Nadie escucha a un político de oposición en campaña atacar al gobierno con un “¿Quién te puso caro los pasajes a la luna?” por razones obvias. La clase política no ha considerado visitarla, un derecho inalienable que debe garantizar a todos los ciudadanos. Ahora bien, años atrás, cuando su preocupación gobernando o aspirando era que la población valorara el vínculo con figuras presidenciales a la hora de consumir la mayoría de los bienes y servicios básicos, el tirijala con los precios entre candidatos tenía sentido.

El “¿Quién te subió el arroz, las habichuelas, el pan, el cemento, los gofios y la canquiña?” tenía antes un potencial real de atraer votos porque los gobiernos participaban activamente en la manufactura, distribución o regulación de precios de un gran número de productos. También en precios claves para la economía como las tasas de interés y la tasa del dólar.  ¿Cómo rayos eso es hoy un tema cuando su participación por casi tres décadas se concentra en la electricidad, combustibles, los cobros por expedición de documentos, provisión de agua y recogida de basura? ¿Cómo en un país donde, por fortuna, los precios socialistas son la minoría en la canasta básica es posible que se esté comparando que en mi gobierno desrizarse el pelo costaba tanto y ahora está tan caro que no hay forma de ocultar el moño malo? ¿Qué pasó? Luce que se olvidó esta historia que aquí recuento.

En el período 1982-1986 le tocó al PRD escribir un capítulo amargo, que bien puede estar en una segunda parte del libro “4,000 años de controles de precios”, una genial colección de los fracasos que por milenios han tenido gobernantes que creen que con decretos es posible generar oferta abundante de comida, viviendas, moneda buena y trabajo. Le tocó eliminar la ficción de la tasa de cambio del uno por uno al acabar toda posibilidad de recibir dólares a esa tasa para pagar importaciones. El Banco Central dejó de suplir dólares baratos para una lista de bienes que se consideraban esenciales para garantizar suministro y precios estables a la población en general. Todo el que generaba dólares se resistía con razón a recibir un peso por lo que podía conseguir más de dos en el mercado libre y todo el agraciado que estaba en la lista para comprar un dólar por un peso presentaba intención de comprar suministro por un año. La unificación cambiaria, positiva y necesaria, acabó con el abuso de expropiar a exportadores para favorecer la gula exagerada de importadores privilegiados.

La medida también se acompañó con la eliminación de precios de control para la mayoría de los productos básicos en que los políticos estaban empeñados en garantizar su consumo barato a la población. Cuando se anunció la medida hacía ya meses que nada se vendía a esos precios. Aunque existía una comercialización libre de facto en todos esos bienes mantener el listado de “precios justos” parece que generaba fe en que era posible un Domingo Santo con la resurrección del Señor y de la vida con comida barata. La noticia ese fatídico lunes de que el gobierno dejó que todo subiera desbordó frustraciones; se aprovecharon para una incitación a violencia sin sentido que se tuvo que detener con fuerza letal para proteger propiedades y comercios.

Al gobierno de Salvador Jorge Blanco también le tocó iniciar la liberalización de las tasas de interés. Si hoy el Banco Central tiene reportes diarios que muestran los cambios en todo tipo de préstamos o depósitos el origen está en la eliminación, durante su gobierno, de la facultad de esa entidad para fijar las tasas de interés. Y el efecto adverso de tasas libres que superaban las fijas en la que estaban contratados préstamos a la vivienda de las asociaciones y bancos hipotecarios se compensó con subsidios que permitieron que no quebraran las principales entidades del sector.

Balaguer aprovechó los precios nominales de mercado más altos que trajeron estas necesarias reformas para compararlos con los que dejó en 1978; culpar al PRD de los aumentos y prometer un mundo mejor con precios regulados por el poder político. El díscolo que colocó en 1986 como gobernador del Banco Central entró con un grito de guerra de bajar el dólar al dos por uno; se nombró un general en Control de Precios y todo el aparato productivo estatal recibió las órdenes de vender barato azúcar, harina, cigarrillos, cemento, baterías, cajas de cartón, aceites, calzados, sacos, pasajes de avión y gasolina.

