Con alta frecuencia escuchamos hablar sobre discapacidad, y en menor proporción nos toca tan de cerca el tema como para vivir lo que eso significa. Pero, ¿qué es discapacidad?

De manera general, muchas veces por desconocimiento, la mayoría de gente usa términos inapropiados y hasta ofensivos, además de denigrantes, para referirse a ciertas discapacidades y sobre todo a las personas con discapacidad. Generalmente ocurre hasta que alguna discapacidad le toca de cerca. Pero ese aspecto lo podríamos retomar luego.

Definamos discapacidad. Según la Convención de Naciones Unidas sobre el tema, se considera persona con discapacidad a quien presenta “deficiencias físicas, mentales, intelectuales o sensoriales a largo plazo que, al interactuar con diversas barreras, puedan impedir su participación plena y efectiva en la sociedad en igualdad de condiciones con las demás" (ONU, 2006).

Una explicación valiosa y muy esclarecedora la ofrece la Organización Mundial de la Salud: “La discapacidad es un término que abarca las deficiencias, las limitaciones de la actividad y las restricciones de la participación. Las deficiencias son problemas en la función corporal o en la estructura; las limitaciones de la actividad son dificultades para ejecutar acciones o tareas, y las restricciones de la participación son problemas para participar en situaciones vitales” (OMS, 2001).

La OMS también ilustra con su clasificación sobre las discapacidades. Refiere cuatro tipos: física, sensorial, intelectual y psicosocial. Entre las psicosociales, la OMS cuenta: ansiedad, trastornos del estado de ánimo, esquizofrenia y otros trastornos psicóticos, y trastornos de la personalidad.

Visto esto, la nueva discapacidad que refiero parece tener una mezcla de esas discapacidades psicosociales. La condición está vinculada al uso de mensajes, ya sea emitiéndolos o exponiéndose a ellos. Y la situación se agrava con la diversidad de medios de que se dispone en la actualidad, con el exceso de mensajes a que se nos expone y principalmente con la velocidad a la que se nos somete para responder a los estímulos.

Hace más de medio siglo que algunos estudiosos adelantaron advertencias, fundamentalmente relacionadas con esas ocasiones en las que usamos medios que no incluyen la comunicación no verbal. Recordemos que la comunicación no verbal suele tener más relevancia que la verbal.

Ocurre que en la interacción cara a cara, la que usamos desde inicios de la humanidad, los gestos, el tono de voz y las expresiones faciales juegan un papel crucial en la transmisión de significados y emociones. Pero en la comunicación digital, especialmente a través de textos, pueden ocurrir malentendidos e interpretaciones incorrectas de los mensajes debido a la ausencia de esas señales no verbales (Mehrabian, 1971).

Más recientemente, otros estudiosos han insistido en la urgente necesidad de recuperar el poder de la conversación. Y lo hacen ante la realidad de que las tecnologías de comunicación también pueden afectar negativamente las relaciones interpersonales. El fenómeno de la "conexión superficial" es común en las redes sociales, donde las interacciones pueden ser breves y superficiales, enfocándose más en la cantidad que en la calidad de las conexiones. Esto puede generar una sensación de aislamiento y soledad, a pesar de estar "conectados" con muchas personas (Turkle, 2015).

De manera que una acción tan común como reenviar cualquier mensaje que recibimos, sin percatarnos de sus valores de verdad, bondad y utilidad, está ocasionando daños en los que venimos a reparar cuando ya es demasiado tarde.

Pero también acciones como: enviar mensajes sin ni siquiera saludar a quien va dirigido, enviar mensajes sin antes percatarse de si será del interés de esa persona, tratar como pública información privada y ni decir del ciberacoso y el denominado “trolleo” (publicación de mensajes provocadores, ofensivos o disruptivos en foros, redes sociales y otras plataformas en línea), son expresión de esa nueva discapacidad.

Ojalá escogiéramos, como plantea Turkle, recuperar el valor de la conversación. Ojalá le incluyamos la escucha empática. Y ojalá mantengamos esos estándares cuando tenemos a mano cualquier medio de los que nos ofrece la modernidad.

Mientras buscamos mecanismos para curar a quien ya tiene la condición y reparar los daños ocasionados a quien ha resultado víctima de esas acciones, quizás convenga iniciar por esta advertencia y por ponerle nombre a esta nueva discapacidad.