Sin lugar a dudas que estamos en una época de cambios y también en cambio de época, confluyen las dos cosas. Cada época tiene su música y sus códigos y las generaciones anteriores se encargarán de criticar lo nuevo porque siempre hay resistencia al cambio.

Reconozco que no me gusta la música urbana, aunque hay excepciones, pero no responde a un interés de desmeritar lo que hacen, sino a una cuestión de gusto. Por eso, cuando ví que la Sociedad Americana de Compositores, Autores y Editores (Ascap) le otorgó el premio al Mejor Compositor del Año, decidí buscar algunas de sus canciones y me encontré con algunas de sus piezas emblemáticas, por ejemplo «Pa Romperla» que dice:

«Hoy quiero que la noche salga / Pa' romperla, pa' romperla / Baby, pónteme de espalda / Pa' romperla, pa' romperla / Hoy quiero que la noche salga / Pa' romperla, pa' romperla / Mamacita, póngase de espalda / Pa' romperla, pa' romperla / Baby, vamo' a romper / Sé que saliste pa' joder / Pónteme linda pa' subir par de video' a mi cel / Y envíame el location pa' pasarte a recoger / Si tocamo' la pista vo’a hacer que explote / Te vo’a meter el peine full, como pistola de bichote».

La decisión de la ASCAP tiene su explicación, y es que no se valoran criterios de calidad, sino que se tienen mucho más en cuenta el número de reproducciones y visualizaciones que los artistas consiguen con sus canciones y videos en todo el mundo.

Hoy en día una figura llega a los medios dependiendo de cuántas payasearías pueda hacer en una red social y no por su preparación. Un director de cine escogió los actores principales de su película al observar el número de seguidores que tenían en sus redes sociales, principalmente en Instagram.

Hoy, la música es una industria donde cada artista que sale a escena busca hechizar al público en base al gozo y nada más y aquellas canciones que invitaban a la acción social más que al sexo y la violencia han sido sustituidas porque la desmemoria inducida las ha sepultado.

Creo que quedamos unos cuantos que rememoramos, aunque no lo hayamos vivido en todo el sentido, esos famosos años sesenta del siglo pasado y aquellos conciertos cuya preparación acaparaba los esfuerzos e invadía los sueños de la juventud.

Era el ir y venir de autores con sus canciones impacientes por hacerse realidad completa en los acordes de alguna guitarra tratando de recoger en sus arpegios las lágrimas y dolor de un pueblo atribulado por los excesos del autoritarismo y que la crítica llamó canto de protesta o social.

Hoy el canto social lo que quizás haría es denunciar esas mismas canciones de artistas que llenan estadios de bote en bote, pero cuyas letras desafían la inteligencia de la sociedad más crítica.

Creo que la mejor explicación de este fenómeno la ha aportado mi buen amigo Marino Tejeda en el siguiente comentario: “estamos viviendo el siglo de la miseria. El S. XX, a pesar de sus dos guerras, intentó enmendar sus errores, pero el S. XXI nos ha embrutecido, se idolatra el dinero, al mal vivir, a la guerra y la destrucción de la moral. El cinismo invita a celebrar la muerte, nuestras ciudades se han convertido en basurales en las que crecen gusanos. El arte es tal en tanto envilece. No en vano debemos esperar que este siglo de miseria procure reivindicarse dotando de un poco de juicio nuestra heredad”.

Ahí se explica este fenómeno llamado Bad Bunny.