Nada podía interferir con la esperanza de un triunfo inesperado como el “Presidente Rompe Precios” y se intentó de todo para evitar la venganza de la oposición comparando precios. Cuando los dólares comenzaron a escasear se inventó el “Sistema de Reintegro de Divisas” que funcionó por unos meses y luego reventó como era de esperar (los expedientes se devolvían por faltas de ortografía, uso de términos en inglés o porque la fecha dejaba duda si el 5 se refería al día cinco o al mes de mayo).  Al compromiso con gasolina barata se debe el espectáculo de filas interminables frente a las estaciones o la presencia masiva antes de abrir en horas de la madrugada como cuando se va a buscar la visa americana.  Con la soga al cuello entonces se llama al Fondo Monetario Internacional para con préstamos de corto plazo con condicionalidad aplicar reformas permitieran salir de la crisis.

Ahí vienen las reformas de los años noventa con el arancel por decreto, sus sustanciales reducciones de tasas y libertad de importación de decenas de bienes importantes de consumo masivo (leches y aceites, por ejemplo) y convertir en eunuco al gallo general de los precios que no volvió aparecer en una nota de prensa. Creo que desde esos años los políticos tomaron un saludable y largo sabático con la intromisión en la formación de precios en la economía. Con los productos agrícolas básicos todos se han concentrado en competir con planes de apoyo y fomento (dar tractores a una cooperativa campesina, tasas subsidiadas del Banco Agrícola o alivios de deuda, programas pignoración para atraer crédito bancario, entrega semillas, compra puntual de rubros no encuentran mercado). Y al PLD hay que darle crédito por sacar del medio a las empresas públicas que llevaban al mercado de bienes finales el peor producto y al precio más alto o insumos fundamentales monopolizaba, como la harina, en poca cantidad y distribución “pepcaminosa”.

Con las tasas bancarias ya no se meten. A excepción de una gloriosa y exitosa campaña para la reducción de las tasas de interés en tarjetas de crédito, donde unieron fuerza Alejandro Fernández y Altagracia Paulino, todas las operaciones bancarias se realizan a tasas que resultan de un acuerdo de voluntades. La del dólar después del 1990 solo tuvo los episodios desesperados de la Operación Duarte previo a la crisis bancaria del 2003 y de corta duración, porque autoridades optaron por operaciones de mercado abierto para reducir las presiones especulativas sobre la tasa de cambio. Es un lujo contar con una clase política que cree o respeta la libertad de contratación de tasas de interés y de compra/venta de divisas. También que se contenta con los mismos precios socialistas que encontraron en la canasta básica y aquellos que están en su dominio (gasolinas, electricidad, expedición de documentos y arbitrios).

Pero eso empezó a cambiar por cosas como la fórmula Ito (un ataque a la formación de precios amparados en una ley del año 2002 que sembró esperanza en votantes cambiarlo era un simple acto administrativo al llegar al poder); el App Ito (una inútil aplicación que le informa a quien va en un colmado en Villa Mella que el precio del pollo está 30 centavos más caros que en uno en el INVI cerca de la Casa España); el Torito, que tocaba fiestas al mejor postor sin consultar el monto apropiado con la Comisión de Espectáculos Públicos, con su ley de control a las tarifas de escuelas privadas; el Ministro de Agricultura poniendo a jurar en su despacho a los dueños supermercados que los precios vendrán asequibles para todos; el Plátano Index para probar que el mangú ahora tiene el precio más bajito de la historia; y la perla que el dominicano adquiere alimentos aquí un 40% más barato que en las ciudades de EUA y Europa donde viven los compatriotas que le mandan los dólares necesita para comer.

Al león le pusieron en bandeja el manjar y ya empezó a no dejar ni los huesitos. Pero salir del problema es fácil. Basta con mandar a callar a las voces disonantes y devolver al Banco Central el liderazgo en la información sobre precios para explicar que los controles no funcionan, que estamos en economía de mercado con formación de precios en contratos donde las partes expresan su voluntad sin importar lo que opine al respecto ningún representante de la clase política, ya sea éste el primer mandatario o el aspirante más cercano.