La idea central sustentada en este artículo concibe la calidad de todo sistema como resultado de un proceso continuo, donde se van alcanzando objetivos dentro de un programa de actividades. Estas envuelven la puesta en juego de campos diversos de conocimientos, hasta corresponder los resultados de todo ese trabajo con las metas generales establecidas. El logro de los objetivos parciales crea las condiciones para las acciones por venir, de manera que toda la riqueza del trabajo anterior abona las condiciones para que el pedagogo inicie su labor de enseñar en un ambiente adecuado para desarrollar su plan de formación de manera fructífera, y así corone, al final del proceso, la excelencia de toda la institución educativa.

El dilema de la calidad de la educación no es tan simple como afirmar que no se están administrando bien los recursos del 4% del PIB destinados a la educación o que los maestros carecen de una buena formación. Los elementos antes mencionados forman parte del problema, cierto, pero hay que verlos en el marco de un estudio más global y analizar la dialéctica de la eficacia, en su alcance en los diversos procesos de funcionamiento del sistema. La mejora sostenida en las etapas de culminación del producto en toda la empresa, se se valida con el logro de los objetivos en cada parte del todo.

Todo parte de unos fundamentos filosóficos que se concretizan en unos fines o metas a lograr, plasmados en nuestra ley educativa 66-97 y el currículo dominicano. La calidad se relaciona con la eficiencia en los procesos para alcanzar esas aspiraciones generales de la Institución. Estas intenciones orienta el conjunto de actividades a realizar, los medios y las estrategias a utilizar, así como la evaluación general de las labores realizadas. La calidad de la educación está relacionada con la capacidad del sistema educativo en lograr las metas o los fines generales establecidos. Por supuesto que al hablar de que el régimen educativo debe lograr determinados fines da paso a un conjunto de procesos en diversas etapas, donde en cada una de ellas hay objetivos a lograr. Para ir a tono con dicha pretensión deben emplearse conocimientos, cosa de asegurar el mejor desempeño, hasta los eslabones finales del conjunto.

De todas las actividades a realizar, tenemos aquellas que son de carácter técnico y gerencial, con un marcado carácter burocrático, y otras propias de la enseñanza. Las tareas de dirección, gerenciales, de supervisión y técnicas deben realizarse de manera continua y progresiva, en distintas etapas, cada una de las cuales forma un peldaño de la cadena de logros. El todo funcionará con calidad cuando cada una de sus partes alcance los objetivos establecidos. Todo ese torrente de esfuerzos y beneficios sistemáticos debe desembocar en ambientes idóneas para materializar la fase de la enseñanza propiamente. Como el trabajo con los alumnos se realiza en muchos cursos, grados y ciclos a la vez, pertenecientes a diversas escuelas a nivel nacional, la problemática de la eficiencia se convierte en un asunto de procesos simultáneos y extendidos, en el marco de una gran estructura organizativa o sistema.

Asumida la parte filosófica y elaborado el currículo escolar, en su ejecución procesal hay áreas que juegan un papel de primer orden, en el marco de las actividades mencionadas, que son: la administración, la supervisión y evaluación educativa institucional. Estas áreas involucran a un personal calificado para tales fines. La administración educativa es la responsable de manejar adecuadamente los recursos materiales, financieros y humanos que ponen en juego todas las acciones  del  sistema educativo. Sus principios deben ponerse en juego en todo el funcionamiento de la Organización. Lo mismo sucede con la supervisión y la evaluación. La buena aplicación de estas áreas del conocimiento en la marcha corporativa, se encuentra en la armonía plena con la naturaleza de la materia donde ellas se deben emplear, que es la educativa.

Hay unos principios generales para la administración, supervisión y evaluación, pero la ejecución de los mismos en el plano de la educación y la enseñanza tiene sus particularidades. Se deben desempeñar de manera creativa, acorde la naturaleza de las actividades a realizar, sin perder de vista las leyes que le dan vida a cada una. Estas actividades centrales para el  buen funcionamiento de  la educación, partiendo de unos objetivos esbozados, deben tener presencia en cada una de las acciones desplegadas en la estructura, desde la parte general hasta la relación directa de los docentes con los alumnos. Se ha hecho una costumbre en la educación, y sobre todo privada, aplicar los criterios de la administración empresarial a los centros educativos. Ello ha generado distorsiones al funcionamiento de la acción de enseñar.

