Manolo Pichardo me concede el honor de comentar este libro suyo de reciente aparición. Me complace en especial por la calidad que exhibe. El desarrollo del texto es ciertamente ágil y ameno, parte de lo que él califica de formato periodístico, pero de manera similar adecuado en el plano académico. Aunque no soy especialista en política internacional, tengo la convicción de que estamos en presencia de una obra de nivel intelectual que aborda la modificación de correlaciones de fuerzas en la escena mundial. Una indagatoria de ese género no es común en nuestro medio, y se explica por una prolongada especialización académica acompañada por la participación en organismos internacionales, en particular la Conferencia Permanente de Partidos Políticos de América Latina y el Caribe (COPPPAL) y el Parlamento Centroamericano (PARLACEN).

El título del libro es suficientemente indicativo de su tesis central de que el mundo asiste a la modificación del orden mundial implantado desde el final de la Segunda Guerra Mundial, caracterizado por la hegemonía de Occidente, y dentro de él de Estados Unidos, a través de un sistema de acuerdos y organismos pautado en Bretton Woods, que otorgó al dólar la función de moneda casi única en las transacciones entre países. El reverso de este cambio es el multilateralismo, que se manifiesta en la emergencia de varios países que ha tendido a socavar la posición unipolar obtenida por Estados Unidos tras la disolución de la Unión Soviética.

Se caracteriza el orden multipolar por el avance del peso de un conjunto de países en la escena internacional, dentro de los cuales sobresale la República Popular China. Pichardo se revela un conocedor de procesos que han llevado al protagonismo creciente de esa potencia. Pichardo ofrece información cuantitativa que muestra las proporciones de las potencias en el PIB mundial debido a sus diferentes tasas de crecimiento durante las últimas décadas.

En el rastreo de este proceso, se remonta a 1979, precisamente cuando tendía a conformarse la unipolaridad a causa de la parálisis y posterior desarticulación de la Unión Soviética. Asevera en la página 203, que la victoria de Estados Unidos en la Guerra Fría “fue construyendo su derrota de largo plazo, porque gestionó de forma equivocada su liderazgo único pensando que podía controlar un mundo cada vez más complejo, desprotegido y a merced de un capitalismo voraz que comenzó a generar riquezas que se acumularon en pocas manos bajo la complicidad del Estado mínimo diseñado desde el Consenso de Washington…”. El Consenso de Washington tiene la mayor importancia en este entramado, pues resume el giro que se caracteriza como neoliberal, resumido en la apertura comercial, la desregulación de los mercados y la minimización de la intervención estatal en la economía.

Paralelamente a tal tendencia a la unipolaridad se registran las reformas emprendidas por Deng Xiaoping, sucesor de Mao, de apertura a la inversión privada, incluida extranjera, lo que desató un crecimiento muy acelerado de la economía como resultado de la búsqueda de maximización de beneficios de empresas de países capitalistas desarrollados. De una participación exigua en la economía mundial en aquella fecha ilustra este libro, China ha llegado a tener una base económica de dimensión similar a la de Estados Unidos en paridad de poder de compra. Con la diferencia de que China ha venido experimentando un proceso ascendente de capacidad innovadora que va dejando cada vez más atrás a Estados Unidos en el orden cualitativo. Esto le ha permitido tornarse en la “fábrica del mundo”, al grado de ganar la primera posición en el monto de exportaciones.

Mientras China y otras economías en auge abogan por el librecambio, sobre la base de la propuesta de ganancias de todas las partes, Estados Unidos tiende a replegarse en un proteccionismo

Pichardo registra también en la crisis de 2008 un hito revelador en las consecuencias del neoliberalismo que, desde entonces, no parece encontrar soluciones a dilemas cada vez más delicados. Por último, la sucesión de situaciones derivadas de la epidemia de la Covid y la guerra en Ucrania ha culminado el giro en cuestión. El gasto en los subsidios para compensar los efectos de la epidemia ha dejado una carga muy pesada en las economías de Occidente. A ello se agregan los componentes contraproducentes de la guerra estimulada por la OTAN como medio de debilitar a Rusia, abrir un precedente respecto a China y revertir de esa manera la pérdida de la hegemonía global por Estados Unidos.

