienten los desastrosos efectos de la guerra iniciada por la masacre de civiles israelíes que cometió el grupo el 7 de octubre. Si Hamás consigue la liberación de prisioneros palestinos a cambio de los últimos rehenes israelíes (como se negocia actualmente), su popularidad se irá por las nubes.
Es verdad que existe una chance de que Israel consiga eliminar el liderazgo militar y político de Hamás, cortar su cadena de mando y destruir su capacidad de funcionar como organización formal. Pero la popularidad de Hamás hace pensar que, en cualquier caso, su ethos seguirá siendo un elemento central del movimiento nacional palestino.
De hecho, la destrucción de Hamás, si tal cosa fuera posible, puede deteriorar la seguridad israelí. En el caos que seguiría al conflicto, miles de combatientes de Hamás se unirían a pandillas criminales (como aquellas en cuyas manos al parecer están algunos de los rehenes israelíes) y otros se integrarían a organizaciones salafistas incluso más radicales.
En el Medio Oriente moderno, el vacío político siempre es ocasión para la agitación y la violencia yihadista. Durante la ocupación soviética a fines de los ochenta, Afganistán se convirtió en una base para el terrorismo transfronterizo. El ahora difunto «califato» de Estado Islámico surgió en áreas de Siria e Irak donde la autoridad estatal se había desintegrado durante los años de caos y guerra civil; el núcleo del grupo estaba formado por exoficiales del desmantelado ejército iraquí de Saddam Hussein (como los que también reforzaron las filas de Al Qaeda.
La conclusión es clara. Derrocar a Hamás, sin una autoridad política palestina capaz de llenar el vacío que dejaría tras de sí, puede hundir a Israel en otra clase de infierno. De poco servirá para evitarlo una nueva zona de separación entre Israel y Gaza, como la que el gobierno israelí parece decidido a crear; sólo consumirá recursos israelíes, como hizo la «zona de seguridad» en el sur del Líbano hasta la retirada de Israel en 2000.
Un período prolongado de división y desorden en el lado palestino reducirá todavía más las chances de una paz estable después del conflicto. El partido político de la OLP (Fatah) está comprometido con la búsqueda de una solución negociada al conflicto entre Israel y Palestina. Pero como bien sabe el presidente de la AP Mahmoud Abbas, en las instituciones palestinas tiene que haber representación para el cada vez más popular Hamás. Una AP «revitalizada» no podría gobernar Gaza legítimamente después de la guerra (como ha sugerido Estados Unidos) sin el aval de Hamás.
El logro de ese aval demandaría compatibilizar la búsqueda de la OLP de un acuerdo «político» con la lucha de Hamás por los derechos «históricos» de Palestina. Pero para Hamás, no hay posibilidad alguna de avalar los Acuerdos de Oslo que negoció la OLP con Israel, porque reconocer a Israel y abandonar la lucha armada contra el «ocupante» (dos condiciones de los Acuerdos) destruiría su legitimidad. Hace poco Hamás publicó una declaración de dieciocho páginas donde insiste en la necesidad de castigar al «ocupante sionista», no identifica objetivos de guerra razonables y no hace mención de una alianza con la OLP o de una solución política. Al parecer, ni siquiera la bíblica agonía de Gaza ni la sangría brutal de las filas de Hamás y la destrucción de sus activos estratégicos podrán forzar una transformación ideológica.
Mientras la OLP no consiga incorporar a Hamás al proceso político, será imposible establecer un gobierno palestino legítimo en Gaza después del conflicto, y ni hablar de concretar el sueño de un estado palestino. Es mala noticia para los israelíes y es mala noticia para los palestinos. Pero a Netanyahu y a su coalición de extremistas les viene de perlas.
Traducción: Esteban Flamini
Fuente: https://www.project-syndicate.org/commentary/israel-and-hamas-no-viable-goals-in-gaza-war-by-shlomo-ben-ami-2024-02/spanish
Hasta ahora, el primer ministro israelí Binyamin Netanyahu se ha negado a discutir cualquier idea de acuerdo político que ponga fin a los combates en Gaza, y ni hablar de una paz más amplia entre Israel y Palestina. En la práctica no parece que la devastación actual en Gaza tenga alguna finalidad estratégica. El único objetivo real de Netanyahu parece ser político: mantener cohesionada a su coalición de ultraderecha, para permanecer él en el poder.
Esto implica, ante todo, que la guerra debe continuar. El ministro de seguridad nacional Itamar Ben‑Gvir, del ultraderechista partido Poder Judío, amenazó con romper la coalición si Israel detiene las operaciones militares en Gaza. Según Netanyahu, sólo cuando se libere a todos los rehenes israelíes en Gaza y se consiga la «destrucción» total e incondicional de Hamás será posible detener los combates y poner en práctica un acuerdo (que tal vez incluya una nueva ocupación israelí de Gaza).
