Se cruzaron sin mirarse, sin tocarse ni rozarse apenas la vida. Se cruzaron con mirada ausente y obstinada voluntad por evitarse, esa que de vez en cuando se instala  sin aviso ni acuerdo previo entre dos cuerpos. Decidieron, quizás en el mismo instante no detenerse, no sentirse ni abrazarse como ambos habían soñado muchas veces durante el último año. Y es que los sueños, una vez que cobran vida, no son siempre tal y como los  imaginamos.

 

Pilar salió aquella tarde apurada de su casa; cerró con urgencia la puerta, dió dos vueltas a la llave y empujándola como de costumbre se aseguró de que estaba bien cerrada. En el ascensor echó una última ojeada a su aspecto y se dijo, a pesar de sus eternas dudas, que esta vez no estaba nada mal. Se había esmerado en la preparación.

 

Era Pilar mujer de piel clara y luminosa, mejillas redondeadas y con tendencia al rubor que hoy había matizado con polvos que unificaban su tono natural. Sus ojos oscuros, pequeños y algo rasgados, ganaban mucho a poco que les prestara atención y en esta ocasión no se había privado en detalles. Su oscuro cabello,   siempre cuidado y brillante, caía lacio y sedoso sobre sus hombros. Había algo de oriental en sus facciones que le agradaba. Por el contrario jamás llegó a hacerse amiga de su boca. No le gustaba demasiado. Siempre había creído que le faltaba esa definición necesaria que  otorga personalidad a un rostro. Por más que trataba de encontrar el más mínimo rasgo que negara tal evidencia no había en ella nada que la hiciera distinta a otras bocas, se decía cada vez que fijaba en ella su atención. No poseía una sonrisa bonita ni unos dientes perfectos, sin embargo su nariz era preciosa. Chiquitita, respingona y bien perfilada bastaba por si sola para aportar dulzura al rostro y compensar, al menos en cierta manera, su eterno disgusto por aquellos labios insulsos que siempre dudaba que alguien quisiera besar. Era de estatura media y figura gordezuela bien formada; agradable de mirar por mucho que a ella le costará aceptarlo. De forma algo difusa intuía que podía gustar a los hombres, pero eso  solo sucedía en días, como hoy, en los que ponía especial cuidado en su arreglo. – ¡Hoy sí! se prometió en voz alta ante el espejo. ¡Hoy sí que sí! repitió por segunda vez para acabar de convencerse. Héctor y yo lo tenemos claro, lo hemos hablado mil veces. Los dos somos perfectos el uno para el otro y queremos conocernos desde hace mucho tiempo. Claro que lo hemos ido demorando pero por causas que nos fueron siempre ajenas. Lo cierto es que nosotros por nuestra parte nos morimos de ganas de conocernos. Los dos, él y yo, se repitió como un mantra en convencido soliloquio. Las puertas se abrieron en ese preciso instante, cruzó el vestíbulo y salió apresurada e impaciente al exterior ajustándose con firmeza las gafas de sol.

 

Hacía un día limpio y claro. El sol lucía aún arrogante apenas comenzado el declive de la tarde y ella sintió, mirando su reflejo en un escaparate, que había hecho la elección perfecta. Atrás quedaba un revoltijo de prendas arrojadas sin orden sobre la cama; horas de pruebas, de correr de un lado a otro buscando aquel vestido verde que tanto le gustaba, una chaquetita ligera por si refrescaba algo más tarde y unos tacones de infarto que reservaba solo para ocasiones especiales y ésta lo era.

Estás algo nerviosa -se dijo y como para conjurar tal estado miró de soslayo su reflejo en la ventana de un coche que avanzaba muy despacio y a su altura. Lo que vio la tranquilizó al instante.