Con propiedad, en el libro se toma nota del expediente de la guerra por potencias en decadencia. Se agrega el correlato bélico intervencionista asumido por Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial. El efecto ha sido contraproducente fuera de duda. Los gastos que conllevó la guerra de Vietnam, aunque todavía no alteraban la fortaleza de la economía estadounidense, conllevaron la devaluación de 1971 al descontinuarse el patrón oro, un punto que mostraba ya un problema en el ejercicio de la posición hegemónica. Por si fuera poco, después de un período de cierta tranquilidad, Estados Unidos se involucró en nuevas guerras en Irak y Afganistán cuando pugnó por apuntalar su posición unipolar.

Basado en Juan Bosch, quien propuso la categoría del Pentagonismo, el autor refiere la afirmación de que, en caso de no haber existido la Unión Soviética, el complejo militar-industrial, así denominado por el presidente Eisenhower, habría propiciado su invención dada la necesidad de un enemigo que justifique el gasto en armamentos. En conjunto, el abultado gasto militar en estas guerras y los dispositivos ofensivos distribuidos por todo el mundo han contribuido a desgastar la solidez de la economía estadounidense. El efecto dinamizador de la guerra se revierte únicamente sobre un pequeño paquete de entidades financieras e industriales, pero va en detrimento de la posibilidad de la reproducción ampliada por medio de la innovación tecnológica, un requisito del capitalismo.

Este debilitamiento de Estados Unidos ha ido parejo con el auge de países situados fuera de lo que se conoce como Occidente. En buena medida la reconfiguración del poder global que analiza Pichardo se identifica con Asia, China en primer lugar ciertamente, pero también India y otros países todavía de bajo ingreso per cápita pero que experimentan avances rápidos, como Irán, Turquía, Indonesia, Vietnam y Pakistán. Aquí se presenta algo más profundo, que es la consecuencia del debilitamiento de Estados Unidos y Europa, en una difuminación de la división con el tercer mundo o por lo menos con parte de él. En adición, después de la asunción de Vladimir Putin a la presidencia de Rusia, este país ha recuperado elevado peso como potencia militar y económica. Los centros otrora hegemónicos ya no están en condición de determinar las orientaciones de gran parte de los países del mundo. Resultado de ello, han surgido instancias asociativas, entre las cuales resalta el bloque de los BRICS, como informa Pichardo en proceso de ampliación a países que hasta poco antes se plegaban a los dictados de los instrumentos de la hegemonía unipolar, como Arabia Saudita o Turquía. En este libro hay abundante información acerca de estos procesos. Basta referir la reciente creación de la Asociación Regional Integral y Económica, encabezada por China e integrada por 15 países de Asia y el Pacífico, algunos aliados tradicionales de Estados Unidos, como Japón y Corea del Sur, que da lugar a la “mayor zona de libre comercio del mundo” con 2,200 millones de personas. La iniciativa de la Franja y la Ruta, más conocida como Ruta de la Seda, mediante la cual China se conecta con gran parte de Asia y Europa, es analizada aquí en perspectiva, pues tiende a ampliarse a África y otras zonas del mundo por medio de la navegación y se ha trasladado al ámbito digital.

Implícitamente, Pichardo está llamando a que los países tomen nota en el plano operativo del cambio de la correlación de fuerzas en la economía mundial. Producto de este cambio, mientras China y otras economías en auge abogan por el librecambio, sobre la base de la propuesta de ganancias de todas las partes, Estados Unidos tiende a replegarse en un proteccionismo, de lo que fue particular expresión la orientación de Donald Trump, quien pretendió disminuir el inmenso déficit comercial con el exterior resultado de la emigración de las plantas industriales. Los efectos colaterales son evidentes en cuanto al sacrificio de los intereses de los aliados, como se pone de manifiesto en las consecuencias que han tenido para los integrantes de la Unión Europea las sanciones decretadas por Estados Unidos contra Rusia. Más aún, como es de dominio común, la ventaja exclusivista derivada de esta situación se traduce en desmedro del conjunto de la economía mundial. Se desprende que esta ha entrado en una compleja coyuntura de rasgos inéditos.