Pero ese objetivo es a la vez ilusorio y peligroso. Hamás es una organización nacionalista islamista con profundas raíces y un importante nivel de apoyo. Desde su fundación en 1987, ha sido una amenaza para el dominio exclusivo de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) en Cisjordania. De hecho, la «cooperación para la seguridad» entre la Autoridad Palestina (AP) e Israel nunca fue más que un eufemismo, con el significado real de darle batalla conjunta a Hamás en Cisjordania. Pero el avance de Hamás no se ha detenido.
Ahora, gracias a su enfrentamiento con las fuerzas armadas israelíes en Gaza, Hamás está ganando popularidad entre los palestinos, sobre todo en Cisjordania, donde no se sienten los desastrosos efectos de la guerra iniciada por la masacre de civiles israelíes que cometió el grupo el 7 de octubre. Si Hamás consigue la liberación de prisioneros palestinos a cambio de los últimos rehenes israelíes (como se negocia actualmente), su popularidad se irá por las nubes.
Es verdad que existe una chance de que Israel consiga eliminar el liderazgo militar y político de Hamás, cortar su cadena de mando y destruir su capacidad de funcionar como organización formal. Pero la popularidad de Hamás hace pensar que, en cualquier caso, su ethos seguirá siendo un elemento central del movimiento nacional palestino.
De hecho, la destrucción de Hamás, si tal cosa fuera posible, puede deteriorar la seguridad israelí. En el caos que seguiría al conflicto, miles de combatientes de Hamás se unirían a pandillas criminales (como aquellas en cuyas manos al parecer están algunos de los rehenes israelíes) y otros se integrarían a organizaciones salafistas incluso más radicales.
En el Medio Oriente moderno, el vacío político siempre es ocasión para la agitación y la violencia yihadista. Durante la ocupación soviética a fines de los ochenta, Afganistán se convirtió en una base para el terrorismo transfronterizo. El ahora difunto «califato» de Estado Islámico surgió en áreas de Siria e Irak donde la autoridad estatal se había desintegrado durante los años de caos y guerra civil; el núcleo del grupo estaba formado por exoficiales del desmantelado ejército iraquí de Saddam Hussein (como los que también reforzaron las filas de Al Qaeda.
La conclusión es clara. Derrocar a Hamás, sin una autoridad política palestina capaz de llenar el vacío que dejaría tras de sí, puede hundir a Israel en otra clase de infierno. De poco servirá para evitarlo una nueva zona de separación entre Israel y Gaza, como la que el gobierno israelí parece decidido a crear; sólo consumirá recursos israelíes, como hizo la «zona de seguridad» en el sur del Líbano hasta la retirada de Israel en 2000.
Un período prolongado de división y desorden en el lado palestino reducirá todavía más las chances de una paz estable después del conflicto. El partido político de la OLP (Fatah) está comprometido con la búsqueda de una solución negociada al conflicto entre Israel y Palestina. Pero como bien sabe el presidente de la AP Mahmoud Abbas, en las instituciones palestinas tiene que haber representación para el cada vez más popular Hamás. Una AP «revitalizada» no podría gobernar Gaza legítimamente después de la guerra (como ha sugerido Estados Unidos) sin el aval de Hamás.
El logro de ese aval demandaría compatibilizar la búsqueda de la OLP de un acuerdo «político» con la lucha de Hamás por los derechos «históricos» de Palestina. Pero para Hamás, no hay posibilidad alguna de avalar los Acuerdos de Oslo que negoció la OLP con Israel, porque reconocer a Israel y abandonar la lucha armada contra el «ocupante» (dos condiciones de los Acuerdos) destruiría su legitimidad. Hace poco Hamás publicó una declaración de dieciocho páginas donde insiste en la necesidad de castigar al «ocupante sionista», no identifica objetivos de guerra razonables y no hace mención de una alianza con la OLP o de una solución política. Al parecer, ni siquiera la bíblica agonía de Gaza ni la sangría brutal de las filas de Hamás y la destrucción de sus activos estratégicos podrán forzar una transformación ideológica.
Mientras la OLP no consiga incorporar a Hamás al proceso político, será imposible establecer un gobierno palestino legítimo en Gaza después del conflicto, y ni hablar de concretar el sueño de un estado palestino. Es mala noticia para los israelíes y es mala noticia para los palestinos. Pero a Netanyahu y a su coalición de extremistas les viene de perlas.
Traducción: Esteban Flamini
Fuente: https://www.project-syndicate.org/commentary/israel-and-hamas-no-viable-goals-in-gaza-war-by-shlomo-ben-ami-2024-02/spanish