 

-Creo que le gustaré, pensó rotunda.  Y fue entonces, justo en el instante en el que la punta de su altísimo zapato golpeó algo inoportuno en su camino que la hizo trastabillar, cuando le entró de repente y sin señal alguna que delatara su inoportuna presencia, un miedo cerval a no ser lo que Hector esperaba. ¿Y si tampoco él es como tú esperas? se dijo comenzando a sentirse irritada consigo misma. ¿Y si no es quién te ha contado ser? ¿Y si es igual que todos los demás? De súbito un montón de preguntas sin el menor sentido se agolparon en su cabeza. De modo inconsciente se puso en alerta. Reconocía las señales.

-Mantén en orden esos malditos pensamientos. ¡No la jodas ahora! se ordenó tajante.

 

Se detuvo, necesitaba serenarse y tomar un poco de aire. Su corazón había comenzado a latir tan deprisa y  le oprimía el pecho con tanta fuerza que se acrecentaron todos sus temores.

-Debí tomar un Lorazepam antes de salir, se reprochó pesarosa y con rabia. ¡Qué exceso de confianza por mi parte y cuanta presunción! Eres tú Pilar ¿qué esperabas? Mucho vestido, mucho gloss y a la menor duda te vienes abajo… ¿Qué pueden esperar de ti los demás?

 

Trató de rastrear a toda prisa en su memoria esos tips que su terapeuta le había hecho grabarse a fuego para casos de emergencia. Como una proyección aparecían uno tras otro ante sus ojos pero ninguno logró serenarla. De manera sorpresiva una ojeada a la calle, prácticamente vacía, le permitió reconocerlo cuando inesperadamente cruzó de acera inundando su campo de visión. Era muy pronto, desagradablemente pronto para el encuentro. ¡Ahora no por dios! Ahora no estoy preparada…

 

Alto, desgarbado y bastante desastrado en su atuendo le vio avanzar titubeante, casi sin ganas. Jamás se habían tenido delante el uno al otro. Su mutua referencia se reducía a unas pocas fotografías cruzadas a lo largo del último año y pese a ello le habían bastado para reconocerlo sin ningún género de dudas. Mirarle en la distancia aumentó y no poco su zozobra y solo a duras penas pudo arrancar de aquella baldosa en la que sus pies parecían haber echado raíces.

 

Juan había comenzado la mañana silbando una hermosa canción que surgió de pronto en su cabeza. Hacia años que no la escuchaba y le pareció un buen augurio. Había quedado con Pilar después de casi año y medio de charlas interminables que se prolongaban demasiadas veces hasta el amanecer. En más de una ocasión llegó al colegio casi sin haber tenido tiempo de dormir ni siquiera un par de horas. Siempre se sentía culpable. Sus alumnos le notaban en esos casos descentrado y él era consciente de que no daba pie con bola en clase. No acababa de comprender qué les había ocurrido, pero con Pilar todo le resultaba familiar y sencillo. Con ella desaparecía su timidez, sus ganas de salir corriendo y desaparecer del mundo. No era fácil para él establecer una relación. Le costaba arrancar y ser simpático a los demás. No se creía interesante. Nunca lo logró. Soy hombre vulgar en medio de la vulgaridad que asola el mundo se decía y sin embargo con ella era un hombre bien distinto. Sí, es cierto, se había demorado innecesariamente en proponerle una cita. Lo sabía y se lo reprochaba con dureza a sí mismo.

 

La realidad es que hacía mucho tiempo que no se soportaba. No soportaba a nadie salvo a ella. Con ella era mejor y se sentía mejor. Con ella el mundo parecía feliz y más liviano, tanto que había llegado a no imaginarlo de otro modo. Todo carecía de sentido salvo cuando sentado en la soledad de la noche ambos charlaban sin prisa de naderías.  Y así las horas se sucedían, una tras otra sin identidad ninguna, hasta que escuchaba su voz al otro lado del teléfono.

 

Habían cruzado mensajes al principio, los primeros meses, pero más tarde comenzaron a anhelarse cada noche, a fabular juntos, a soñar sueños que creían imposibles al unísono. No quiso violentarla con su urgencia. Le dio tiempo y se concedió tiempo, pero las últimas semanas habían sido para él un calvario.

