Muchos pudimos disfrutar de las múltiples facetas de nuestro inolvidable Luisito Martí. Creo que su mejor faceta era la de humorista. Con personajes como Belarminio, Cabrera Moquete, don Efraín, El Chino Bichán, Fenelón, Filomeno, Lamparita, Leo, el Cubano y Leyito demostró que se podía hacer reír inteligente y sanamente. Los que yo más disfrutaba y donde consagró su la genialidad fue en Belarminio y Cabrera Moquete; pero sobre todo en Balbuena y Casimiro Valdez. Este último fue el famoso personaje al que siempre le acompañaba la mala suerte y era sujeto de acoso.
Como Casimiro, la Cámara de Cuentas no pega una. Todo le cae arriba. De siempre, porque no era visible su trabajo. Era poco, pobre e intrascendente. Dobleces y silencio cómplice eran su carta de presentación. Tanto que su presencia ni siquiera se sentía. Se paseaba en el olvido, a pesar de su importancia como órgano superior externo de control fiscal de los recursos públicos. Parecía, como muchos la llamaron, la cámara de cuentos.
Sin olvidar la estela previa de tibieza, pusilanimidad y connivencia con el poder de turno, pasamos por ver un lastimoso juicio político de los miembros de la Cámara de Cuentas, por supuestas graves anomalías en el desempeño de sus funciones que se los llevó a todos en 2008. Unos porque adelantaron su renuncia y el que soportó el juicio fue destituido.
La presión política para mantener mayorías complacientes con malas o prostituidas gestiones públicas como los escándalos, pulsos, pugnas, zancadillas, actuaciones inidóneas y antiéticas, falta de armonía y de visión de equipo e insubordinación a la Constitución y a la propia ley que rige su funcionamiento han caracterizado su accionar e impedido que la Cámara de Cuentas cuente con la necesaria legitimidad y respaldo ciudadanos.
Como si fuera poco, el 22 de febrero de 2021 la Procuraduría Especializada en Persecución de la Corrupción (PEPCA) allanó las instalaciones de la Cámara de Cuentas y el director de dicho órgano de investigación y persecución de la corrupción administrativa, Wilson Camacho, proclamó que la Cámara de Cuentas ha sido parte del problema y no de la solución; ha sido cómplice de la corrupción y no defensora del erario; ha actuado en contra de la democracia de la República Dominicana y no en su favor.
Más aún, el año pasado nos despertamos con una denuncia, convertida luego en querella, de dos empleadas de la Cámara de Cuentas contra su actual presidente, Janel Ramírez Sánchez, por acoso laboral y agresión sexual.
Peor aún, recientemente el mismo presidente de la Cámara de Cuentas expresó que se arrepiente de haber asumido el cargo en la institución y que es un “preso de confianza” del pleno en el que se ve obligado a refrendar irregularidades. Como órgano acusador, ya la Cámara de Diputados inició aprestos para para un nuevo juicio político contra los integrantes de este órgano.
Cuando los integrantes del órgano de fiscalización externo actúan con sentido individualista o responden a mandatos de jefes políticos o actúan por conveniencias partidarias o de grupos o por puras apetencias personales y violando las normas de convivencia social, las leyes que castigan conductas lesivas a valores importantes fijados por la sociedad como las que rigen su propia operatividad, me pregunto si no es más digno que renuncien a sus cargos. Lo lamentable es que la falta de armonía, aún en medio de las diferencias naturales en órganos colegiados, les nubla el entendimiento e incluso pagan justos por pecadores.
Urge hacer un alto en el camino y revisar profundamente la ley de la Cámara de Cuentas y generar un pacto social, técnico y político por la dignificación de la Cámara de Cuentas, para llevar a su seno gente con suficiente calidad profesional, gran sentido de grupo, compromiso con la integridad y dotada de imparcialidad, a toda prueba. De lo contrario, seguiremos siendo testigos de excepción de una cámara de un solo cuento, como aquel de Ernest Hemingway, autor de El viejo y el Mar, cuando luego de tomar una servilleta en el bar donde tomaba con unos amigos les ganó la apuesta de la historia más corta usando tan solo seis palabras: Se venden: zapatos de bebé, sin usar.