En el mismo orden, en este libro se propone un paquete interpretativo de los factores que han accionado en el tránsito de la hegemonía estadounidense hacia un “nuevo orden”. Se pone el acento en la capacidad de innovación que muestra China, como ha sido constatado en forma personal por el autor. Al margen de la imposibilidad de analizar en pocos párrafos todas las vertientes de una obra de esta categoría, tal vez el peso que concede a la capacidad de innovación oriente la determinación general de las apuntadas tendencias disímiles entre Asia y Occidente, en particular entre China y Estados Unidos, las dos grandes potencias económicas de hoy.

La categoría de innovación remite a la calidad de las fuerzas productivas, que a su vez tiene un condicionamiento sobre el conjunto de un sistema económico. Las élites dirigentes de Estados Unidos no han podido evitar un rezago en este terreno crucial respecto a China, origen profundo de la tendencia al estancamiento general de la economía. Una dinámica propia rige este proceso, pero su comprensión remite a la totalidad social.

De los análisis de Pichardo se puede desprender, primero, que esto no es ajeno a la quiebra del esquema neoliberal, paralelo a la ganancia de la hegemonía plena tras el debilitamiento y caída de la Unión Soviética, generador de empobrecimiento relativo y absoluto de porciones amplias de la población y de la inaudita concentración de fortunas en escasas corporaciones transnacionales. Pero el análisis va más lejos, a un plano de la gestión general de la sociedad en torno a las políticas públicas. Basado en los escritores españoles Pedro Baños y Javier Villamor, recoge el planteamiento de que en el foro de Davos se ha reconocido a China como ejemplo de “cómo debe manejarse con eficiencia un Estado, de cómo generar riquezas con el compromiso de distribuirlas con mayores niveles de justicia, lo que deja muy mal parados los proyectos occidentales con predominio de los mercados en desmedro del Estado como garante del bienestar común”.

De esta cita se desprenden varios puntos. Por una parte, la función obligada del Estado para la consecución de la eficiencia global y la equidad social. No cabe duda de que los éxitos rotundos de China en todos los planos son resultado de un sistema global que se canaliza en políticas públicas. Esto remite a la totalidad social o modo de producción. Erróneamente se afirma que China ha reproducido sin más el capitalismo y sepultado el pasado socialista. Por el contrario, lo que cabe indicar es que el avance económico sin precedentes ciertamente se ha debido al factor dinamizador de la inversión privada, pero en el contexto de un sistema que mantiene muchos de los componentes del ordenamiento socialista implantado en 1949, que incluyen el papel regulador del Estado y el elevado peso de su participación en los sectores de punta de la economía.

Algunos puntos permiten tipificar las ventajas inmediatas, en un estricto plano del crecimiento económico, de este singular sistema. Por una parte, los efectos de la determinación de lograr mayor grado de equidad, sin que entre en contraposición con la acumulación de fortunas. Hace cierto tiempo el Gobierno de China proclamó que se había eliminado la pobreza en su territorio, un hito resonante en un país que yacía en la pobreza abyecta en 1949 y que contrasta con la polarización social creciente en los países desarrollados de Occidente. Como parte de semejante lineamiento, ha de tomarse en consideración el papel de la educación como motor de eficiencia y, al mismo tiempo, de equidad. Da la impresión de que el dirigismo del régimen chino ha permitido una optimización de recursos para el desarrollo cultural y tecnológico, este último puesto de relieve en la obra de Pichardo.

Se pueden ciertamente externar críticas a esta opción desde diversos ángulos, pero ha mostrado ser la más eficiente en el actual contexto. Al mismo tiempo, se trata hasta ahora de un rasgo básicamente chino, aunque se puede encontrar cierta similitud en otros países de Asia. Está abierto a la especulación hasta qué punto esta singularidad del régimen chino podría ser retomada de maneras variadas por otros, como podría ser actualmente el caso de Rusia.

El camino seguido por Estados Unidos y la generalidad de países de Occidente desde el Consenso de Washington continúa precisamente en dirección opuesta. Los efectos deletéreos son más que evidentes. De ahí que sea pertinente retomar la interrogante que formula Pichardo acerca de si se ha agotado el tiempo para una rectificación que evite la prolongación de su decadencia.

 

Roberto Cassá en Acento.com.do