De estas áreas del conocimiento requeridas para el funcionamiento institucional, la supervisión se recomienda como acompañamiento, actividad reflexiva de formación y desarrollo, donde la evaluación juega un papel vital. De su correcto funcionamiento depende la adecuación rápida del sistema a los requerimientos de la sociedad y de la escuela” (Casanova, 2005). Debe estar presente en todas las prácticas educativa, se deben integrar como parte de ellas, imprescindibles para afirmar la fortaleza en las satisfacción de  las necesidades. Toda actividad realizada debe ser contenido para el diálogo, para la reflexión educativa constante, en tiempo breve, de manera que su estudio oportuno arroje resultados provechosos. La regularidad de este método hará posible la evolución del conocimiento educativo. La sistematización de las experiencias de las prácticas   es un factor de suma utilidad para el avance de las ejecuciones sucesivas. En esa dirección todo sistema ministerial con un peso a nivel del país debe relacionar la supervisión y evaluación con la investigación institucional, de lo contrario la rigidez y la rutina se convierten en malos hábitos que afectan el progreso de la institución.

La calidad del sistema educativo se abre paso con la conjunción de logros sucesivos en diversos campos en el cuadro de  la estructura. Este conjunto articulado condiciona la calidad del sistema de la enseñanza. El logro de la fortaleza del sistema educativo en los diversos campos, crea las bases para que los aprendizajes se realicen de manera efectiva. La buena instrucción magisterial debe contar con el apoyo de todas las instancias externas de la organización, o en otras palabras cuando todas las partes del conjunto cumplen con su rol, todo desemboca en situaciones favorables para que los educadores apliquen sin mayores contratiempos sus planes de formación.

La calidad de la enseñanza también forma parte del orden docente. En el espacio de la clase es donde se desarrollará la concreción de todo el ideal curricular. Los maestros necesitan tener la cantidad de alumnos adecuada, el mobiliario en condiciones, las mesas y armarios requeridos; los recursos tecnológico y otros medios, las cortinas en las persianas, la climatización conveniente, así como el tiempo necesario para desarrollar su práctica educativa en todo el centro escolar, como planificar e investigar, entre otras. Elementos que no dependen de ellos ni de los alumnos, sino de procesos externos al salón de clases. Creadas las condiciones necesarias en recursos, espacios, ambientación, tiempo, etc., es cuando los educadores, sin interrupciones más que las propias de su actividad, pueden iniciar su labor de dirección y guía. Rol de magnitud considerable, ya que del mismo depende la consumación de la calidad como totalidad del sistema educativo.

Aquí el docente, en la escuela de la cual forma parte, concentra en su trabajo todos los campos del conocimiento como profesional de la educación: administrativo, supervisión e investigación, fundamentales para su dinámica con los alumnos. Cada maestro es un administrador educativo. Debe tener control de los recursos a su disposición para la práctica docente, dentro de la cual está el tiempo asignado para tales fines. En esa interacción es, a la vez,  director y guía, teniendo la responsabilidad de certificar una correspondencia pedagógica fructífera con sus educandos, con el uso certero de sus conocimientos profesionales en todas estas áreas del saber y de la asignatura que imparte.

Este sujeto debe planear sus acciones, tratando de lidiar con los diversos factores del hecho educativo y manejar las diversas variables que lo componen, generando situaciones favorables hacia el logro de los objetivos específicos, que van haciendo realidad el tipo de ser humano de que los fines hablan. Pero este dominio particular es posible conseguirlo cuando se cumplen un conjunto de condiciones previas; cuando se agotan múltiples actividades del sistema en las instancias de dirección y de la administración externas a la escuela y el salón de clase.

Cuando en el aula no se cuenta con los contextos para que el encuentro docente-educando se efectúe con la garantía deseada, se generan elementos distorsionadores de la actividad de la instrucción, promotores de dificultades en el trabajo de concreción del currículo. El docente al encontrarse con un conjunto de conflictos que no ha creado, sino que han sido resultado de procesos mal llevados en otras demarcaciones del Ministerio, no cuenta con los mecanismos para enfrentarlos, pero está consciente del compromiso ético a enfrentar como profesional de la educación. Con muchos obstáculos por delante debe iniciar su labor, bajo el convencimiento de que no contará con compensación alguna al momento de ser sometido a la mirada crítica  de sus superiores  y  de  la sociedad.

Todo esto genera situaciones muy difíciles para la enseñanza, y para los propios educadores responsables de conducirla. Esta actividad de entrada encuentra muchos aprietos; dificultades administrativas y burocráticas que el didáctico tiene la responsabilidad profesional de enfrentar. En resumen, y a la larga, cuando se hace imperativo determinar el grado de excelencia alcanzado en la relación educativa, proceden las críticas por todas las vías, y sin conocimiento de causa acusan al maestro de ser el culpable de la debacle en la educación nacional. Pero se hace pertinente enfatizar que la calidad del sistema educativo en proceso, debe desembocar en crear las condiciones que aseguren una buena enseñanza, para coronar la eficiencia general de los procesos del Ministerio. Es un acto de injusticia que los enseñantes den apertura obligada a las clases, teniendo que afrontar múltiples obstáculos que ellos no están en capacidad ni tienen la responsabilidad de solucionar.