 

Le propuso el encuentro de modo titubeante, casi suplicando el sí y sorprendido no obtuvo la menor resistencia. Casi se atrevió a creer que ambos estaban aquejados de idéntico mal y alimentó la esperanza durante varios días. Y aun esa misma mañana se supo feliz. Los niños le vieron distinto. Se diría que alguien había suplantado su lugar en el aula y se mostró risueño, casi exultante a lo largo de toda la jornada escolar. Al llegar a casa, algo que no supo precisar hizo que su humor virase. La confianza se le hizo de repente trizas cuando aquella maldita pregunta llegó para quedarse – ¿Y si no soy yo? ¿Y si no soy quien espera? Poco a poco fue cediendo espacio al terror a medida que avanzaba el momento del encuentro. Ni tiempo tuvo de ponerse algo decente, encerrado en sí mismo como en uno de sus peores períodos de  ostracismo feroz. A desgana se lanzó a la calle. Descendió a regañadientes las escaleras. Se demoró unos pocos segundos más en el último rellano para atarse una de sus basquet y al fin empujó la puerta que se abría al exterior. Le deslumbró la tarde y el irritante azul del cielo. Hubiera preferido que una borrasca asolara la calle y el mundo entero. Percibió aquella calidez como una afrenta, un jugarreta de mal gusto del destino.

 

Camino calle abajo, pegado a los portales pese a ser pocos los paseantes por aquella zona de la ciudad. Recorrió un par de calles antes de divisar a Pilar allá a lo lejos. -Que estúpido es el amor pensó con rabia. Jamás la he visto y la hubiera adivinado entre cien mil más. ¡Qué hermosa es y que resuelta camina! ¡Qué elegante y tu, idiota, hecho un Adán! Disimula. Pasa de largo. Seguro que ni te ve, que ni repara en tí si no llamas su atención. Mantén la vista al frente como si su vida no fuera contigo. Como si no se te partiera el alma. Finge. Sigue y finge.

 

Y siguió adelante. Ambos siguieron adelante. Sin mirarse. Sin hablarse. Sin rozarse la vida siquiera.

-Hola Pilar. Buenas noches encanto. No sabes cómo lo siento. No te lo vas a creer querida pero han convocado claustro de fin de trimestre y ha durado más de tres horas. Ni he podido avisarte. Ya conoces al director siempre haciendo amigos. ¿Y tú? ¿Me esperaste mucho tiempo?  Que rabia me ha dado, precisamente hoy. Te juro que le hubiera matado.

– ¡Qué alivio escucharte!. Me dejas mucho más tranquila. Que mal lo he pasado cariño. Estaba preocupadísima por ti. Nuestro primer encuentro y yo en pijama todo el día. Me he levantado fatal esta mañana y volví a acostarme. Algún virus de esos ya sabes… Imagina que ni el teléfono hubiera podido levantar para avisarte. Mi madre además me lo ha secuestrado en cuanto me ha visto tan mal. Montando guardia ha estado todo el tiempo para que no me moviera. ¡Como si fuera una niña pequeña! Pero tenemos que quedar cualquier otro rato. Esta semana, la que viene. Cuando nos venga bien a los dos, ya sabes.

– Pues claro. No lo dudes que tenemos que quedar. Hoy se nos han puesto mal las cosas . Ya ves, a veces ocurre. Pero los dos sabemos que más pronto que tarde nos encontraremos y ¿sabes que cariño? Ese día, cuando llegue, será idéntico a nuestros sueños.

– Si, lo sé. Sé que a veces ocurre, lo escuché decir a alguien. Hasta mañana. Esta noche estoy muy cansada.

– Te comprendo. También yo. No te preocupes bonita, mañana será otro día. A las diez cómo siempre ¿verdad?

– Si, si. Como siempre amor.