Para la certificación magisterial como base de un buen desempeño se consideran 11 estándares y unos 188 indicadores de logros, sobre la base de unas dimensiones que deben componer su formación profesional. El MINERD considera los estándares como la aspiración básica de la calidad docente “en cuanto a su profesionalismo y desempeño” (MINERD,2014), bajo la idea de que la preponderancia de la práctica magisterial y los elevados aprendizajes, se encuentran condicionados por estos factore. Claro que como vemos la concepción de calidad del Ministerio se encuentra reducida a los estándares profesionales del docente, y a otros relacionados más concretamente con el desempeño, en los tópicos de la disciplina escolar, la planificación, participación en el centro, entre otros ( MINERD-IDEICE, 2014). De esta manera no es posible alcanzar una idea objetiva de la excelencia del sistema educativo.

Un educador puede cumplir con todos los estándares establecidos en su formación, pero si no se le brindan las condiciones previas antes mencionadas confronta dificultades, falto de los mecanismos institucionales para resolverlas, aún su recia ilustración profesional. Es más, ese mismo educador enfrentado a 40 o 50 alumnos sucumbe frente al cumplimiento de la generalidad de los indicadores para la evaluación de su desempeño, sin mencionar las demás variables a considerar para la efectiva relación formativa. Un docente con una población de 15 a 20 estudiantes, establece una relación más sustanciosa con cada uno, debido a que contará con mayor espacio de tiempo para determinar cómo van los aprendizajes, detectar debilidades y meditar en mejoras acorde sus necesidades.

El dilema nos devela la siguiente situación: los sistemas tienen una extensión y niveles de profundidad. Estas características dependen de la cantidad y calidad de las relaciones de los mismos. Una escuela pública posee unos grados de menor independencia que las escuelas privadas o colegios. En la escuela particular predominante en el siglo XIX en el país, compuesta por un educador y un grupo de alumnos, circunscritos en una casa o espacio de la misma, el maestro controla la mayoría de las variables que coadyuban con la creación de un contexto educativo y los de enseñar propiamente, sin menospreciar la exigua vigilancia externa que existía. Este maestro empieza a perder el control de los aspectos de la administración educativa cuando la escuela simple va evolucionando hacia la escuela compuesta, surgen varias aulas en un mismo espacio o plantel, y con esos niveles de complejidad nuevas figuras como las del director, subdirector, coordinadores, etc. En la escuela simple quien enseña tiene control del conjunto de variables del asunto en cuestión, o de la mayoría de ellas, por lo que su producto final como aprendizajes de los estudiantes encentrará mayor nivel de concordancia con sus propias intenciones pedagógicas. Es ahí donde hay que buscar la génesis del dilema en debate.

Las escuelas son también víctimas de la pobreza de las operaciones burocráticas de la organización ministerial. Las carencias de la función docente reflejan, con frecuencia, los trastornos de que sufren los centros educativos, herencia de una cultura de vacíos en los trayectos de construcción de los espacios institucionales a lo largo y ancho de la administración educativa. Centros dependientes, resultado de la extrema centralización, carentes de voces propias, son también reflejo de mediocridad orgánica, acicate de ambientes escolares dañinos, que estorban las actividades de construcción espiritual.

Los cambios en el pensar, sentir y obrar en los alumnos, acorde los objetivos de aprendizaje es lo que corona la superioridad del sistema educativo. El acto concreto de formación es parte del todo, pero su arranque necesita que las acciones de la gestión gerencial y directiva de la Institución satisfagan un conjunto de necesidades requeridas para la buena marcha de los cambios deseados. Pero analizar el trabajo del maestro debidamente es tratar un proyecto que tiene sus particularidades, y que es pertinente dedicarle un espacio aparte.

Referencias bibliográficas

  • Casanova, Antonia (2005). Supervisión, evaluación y calidad educativa. Avances En Supervisión Educativa, (1). recuperado a partir de https://avances.adide.org/index.php/ase/article/view/2.
  • MINERD (2014). Estándares profesionales y de desempeño para la certificación y desarrollo de la carrera docente.
  • MMINERD (2014). Estándares de desempeño de docentes, directores/as y maestros/as de centros educativos. (MINERD-IDEICI).